¿Un kiki en 'Solos ante el peligro'?
No. Si la película sobre la política española tuviera rasgos épicos se titularía Solos ante el peligro. En plural, porque quienes huiríamos de Hadleyville, el pequeño pueblo del oeste donde se desarrolla el filme, seríamos decenas de millones de españoles, asustados por los peligros que nos acechan y hartos de tanta incompetencia y egoísmo de las fuerzas vivas de la localidad; en este caso, de España. Abandonaríamos Hadleyville en busca de una vida más tranquila, justa y ejemplar, subidos en una destartalada carreta camino de esa utópica luna de miel eterna… Pero, como William Cane (Gary Cooper), acabaríamos dando la vuelta antes de traspasar los confines del pueblo.
-“Si huyo ahora voy a vivir huyendo. Entonces prefiero pelear. Tengo que volver. Debo hacerlo”, explica William con voz convincente a su joven esposa, Amy (Grace Kelly), que está para comérsela, dicho sea de paso.
Pero no, el relato de la España presente carece de la grandiosidad ética del filme de Fred Zinnemann. Sí coincide en los acordes y momentos de tensión que se desprenden de la partitura del compositor Dimitri Tiomki, cuando el tiempo se va acabando, con ese reloj omnipresente marcando sonoramente cada minuto. Como Gary Cooper, aunque sabemos que vamos a morir, hay que seguir avanzando hacia unas probables nuevas elecciones. “Ese ser que va siendo, sabiendo y conociendo la posibilidad de su no-ser” (Heiddeger), recuerda Carolina Pesino en su aproximación a Solo ante el peligro. Ese ser, unas nuevas elecciones, que seguramente nada solucionarían, el no-ser.
Sería injusto asociar a Rajoy, Sánchez, Iglesias y Rivera a los cuatro malos de la película. Aunque, ciertamente, al menos tres de los cuatro se lo merecen en parte. ¿Díganme si Rajoy, Sánchez e Iglesias no tienen pinta de pistoleros candidatos a no salir bien parados del duelo? Rajoy, el cowboy que acepta, perezoso, su último trabajo antes de jubilarse. Iglesias, con su abrigo abierto, sus brazos en paréntesis y sus piernas arqueadas de las que sobresalen dos pistolas doradas, incapaz de desenfundarlas al impedírselo las mangas largas del sayo. Sánchez, el líder del grupo, apuesto, hábil con el revólver, con sus espuelas relucientes y con recursos inesperados, pero insuficientes para lograr su propósito. Rivera, aún en un papel menor, sería el imberbe adolescente que, incauto, cruza la calle en medio de la balacera.
Pero no, no asistimos al rodaje de Solo ante el peligro. El juego político de unos y de otros para disimular lo que no tienen y ganar tiempo se parece más a aquella historia de Quevedo sobre la vida fingida de ciertos caballeros que al llegar el mediodía se esparcían unas migas por la barba para hacer creer a los demás que comieron. O aquellos otros relatados por Madame D'Aulnoy en su viaje por la España del siglo XVIII: cogían unas patas de gallina y las dejaban colgando de tal manera que asomaban por debajo de la capa como si efectivamente llevasen un ave.
Solo patas de gallina, sin pechuga, muslos, cabeza ni sesera fue lo que nos enseñaron Pablo Iglesias y Pedro Sánchez tras su café con pastitas en el Congreso de los Diputados (por cierto, ¿le ponen a usted pastitas cuando se toma un café en el trabajo?), más el paseíto relajado para aprovechar las caricias del sol de finales de marzo así como los flashes de los fotógrafos (a propósito, ¿puede usted darse un paseíto a media mañana, en horas de trabajo, para lucir relajadamente su cuerpo serrano pese a no tener la tarea acabada?).
Patas de ave, sin nada dentro de la capa, fue lo que nos mostraron tras el encuentro, muy propio de la novela de picaresca de la España presente. Pablo Iglesias se refirió en la rueda de prensa a la vía del 161 (votos de diputados) frente a la vía del 131. A continuación salió a escena el otro actor, Sánchez, para negar la una y la otra vía y referirse a la vía del 199. ¡A la vía les mandarían muchos ciudadanos! Constitucionalmente, el 161 se refiere a la jurisdicción del Tribunal Constitucional; como se ha demostrado en Cataluña, carece de ella. El 131, al régimen económico de las autonomías, también llamadas autonosuyas al administrar el déficit como pueden y quieren. El 199 no existe en la Constitución, pero sí en el Código Penal. Se refiere a la prescripción de los delitos: el delito, en el caso político que nos interesa, es por incapacidad para llegar a un buen acuerdo cuatro meses después de las elecciones.
Sánchez busca un 'menage à trois' con Iglesias y Rivera, imposible porque la necesidad de coyunda de los dos primeros es irreconciliable con la repulsión que siente el tercero. Iglesias se lo ha puesto más fácil aún a Rivera al plantearle un 'Kiki' erótico como en la película de Paco León: activo o pasivo. Hay que tener muchas ganas y no es el caso. ¿Y Rajoy? ¿Dónde está Rajoy? ¿Dónde la vicepresidenta Soraya? ¿Dónde la secretaria general Cospedal? El PP ha llegado a un punto de evanescencia en el que Gobierno y el partido mayoritario parecen estar en manos del que sale en la tele, el tal Rafael Hernando, un vendedor al que nadie compraría un coche de segunda mano.
Rajoy, más que pistolero, se ha convertido en ese personaje de Solo ante el peligro que, a hurtadillas, toma las medidas de los demás para la caja de pino, sin saber que será él quien probablemente acabe dentro. El conservador Castelar prometió cansar “a la Historia de España” con sus hechos, y Rajoy con su yo-sigo parece empeñado en lo contrario: en finiquitar su liderazgo y el de su partido con no hechos y otros deshechos.
¿Pasa algo fuera?
Sí. Pasa que el déficit público ha desbordado las previsiones al superar el 5% del Producto Interior Bruto (¿cuál es el producto nacional bruto-bruto?), con una deuda pública de 941.000 millones de euros que habrá que pagar. Ha pasado que tras el 20-D, los inversores han sacado de España miles de millones (19.000 sólo en el mes de diciembre de 2015). Sucede que, ante la inseguridad política y económica, está produciéndose una avalancha de EREs en grandes empresas y despidos en Pymes por el temor de que un gobierno de izquierdas cambie leyes laborales y fiscales. Sucede, también, que hay más de 700.000 familias sin ningún tipo de ingresos, cuando el Banco de España certificó este viernes un parón en el crecimiento económico.
Si a todo lo anterior añadimos que por tercer año se ha batido el récord de suicidios en España (3.910 en 2014 frente a 3.457 en 2013), el titular de Las Preguntas de la Semana debería ser ¿Merece la pena ser español? La respuesta siempre sería sí, mayormente porque no tenemos alternativa. Si el problema está en la palabra español, pidamos un nuevo gentilicio a la creativa alcaldesa Carmena que ha propuesto llamar Valle de la Paz al Valle de los Caídos. ¡Si los muertos hablaran!
¿Segundos matrimonios?
No. O sí. Más del 50% de los segundos matrimonios acaba en ruptura. En términos electorales, puede sucedernos lo mismo: si el resultado de unos nuevos comicios arroja un parlamento de minorías, ¿funcionarían parejas que en su primera experiencia no fructificaron? Es la tozudez de la inexperiencia. España se ha empeñado en la efebocracia cuando la combinación perfecta sería la efebogerontocracia, para tener doble perspectiva.
En situaciones extremas, apuestas revolucionarias. Como la pantalla (antes llamado papel) lo aguanta todo, imaginemos un ticket político formado por el empresario Amancio Ortega y Albert Rivera, o con Sánchez, o con Casado del PP o con Iglesias (ya que su abrigo de 100 euros lo compró en Zara). Con toda la maquinaria del PP, del PSOE o de Ciudadanos a disposición del creador de Inditex.
El panorama político, emocional y económico del país cambiaría, incluso aunque Pablo Iglesias fuera el vicepresidente. Iglesias ha vuelto de Semana Santa más suave que un guante, como el Cristo de la Humildad, cuya saeta dice: “Con paciencia humildemente, sentado sobre una roca, mientras espera la muerte, no ha salido de su boca, ni una queja de su suerte”.
Lo de Amancio Ortega metido en política o alguien parecido que haya demostrado genio, ingenio y valía en la creación de cosas no sucederá, claro. España se ha convertido en un erial político donde los mejores son marginados de entrada al carecer de maquinaria política. Aquí lo que vale es la ocurrencia. Pero si hasta tres agentes de la guardia civil se han vestido de Rambo y de bailarinas para perder la vergüenza. Esto no es serio.