Votar es lo propio de la democracia. Repetir un proceso electoral porque las cúpulas de los partidos tratan de proteger a toda costa sus intereses particulares es una tomadura de pelo. Y eso es precisamente lo que se ha consumado este martes cuando, tras tres meses de negociaciones y un intento fallido de investidura, Felipe VI no ha podido encargar la formación de Gobierno a ningún dirigente parlamentario.
Este fiasco supone echar a la basura un año crucial para la recuperación económica y para el rearme del país ante los graves problemas que tiene planteados, entre los que no es menor el desafío independentista catalán. Pues bien, todo se ha sacrificado por el egoísmo y la falta de altura de miras de nuestros dirigentes políticos, que obligan a los ciudadanos a votar a los mismos cabezas de lista, las mismas candidaturas y los mismos programas, claro está, sin ninguna garantía de que el 26-J se haya resuelto la situación de bloqueo.
Tiene razón Víctor Gómez Frías en su artículo "¿Y si tampoco hubiera flores en otoño?" que hoy publicamos en EL ESPAÑOL: Rajoy, Sánchez, Iglesias y Rivera deberían comprometerse a marcharse a su casa la misma noche del 26 de junio si no logran al menos un voto más de los que obtuvieron el 20-D. Ya que los cuatro se permiten repetir como cartel electoral echándoles la culpa a los demás, deberían ser consecuentes con el veredicto de los ciudadanos
El tándem Rajoy-Iglesias
Está claro que no todos tienen la misma responsabilidad. Desde el principio, Rajoy e Iglesias han mostrado nulo interés por resolver la situación. El líder del PP no renuncia a ser él, y sólo él, quien se siente en la Moncloa, aun a riesgo de que con su estrategia el PP acabe en la oposición. Que Rajoy no siente ningún pesar por la nueva convocatoria electoral queda reflejado en su frase con la que, al filo de las ocho de la tarde, cortó sus explicaciones a los periodistas: "Venga, que a menos cuarto empieza el fútbol". Aludía al partido de Champions entre el Manchester City y el Real Madrid. Queda claro su índice de prioridades.
El líder de Podemos, por su parte, cree estar ante una oportunidad única para desbancar al PSOE y quedarse con la hegemonía de la izquierda. Su autonombramiento como vicepresidente del Gobierno y las alusiones a la cal viva en el debate de investidura demuestran que nunca tuvo en su mente la idea de apoyar un gobierno del PSOE.
Pedro Sánchez, tras los primeros bandazos y el anuncio de que pretendía reeditar un pacto a la portuguesa, ha sido coherente con el acuerdo firmado con Ciudadanos. Eso le ha llevado a centrar las posiciones del PSOE en materia económica y de modelo territorial. Nunca sabremos hasta qué punto ha hecho de la necesidad virtud, puesto que su supervivencia política está ligada a su supervivencia como candidato.
Desoyen a Felipe VI
Albert Rivera es quien más se ha esforzado por encontrar una salida coherente; pactando con el PSOE, primero, y proponiendo incluso un presidente de consenso, al margen de los líderes de cada formación. Las encuestas así se lo reconocen, pero habrá que ver si PP y Podemos no vuelven a retroalimentar sus votos respectivos radicalizando el discurso y presentándose ante el 26-J como los adalides de dos modelos de sociedad opuestos y en liza.
El último intento de Compromís por encontrar una solución de emergencia estaba condenado al fracaso y revela que hay quienes han visto en este proceso una oportunidad para resolver sus cuitas internas. No es serio presentar tres folios en el último segundo del partido para resolver lo que no se ha resuelto en meses de negociaciones. Mónica Oltra ha buscado reforzar su perfil ante Podemos e Íñigo Errejón, seguramente, un nuevo elemento de confrontación con Iglesias.
Lo que está claro es que nadie hará caso a Felipe VI. Después de que el monarca pidiera moderación y una campaña lo más templada posible, a todos les faltó tiempo para vilipendiar a sus adversarios. El fracaso se ha consumado y demuestra lo necesaria que es una reforma profunda de las actuales reglas de juego.