De entre todas las subespecies de pijos que pueblan nuestras costas, mi predilecto es el pijo espiritual, el pijo redento, el pijo culpable. Ese pijo mágico y ñoño que busca explicaciones esotéricas al orden del mundo. Ese pijo triste que se expía por sus privilegios colgando un post sobre el Amazonas -el pulmón del planeta, y tal, y tal- y nos cuenta a los demás cómo encontrar nuestro camino: ellos ya lo hicieron entre tanta abundancia.
No lo tuvieron fácil. Fueron muchos los libros de autoayuda. Fue mucha la meditación, muchos los barros sanadores untados sobre el cuerpo en playas imposibles. Suerte que ya escalaron allá a lo alto de la conciencia y vuelven al gueto para contárnoslo, como el monje ese que vendió su Ferrari, como Dulceida regalándole gafas de Zara a niños raquíticos en África, como las hippies acaudaladas de tu colegio que salvan Kenia en julio y luego se tapan la nariz al pasar junto al mendigo de su calle. Es el pijo bondadoso. El pijo Feng Shui. El pijo iluminado. El pijo con el cuarzo colgado al cuello: da paz, lo dicen sus maestros -ese concepto tan inquietante-, y eso a ver quién lo compra.
Este tipo de pijismo, en sentido profundo, tiene mucho que ver con la tontería que se arrastra. Lo pensaba esta semana leyendo una entrevista a la influencer Miranda Makaroff en El Mundo, donde la joven contaba que le había preguntado a su “coach” si “el dinero era algo malo”, y éste le había revelado que “depende de la energía que utilices en ganarlo y gastarlo”: “Si lo usas para comprar armas, drogas, etc, pues eso es un tipo de energía. Si lo usas para viajar, comer rico, dar limosna… supongo que esa es otra energía”, detallaba la chica cool, radical profeta de la nada. “Hay una voz interior que nos guía y podemos escucharla o darle la espalda”. Pues ya está, ahí lo llevas. Merienda.
“Limosna”, “energía”, “coach”, “voz interior”: todos esos conceptos seguidos me hicieron palpitar la venilla del ojo y casi lloro sangre, como las vírgenes de Cuarto Milenio. Me pregunto si Makaroff, en su hamaca de colorines psicotrópicos -entre uva y uva que se lleva al labio como una hedonista pop que vive en un coto para guapos- se habrá planteado alguna vez la diferencia entre “caridad” y “solidaridad”. Entre “limosna” y “ayudas públicas”. En la misma entrevista dice que la política le interesa “bajo cero” porque es “el verdadero aburrimiento”: “Que si ahora derechas, ahora izquierdas… siempre los políticos discutiendo”. Café para los muy cafeteros.
La buena de Miranda es una de estas traveller de la filosofía de baratillo, una niña cándida que aún sentirá que transgrede algo por desnudarse en Instagram y por decir que dios nos regaló la masturbación, una embajadora de la sonrisa que ignora que su despolitización también está politizada. Pero en las tardes en las que se aburre en el yate siente que algo la inquieta, que algo la remueve: es su espiritualidad luchando contra su materialismo. Esa contradicción me mata de ternura. Quiere salvarse y salvarnos a todos. Este es un pijerío muy contemporáneo, muy de este siglo. Es el pijo que quiere ir al cielo. Es el pijo paciente que nos da ejemplo.
Es el rollo que se premia en redes: el ‘summer vibes’ aderezado con su poquito de altruismo a voz en grito. Disfrutones pero espléndidos. Ricos pero en armonía mundial. Si no que se lo digan a James Rhodes, que se la pasa elevando los ojos a los cielos para dar gracias por las croquetas y la siesta patria, jugando al refranero popular y, ahora, en el último capítulo, donando dos mil euros a Open Arms en nombre del xenófobo de Santiago Abascal y la tal Isabel Pérez -por lo visto, concejala de Vox en el Ayuntamiento de Fuenlabrada-. Esto es una performance, una gracieta británica suya. Humor y generosidad: todo a la vez, me duele hasta la cabeza.
En internet le han sacado la piñata: “Eres la mejor persona de todo Twitter”, ha escrito un avispado, previsiblemente. “Pero qué grande”, alaba otra usuaria. “Por favor, Sánchez, tienes que nombrarle ministro de Exteriores”. Viral, viral, viral. Qué requetebueno, el pianista. Qué manirroto, cariño. Puro como él solo, puro como El Torta -era un cantaor gitano mú apretao, James, apúntate esa-. Yo siempre había creído que las cosas buenas que uno hace por los demás había que hacerlas en silencio: cuando las cuentas es que las estás haciendo por ti. En cualquier caso, es pronto para decir que Rhodes está pagando por su imagen: habrá que preguntarle al coach de Makaroff por la energía de esa donación. Seguiremos informando.