Volvemos a la casilla de salida como suele suceder en estos casos; esto es, con menos ilusión que la última vez. Lo mismo parece sucederles a algunos de los candidatos, que afrontan entre la resignación y la desgana, enmascaradas como cada cual mejor sabe, la tarea de volver a pedir el voto. Quizá por eso, muchos de ellos se centran en aquellos lugares donde según los resultados anteriores, los sondeos y la puñetera Ley d’Hondt hay riesgo de que algún oponente les birle un escaño por un puñado de sufragios.
Hagan lo que hagan, sin embargo, todos son o deberían ser conscientes de que grandes corrimientos de fuerzas son bastante improbables. Ninguno lo ha hecho tan bien como para producir arrebato en la ciudadanía, todos han cometido errores de bulto y arrastran su dosis de lastre (se acabó la virginidad ligera de equipaje de los nuevos), y salvo sorpresa mayúscula el mapa se parecerá bastante al que salió del 20-D.
La emoción se concentra en si éste pasará a aquél, o en si la mayoría será de derechas o de izquierdas o de nadie, habida cuenta de que hay unos cuantos diputados que volverán a ir a parar a siglas que preconizan la ruptura del estado español y la fundación de otro, en el que correspondería si acaso dirimir si son de izquierdas, derechas, o un revuelto de ocasión.
La pregunta es si esas cuestiones son tan importantes, cuando de lo que se trata no es de ver quién mea más lejos sino de formar un gobierno que aborde los problemas que acucian al país y a la ciudadanía, y que llevan meses sin que nadie salvo la inercia de la propia sociedad (que a veces, como se ha visto, no es tan mala) se enfrente a ellos y trate de darles solución.
Desde esa perspectiva, lo que resulta fundamental son las opciones de pacto que tienen unos y otros, ya que es casi imposible que ninguno de ellos acierte a reunir mucho más de un cuarto de los votos, con lo que es bien sabido que no se corta el bacalao sino con ayuda ajena. Y ésa es la cuestión que hasta aquí brilla por su ausencia, que falló en la abortada legislatura anterior y que, como así sigamos, amenaza con fallar en la próxima.
Está bien que cada cual enuncie sus ofertas (incluso las inverosímiles) fije sus objetivos y exponga sus ambiciones, pero después del 26-J nadie va a poder llevar a cabo su programa.
En la legislatura anterior todos iban a las reuniones con una larga lista de exigencias. Esa es la técnica de quien no quiere llegar a un pacto, y en este caso, de quien seguramente especulaba con mejorar en una segunda vuelta. Esa mejora, en todo caso, no será bastante. Lo que les toca ir preparando a los candidatos que quieran formar de verdad parte de un gobierno no es la lista de sus exigencias a un eventual socio, sino la de sus renuncias, que es lo que prepara, lo diga o no, quien acude a una mesa dispuesto a entenderse con quien está al otro lado.
Ya sabemos que es ingrato. Pero es lo que hay. Y habrá.