Mariano 'el invicto' acaba en el contenedor con Juan Carlos I
Mariano acudió al congreso popular vestido de color oscuro, como de luto, y tenía razones para ello. Los aplausos del viernes eran, efectivamente, de sentida despedida.
SÍ. Un buen amigo de mi época toledana, sorayista sobrevenido, tenía el epitafio preparado ante el previsible triunfo de la niña de Rajoy. Lo había copiado en una visita al cementerio de La Puebla de Montalbán, famoso por haber nacido allí Fernando de Rojas, el autor de La Celestina, una gran novela muy apropiada para hablar de política, donde todo tiene un precio.
El epitafio dice así: “Estaba yo un día meando a la puerta de un ventorro, de pronto apareciste tú y me cortaste el chorro. Tu marido no te olvida”. Ella sería Soraya Saénz de Santamaría y él, el perjudicado por esa avasalladora mujer que le dejó sin hipo y sin micción, el bellido Pablo Casado.
Pero la vida es como la avenida principal de Mañeru, la localidad navarra que comienza en la calle de la Esperanza y finaliza –atentos al nombre- en la calle Forzosa, donde está situado precisamente el camposanto; allí donde todos acabamos a la fuerza.
Pues en el cementerio han quedado sepultados, inesperadamente para muchos, Mariano Rajoy y Soraya Sáenz de Santamaría, la presumible/presumida e hipotética triunfadora del 19 Congreso del Partido Popular. Mariano y Soraya se
besaron cuando aquél acabó su intervención de despedida el viernes por la tarde y se dieron el uno al otro el viático tras conocer que Casado se había impuesto con un 58% frente al 42% de los votos a la exvicepresidenta del Gobierno.
Mariano acudió al congreso popular vestido de color oscuro, como de luto, y tenía razones para ello. Los aplausos del viernes eran, efectivamente, de sentida despedida. Rajoy no podía adivinar hasta qué punto. Porque, se mire por donde se mire, Mariano Rajoy es el gran derrotado de este congreso: no solamente no fue elegida la deseada; además, el designado por los compromisarios para presidir el PP y convertirse en aspirante a la Presidencia del Gobierno, en su intervención previa a la votación, cometió la afrenta de utilizar un nombre y una palabra prohibidos por el código penal del registrador: José María Aznar y la corrupción.
El que a hierro mata, a hierro muere. Aznar, verdadero padre del Partido Popular, no fue invitado al congreso y un ahijado suyo ganó el congreso. La derrota de Mariano Rajoy y de su pupila convierte en más grotesco aún lo vivido el viernes por la tarde, con los ditirambos, elogios y adulaciones dedicados a Rajoy en su despedida. Ni Manuel Fraga cuando se fue, ni José María Aznar cuando lo dejó, por más antipático y oscuro que sea el personaje, recibieron la mitad de las lisonjas que Mariano.
Sólo falto que le llamaran “nuestro invicto” y hablaran de las “horas de dolor” por el que se convertiría en el ausente, Rajoy, con esa dialéctica utilizada para aquellos dos que reposan en el Valle de los Caídos. Sólo faltó, insisto, que Luis de Grandes, otro gran ejemplo de 'renovación', abriera el debate para elegir al nuevo líder de la siguiente manera: “Ni antes ni después, sino a su hora, cuando por las cargas abrumadoras que pesa sobre sus hombros de nuestro gran caudillo, se hace necesario aliviarle en algo poniendo a su lado auxiliares poderosos”. Gracias, Mariano.
Lo cierto es que este mes de julio -en julio, agua viene y toalla va- las conmociones políticas no cejan. Todo empezó con las cintas de Corinna sobre Juan Carlos I, quien el próximo jueves, a través de persona interpuesta (el general Sanz Roldán, jefe del CNI), 'declarará' por primera vez ante una comisión del Congreso de los Diputados. Los cementerios están llenos de grandes hombres ajusticiados por amantes despachadas. Como Corinna. O como la misma María Dolores de Cospedal, que es quien ha dado el triunfo a Pablo Casado contraviniendo las órdenes de Rajoy. Nunca en la historia política reciente dos mujeres se han odiado tanto y tan públicamente como Cospedal y Soraya. La ex ministra de Defensa se ha llevado por delante al padre al que fue leal y a la niña de éste, superior a sus fuerzas.
Desde este sábado una generación del Partido Popular está a un paso de acabar, definitivamente, en el contenedor de personas y objetos desechables. Habrá que pedir al gran pintor Cristóbal Toral, lo más aproximado a Goya que hemos tenido en España en los últimos cincuenta años, que amplíe su instalación-escultura de 2014 titulada La abdicación del Rey Juan Carlos. En ella sobresale un retrato del emérito, incrustado en un contenedor lleno de escombros, sacos de basura, televisores de culo rotos, bañeras viejas, zapatos, coronas de juguetes, incluso puede que haya cintas de grabación… Una metáfora de la vida, donde todo tiene fecha de caducidad, aunque no todos acaban mezclados con la inmundicia, como le está sucediendo al padre del Rey. Pues Rajoy y el campeón/inmortal Javier Arenas, ya están en el contenedor.
Si el futuro es un arcano -como alguna titulación de Casado-, las consecuencias políticas de la victoria del nuevo líder del Partido Popular van perfilándose. Rejuvenece la imagen del viejo partido, ideológicamente lo define mejor –dicen que más a la
derecha-, su apariencia física, su impronta juvenil y sus mensajes españolistas se parecen a Albert Rivera, lo cual es malo para Ciudadanos y bueno para el PP. Si Casado logra estabilizar los votos actuales del PP y comienza a arañar los tres millones perdidos, buena parte de ellos en beneficio de Cs, todo esto contribuirá a recuperar algo que parecía imposible: el bipartismo que todos dimos por muerto. El factor Sánchez en el PSOE es ya una realidad según las encuestas.
La política es todo aquello que pasa mientras nos olvidamos de lo importante. Julio aún no ha acabado. ¿Conoceremos más datos sobre los líos de Juan Carlos I, quien, como ha pedido Pilar Urbano en el EL ESPAÑOL, debe 'abdicar' como rey emérito y abandonar La Zarzuela por el bien de la monarquía? Puede hasta que se abran puertas y documentos sobre el 23-F, sobre el papel verdadero del entonces rey, sobre la identidad del elefante blanco… ¡Atentos! Tampoco es descartable que en Génova
aparezcan documentos perdidos de los que hablaba Bárcenas, con la llegada de nuevos vientos.
El otoño será entretenido y el contenedor de Toral se quedará más pequeño aún.