En argot carcelario chinarse es hacerse cortes para expresar la frustración y el dolor de la vida en prisión. Las excoriaciones talegueras en manos, antebrazos o abdomen, como los tatuajes alusivos a la privación de libertad y la marginalidad (cinco puntos, un triángulo, unas rejas, una chuta...) no expían al interno, que queda así estigmatizado más allá del cumplimiento de la pena. Es decir, chinarse carece de sentido o sólo tiene sentido como una forma ciega de rebelarse ante el sentimiento de culpa y el sufrimiento entregándose a ellos y proclamándolos con el orgullo que da el fracaso.
Con la reprobación de Rita Barberá en las Cortes Valencianas, con el respaldo del mismo partido que la ha aclamado un cuarto de siglo y de algunos diputados que le deben carrera y escaño, el PP abraza esta mística lumpen que sugiere un pasado y condiciona el futuro.
Las reprobaciones parlamentarias no tienen valor alguno. Levantan titulares volanderos porque constituyen, como chinarse, una escandalosa exposición de limitaciones. Por ejemplo, el exportavoz socialista valenciano Ángel Luna fue reprobado por un chiste malo: las diputadas del PP lo tacharon de "machista" porque lo ordenó Camps, harto de que su rival le arruinara las comparecencias con una destreza que silenciaba los gallineros. Con aquella reprobación el presidente demostró su debilidad, las diputadas populares su subordinación y el Parlamento su habitual instrumentalización, mientras que el reprobado adquirió por momentos el falso prestigio de los lapidados.
Algo similar pasará con Rita. La reprobación de la exalcaldesa de Valencia para que deje el Senado es la prueba de que el PPCV, como los delincuentes del arrabal, admite su condenación y abjura de sí mismo. Que la maniobra se haya producido cuando el PP aún gana elecciones indica que los populares ni siquiera confían en la reinserción.
El problema de Rita no es que se cueza en la salsa del grupo mixto junto a Bildu, o que ahora mismo no pueda transitar las mismas calles que gobernó salvo a escondidas en un taxi, sino que fue elevada al Senado por el partido que ahora se afana en asesinarle sin saber qué hará con el cadáver o si el Supremo la absuelve.
En las Cortes Valencianas hubo una veintena de imputados no hace tanto y no fueron reprobados. También hubo ilustres investigados en el PSOE, desde Pepiño Blanco a Maleni Álvarez pasando por los barones de los ERE a quien sigue respaldando Susana Díaz. ¿Han generado entonces un precedente las Cortes Valencianas o sólo han hecho el ridículo con boato?
Es paradójico que la jefa del grupo al que más beneficia la chirigota, la vicepresidenta de la Generalitat, Mònica Oltra, haya defendido con buen criterio este viernes que "los jueces no pueden marcar la decencia de este país". Pues eso. Ni las sentencias y leyes delimitan la moralidad pública, ni chinarse depura el delito o resarce a nadie de sí mismo.