Pere Gimferrer no supo que su libro, el que cambió la poesía española allá por los sesenta, era una profecía: "Arde el mar". Porque en un mar de referencias, versos y citas arden todos los que se sientan enfrente. Aquí está uno a punto de achicharrarse.
–Buenos días, maestro.
–Hola, hola. ¿Dónde te sientas tú? ¿En el sofá o en la silla? ¿Y yo? Tendré que mover la bolsa y el paraguas. Ya le he dicho al fotógrafo que no quiero posar con el paraguas porque no es mío, me lo ha prestado el botones.
Pere Gimferrer, por fin, en el sillón. Un sillón del Hotel Inglaterra, en la Plaza Nueva de Sevilla. Un sillón, imagino, menos mullido que el que ocupa en la RAE. "Pedro" –así le dicen sus amigos–, con una corbata azul turquesa, chaqueta cruzada y traje azul oscuro. En la mesa, su último poemario: Tristissima noctis imago (Fundación José Manuel Lara, 2022).
Gimferrer impone porque lo primero que hace al ver la grabadora es sacarse el reloj de la muñeca y balancearlo con las manos. Uno se siente como en esos programas donde tiene que ir acertando respuestas para que no le explote la patata caliente. En este caso, se trata de acertar con las preguntas.
La primera, de cortesía.
–¿Qué tal?
–He venido en el AVE con un señor al lado que leía Napoleón en Chamartín, de Galdós. Me ha resultado inquietante. Muy inquietante.
–Hombre, todavía queda gente en España que lee a Galdós.
–No, no. Es que el señor iba con el móvil en la mano y, cada pocas páginas, consultaba un retrato de Adolf Hitler. La cuestión es la siguiente: yo lo miraba a él a los ojos intentando averiguar de qué manera observaba a Hitler.
–Y... ¿cómo lo hacía?
–Con muchísimo interés. ¡Como un vasco leyendo el Deia! Era impresionante.
Gimferrer se pone a hablar de Galdós. Llega el primer río de sabiduría. Baja con mucha corriente. Intentamos ponernos a salvo. Mientras, pensamos en cómo se gestó este personaje literario que, visto a unos metros de distancia, tiene un parecido razonable a Truman Capote.
El niño Pere, por culpa de una enfermedad pulmonar, pasó mucho tiempo en las clínicas. Allí se emborrachó de lectura. Más de una vez ha dicho: "Si no hubiera estado enfermo, no habría leído tanto".
Aprendió el catalán primero. Después, aunque también en casa, el castellano. Escribió en la lengua nacional hasta que, por motivos políticos, se pasó al catalán. Umbral, que lo conocía bien, explicaba: "Mientras viva Franco, no volverá al castellano". Y cumplió. Hoy los poemas le brotan indistintamente en uno y otro idioma. Incluso en italiano, inglés y francés.
En las horas crepusculares de la dictadura, descubrió a España los autores prohibidos. Fue amigo de Alberti, de Octavio Paz. Leopoldo María Panero le decía directamente: "Pedro, la poesía eres tú". Y siempre ha seguido siendo poesía, pero también editor. Director literario de Seix Barral, factótum del grupo Planeta.
Su influencia como autor y directivo le granjeó la cercanía al poder. Conoció a casi todos los presidentes. Le faltan Zapatero y Sánchez. Este último le mandó una carta para felicitarle el cumpleaños: "Estaba muy bien, alguien ha debido de ayudarle a escribirla".
–Te estaba hablando de Galdós, ¿me sigues?
–Sí, sí, es que estaba tomando apuntes, disculpe.
Hay una voracidad en los ojos de este poeta que se percibe al otro lado de sus gafas. Su amigo Paz le decía: "Algunos escritores siempre serán jóvenes, tú serás uno de ellos". Puede que se refiriera a esa pasión desmedida por el libro. Por tocarlo, por aprenderlo. Por extraer de él todo lo que contiene y memorizarlo como memorizaba, siendo estudiante de Derecho, los artículos del Código Penal. Gimferrer desea el libro. Cualquier libro. Incluso la funda de este ordenador, que tiene tal forma.
–¡Es un libro antiguo! Déjeme ver, déjeme.
–No, no, es sólo la funda del ordenador. Así no me la roban, ya nadie roba libros, señor Gimferrer.
–Yo soy muy partidario del "tú", aunque luego puedes hacer lo que quieras. Si por protocolo tienes que "ustearme", "ustéame".
Tengo que tratarle de usted. Imagino que cuando iba a ver a Vicente Aleixandre a Velintonia, no le tuteaba.
Sí, pero aquello era su casa. Y este hotel no es mi casa.
Me encantan los sombreros que lleva usted.
Pero ahora no llevo ninguno.
Me refiero a los sombreros que lleva de vez en cuando.
No, no. Te explico: depende de la época del año y de la época de mi vida. Tuve un problema muy grande. Perdí un borsalino [sombrero de fieltro que debe su nombre al sastre que inventó el modelo] en un taxi. La tienda que había en Turín cerró. Tengo un panamá precioso, pero es heredado y de otra talla. No me entra. Además, no es un panamá verdadero porque está hecho en Canadá.
Los jóvenes no nos atrevemos a llevar sombrero.
Lo sé, pero tampoco se atreven muchos mayores. Apenas se lleva el sombrero.
También se ha escrito mucho acerca de sus gabardinas. Umbral decía que cuando usted era un chaval llevaba unas gabardinas enormes para entrar en las tiendas y arramplar con un montón de libros. Los escondía bien y no le pillaban.
Sí, también lo contó Félix de Azúa en Diario de un hombre humillado.
Pero, ¿es una leyenda o es verdad?
Lo hacíamos Paco Ferrer Lerín y yo. Es una cosa muy antigua, de cuando estudiantes.
No se preocupe, que el delito ya ha prescrito.
Bueno, eso es cierto.
El otro día me contó un compañero suyo de la Academia, Luis María Anson, que Camba le decía: "No entiendo por qué los jóvenes os habéis quitado el sombrero". Anson me miró y añadió: "Y vosotros os habéis quitado la corbata". ¿Qué está pasando ahora con los más jóvenes? ¿Se van a quitar más prendas o se están volviendo a vestir?
Yo también soy pro-corbata, salvo en pleno verano. En Madrid, se está organizando una exposición sobre las llamadas "Sinsombrero", pero es un batiburrillo. Porque, aunque se quitaron el sombrero, eran muy distintas entre ellas. No se parecían en nada las unas a las otras.
Usted se ha quitado muchas palabras en sus últimos poemas. Me dirá que ya antes había escrito poemas breves, pero los he comparado con los primeros y la diferencia es clara. ¿Envejecer es saber decir más con menos?
Envejecer puede conllevar dos cosas: escribir más o menos que nunca. Neruda, Jorge Gillén y Louis Aragon escribieron más de viejos. Otros hicieron lo contrario. Me viene a la cabeza Aleixandre, aunque en su caso fue porque tenía muy mal la vista. Otros, como Eliot, dejaron la poesía antes de los cincuenta.
Se suele decir que los poetas que escriben mucho corren el riesgo de escribir más de la cuenta. No estoy de acuerdo, pese a ser ésa una opinión generalizada. Las últimas etapas de Neruda y Guillén fueron fantásticas. En mi caso, intento escribir de un modo más condensado, sí. Los directores de cine tienden a hacerse más concisos en su final y resulta muy difícil de comprender para su público: Chaplin, Dreyer, Lang…
Leo un poema suyo: "Con la muchacha ciega de las nieves, en el velero de la oscuridad".
Oye, pero te has dejado el título. En mis poemas, el título es muy importante porque juega un papel de contrapunto. En avant route!, se titula. Y es una cosa que dice un personaje de Rimbaud. Contaba su hermana que cuando le iba a ver a la clínica, estando él ya moribundo, decía cosas muy parecidas a sus poemas de la época de Abisinia. A ver, vamos por partes.
Sí, por favor.
"La muchacha de las nieves". ¿Quién es?
No lo sé.
Pues la montaña nevada, la "jungfrau", que se dice en alemán. Pero te preguntarás: "Esa muchacha no tiene por qué estar ciega". Pero es que la nieve ciega. ¿Y qué es lo contrario de la nieve? La oscuridad. ¿Lo has entendido?
Lo he intentado.
Bueno.
Todo esto de la condensación de las palabras es casi una metáfora de la vida: porque todas las vidas terminan con un punto.
Hay una cosa engañosa: contando caracteres, parecen pocos, ¿eh? Pero tengo la sensación de que los poemas de este libro conviene leerlos más de una vez para entenderlos.
Tiene usted toda la razón.
No creo que una extensión mayor hubiera ido en beneficio del lector. Mis poemas no tienen sentido lógico. De hecho, trato de evitarlo. Quiero que mis poemas tengan un sentido sonoro y poético. Ahora trato incluso de evitar el verbo. Intento "quintaesenciar", que decían los antiguos poetas.
Uno de sus últimos poemas recoge una sucesión de imágenes oscuras. Aparece "lo binario". ¿España se ha ido haciendo menos binaria desde aquellos años sesenta en que usted comenzó a escribir?
Bueno, pero eso es una broma, un chiste.
¿Un chiste?
Sí. En las estaciones de ferrocarril, en Italia, el "binario" se utiliza en los carteles para indicar que hay más de un raíl. También había una canción que dice [se pone a cantar]: "Binario, triste e solitario. Tu che portasti via col treno dell’amore". Es una broma porque me valgo del tren italiano aunque no esté hablando de eso.
No había caído.
Pero, ¿cuál era la pregunta?
Si España es menos binaria desde que usted comenzó a escribir en los sesenta.
Pero es que, si tenemos en cuenta que binario se refiere a los trenes, no vamos bien encaminados. Empleemos otra palabra que no sea equívoca.
Hablemos de las dos Españas, entonces.
Blas de Otero, Unamuno. Hablamos de eso, ¿no? El duelo entre Américo Castro y Claudio Sánchez Albornoz sobre el origen de los españoles, aunque estaban los dos en el exilio, también representó dos Españas. Aunque tú me hablas de ese "resentimiento trágico de la vida" del que escribió Unamuno antes de morir.
Sí.
Pues te respondo: España es menos binaria que antes. Hay mucha más visibilización de cosas que antes no la tenían.
"En la Cataluña del siglo XIX, había catalanes que querían ser franceses, pero han desaparecido"
¿Y Cataluña? Porque Rubén Darío, en el siglo XIX, hablaba de los catalanes que se sienten catalanes, los catalanes que se sienten españoles y los catalanes que se sienten franceses.
Esas crónicas son fabulosas. ¡Muy buenas! De esos tres tipos que Rubén describía hay uno que ha desaparecido: los catalanes que quieren ser franceses. Una aspiración extraña, ¿eh? Sólo una vez en la vida de verdad se proclamó una república catalana. Fue en el siglo XVII y durante unos pocos días. Aunque esto igual ya te lo sabes.
Cuente, cuente.
La proclamó Pau Claris, que tiene una calle en Barcelona. A los pocos días tuvo que cambiar porque aquello no podía sostenerse. Entonces nombró conde de Barcelona al rey de Francia. Para agradecerle estos servicios, alguien lo envenenó. No se sabe quién mató al pobre Claris. Pudo ser cualquiera de los tres tipos que comentamos: catalán-español, catalán-catalán, catalán-francés. Esa es la única república catalana que existió como tal.
El tipo de catalán-francés del que escribió Rubén va unido a este suceso. Se generó una influencia francesa enorme en Cataluña, que llegó hasta los comienzos de Picasso. Se acabó porque Francia dejó de ofrecer un referente lo suficientemente sólido.
¿A qué se refiere?
Por ejemplo a los campos de concentración del sur de Francia en 1939. Los republicanos españoles que huyeron hacia allí fueron enviados a estos campos que controlaban tropas senegalesas. Ahí se acabó esa influencia, aunque luego resucitó algo con Sartre y la filosofía existencialista, pero eso no me interesa demasiado. Nada ha sustituido el influjo francés con tanta fuerza. Ningún idioma tiene en Cataluña la supremacía que tuvo el francés para muchos catalanes durante ese tiempo.
¿Ni siquiera el catalán hoy?
El catalán hoy, el de nuestra edad… Bueno, no sé qué edad tienes tú, aunque la conjeturo. Digo que el catalán de hoy no sabe francés, sino inglés. Suponiendo que lo sepa, que esa es otra. Oye, Rubén era nicaragüense, un afrancesado estético. Todo esto le daba en el fondo un poco igual porque no era un patriota español, no podía serlo.
Sobre lo binario: ha dicho que España es menos binaria que en los sesenta. ¿Y Cataluña? Estábamos en eso, creo que esa era la pregunta.
Hay un libro de Ángel Carmona titulado Dos Cataluñas, sobre la Cataluña elitista y la popular. Un buen estudio sociológico. Hay varias Cataluñas. Las que cultivan un tótem monocultural son minorías, pero minorías muy activas. Se notan mucho. En un lado, Puigdemont y en el otro Arrimadas. Lo mismo pasa con los escritores. Pero el grueso de la población practica una actitud intermedia. Incluso un curioso indeferentismo lingüístico.
Explíquese.
Históricamente, todo libro escrito en castellano y traducido al catalán era un fracaso de venta. Hoy, no. Por ejemplo, los best seller de Gironella. Ahora, pasa al revés. Los libros de Ruiz Zafón se traducen al catalán y tienen éxito.
Es muy curioso ese indeferentismo. Eligen leer en una lengua u otra por motivos ajenos a la política. Los irreductibles en una y otra lengua existen, pero no son mayoría. Lo digo como editor: la mayoría es indeferentista.
"Históricamente, todo libro escrito en castellano y traducido al catalán era un fracaso de venta. Hoy, no"
Su último libro incluye poemas en catalán y en castellano. Esto no solía hacerlo, ni siquiera en las antologías, siempre diferenciaba los libros por lenguas.
Yo aprendí, de niño, primero el catalán. Pero supe el castellano en casa, antes de ir a la escuela. Eso ya marca una actitud. Me brotan los poemas en las dos lenguas, indistintamente, por motivos que nada tienen que ver con la política.
Cuénteme lo de aquel día en casa de Aleixandre, cuando llegó a sus manos un poema político escrito en catalán.
Era un poema bastante malo de un conocido personaje político. Vicente era de origen valenciano y había hablado valenciano de niño. Quiso oírlo en mi boca para escuchar el catalán. Lo recité. Era un poema muy malo.
¿De quién era el poema?
No lo debo decir.
Pero, ¿el autor está muerto?
Sí, pero eso da igual. Hay otra cosa más impresionante.
Diga.
Estaba Juan Ramón Jiménez en Cuba. Fue un momento extraordinario. 1938. Pone la radio y escucha a la escolanía de Montserrat cantando un poema de Verdaguer. Se puso a llorar. Según Zenobia, su mujer, le temblaba la barba. Dijo Juan Ramón: "Y que yo tenga que estar en esta cárcel que es estar fuera de España".
Cuando usted comenzó a escribir, el catalán podía hablarse en las casas, pero no en las escuelas. ¿Estamos yendo a un extremo contrario en que el castellano no se habla en las escuelas? Ahí está la sentencia que dice que la Generalitat no respeta el 25% del español en los colegios.
Yo no entro en eso. No tengo suficiente conocimiento. Parece una respuesta evasiva, pero no lo es. Es que yo no me dedico a la pedagogía.
Hombre, pero usted es miembro de la Real Academia de la Lengua.
Sí, pero no tengo hijos. No me he dedicado a la pedagogía.
Se lo pregunto de otra manera: el escritor, cuando se sienta, tiene la capacidad libérrima de elegir la lengua que quiere. Pero eso no funciona con el alumno que va al colegio en Cataluña. No puede elegir.
Bueno, la lengua no es lo más importante. Hay otra capacidad mucho más relevante: la de escribir bien o mal. Es que eso que dices no es así. Porque el idioma, a la hora de escribir, te elige a ti, no lo eliges tú a él. Los sonidos que llegan a tu cabeza ya están en un idioma. Espera un segundo, que tengo frío. Me voy a poner el abrigo. ¿Dónde he dejado el paraguas?
Está ahí, en el sillón.
No, pero no pares, tú continúa con las preguntas.
Voy, voy.
No estoy dando por terminada la entrevista ni mucho menos, ¿eh? Pero necesitaba arroparme.
"Desde el punto de vista de los encausados, la reforma del Código Penal que pretende el Gobierno está en un punto intermedio"
Usted estudió Derecho. ¿Qué opina de que el Gobierno quiera intercambiar el delito de sedición por uno de "desórdenes públicos agravados"?
Desde el punto de vista de los encausados: algunos de ellos dicen que no cometieron ningún delito y otros celebran la reforma. Unos pretenden la amnistía y otros están de acuerdo con el Gobierno. Estamos en un terreno intermedio.
¿Y a usted qué le parece ese "terreno intermedio"?
Habrá subidas y bajadas, iremos viendo. Es muy complicado, yo es que estudié Derecho, pero hace mucho tiempo. Lo que sí conservo de aquella época es la capacidad de recitar de memoria artículos del Código Penal.
Cuando se produjo el 1-0, un episodio que intenta repetir lo de Pau Claris en el siglo XVII, se interrogó a gente por la calle en Moscú. Y uno dijo: "Es natural. Fueron independientes y quieren volver a serlo". Eso me llamó la atención. Te lo cuento como anécdota. No estoy dedicando demasiado tiempo a esto, sólo leo las reacciones.
Cela ayudó a escribir la Constitución, podría usted colaborar en la redacción de la reforma del Código Penal.
Tuve un buen profesor, Pérez-Vitoria. Cuando lo estudié, el Código Penal ya estaba obsoleto. Por ejemplo, hablaba del adulterio homosexual entre hombres, pero no del lésbico. Era como si no existiera, por eso no constituía falta alguna.
Es la primera vez en la Historia de la Democracia que se reforma un artículo del Código Penal trazando un pacto con quienes lo han incumplido. Como si la UCD hubiese hecho una reforma pactando con Tejero.
No, no. Hubo otra reforma decisiva de esa manera: la ley de la reforma política.
Pero eso fue en 1977, antes de estrenarse la democracia constitucional.
No hubiera salido adelante sin los votos de Miguel Primo de Rivera ni la abstención de Pilar Primo de Rivera. En sus memorias, Pilar dice: "Me abstuve porque no sabía qué habría votado José Antonio".
Hace unas semanas, estuve unos días en Barcelona: la vi enrarecida.
Enrarecida, no. Barcelona está sucia, que no es lo mismo.
Más allá de mi sensación: imagino que lee esas noticias que hablan de un aumento de la criminalidad, etcétera. Usted, en su dietario, contaba esos paseos por el muelle al atardecer. ¿Los sigue dando? ¿Palpa esa realidad?
Sigo paseando, pero no me han apuñalado. Oye, pero el otro día apuñalaron a uno. A un panadero, imagino que lo viste en las noticias. Todo esto no es tan nuevo como parece. Hay una novela no muy importante literariamente, pero sí como testimonio de época. Quan mataven pels carrers, de Joan Oller, publicada en 1930.
Su poesía se ha hecho, en ocasiones, con "recuerdos de una guerra no vivida". Imagino que son los recuerdos que conoció a través de Alberti, Neruda, Aleixandre…
Nací en 1945. Había acabado la Guerra Civil y había caído el Tercer Reich, pero todavía no habían lanzado la bomba de Hiroshima. Es verdad que he hecho poesía con esos "recuerdos de guerra" no vivida. Pero no sólo con los de los poetas que mencionas; también con las historias que me contaba mi abuelo.
"No creo que haya una faceta oscura en Rafael Alberti. Lo que escribió en la guerra era muy bueno"
No es el caso de Aleixandre, con esa bonhomía identificable incluso por quienes no hemos coincidido con él en esta vida, pero ¿qué ocurre cuando uno admira a alguien y descubre sus facetas más oscuras? Alberti y Neruda las tienen.
Bueno, Aleixandre no revestía siempre bonhomía. Léete El Vals. A Neruda lo edité, pero no lo traté. Sí conocí mucho a Alberti. No creo que haya episodios oscuros en Alberti. Lo que escribió en la guerra era muy bueno. Su actitud, esto lo cuenta Koltsov, el cronista del Pravda, pasaba por quedarse en Madrid ocurriese lo que ocurriese. No le dejaron y se marchó al exilio. Oye, una cosa sobre Koltsov.
Diga.
Volvió a Rusia para presentar un libro en un gran teatro. Se lo pidió Stalin. Al día siguiente, fue fusilado por orden de Stalin. ¿Lo ves? Presentas un libro y al día siguiente te liquidan [suelta una carcajada]. ¿Te interesa Koltsov?
Creo que sí.
Pues sus escritos son fantásticos. En Planeta hemos editado algo. Búscalo. Oye, es la hora de comer. Tú comes con nosotros, ¿no? Pues seguimos. Hombre, una entrevista comiendo puede ser algo tremendo, pero vamos, vamos.
Es que tenía muchas preguntas, ya perdonará.
¿Sobre Stalin?
No, no, si ha sido usted quien ha hablado de Stalin.
Es que las cosas de Stalin merecerían casi una entrevista entera.
Cambiemos de tema. Estábamos hablando de España. Una vez dijo que la herida de la guerra nunca se cerró. Cuando lee los periódicos, ¿en qué lo percibe?
En todas partes.
La Transición está hoy muy desprestigiada entre los jóvenes. En realidad, es como si la Transición suscitara indiferencia. La última vez que concedió una entrevista a este periódico la calificó como "apaño". ¿Por qué?
Hombre, es que fue un apaño, no nos engañemos. No era cuestión de pedir los juicios de Núremberg, porque no era posible. Pero de ahí a lo que sucedió… Hay un poema de Guillén: "Un poeta asesinado, media España asesinada. Sobre el crimen, un Estado. Aquí no ha pasado nada".
¿La Transición no fue la única manera de seguir adelante? ¡Bendito apaño!
Admito que quizá no pudo hacerse más, quizá bastó con aquella componenda. Es muy interesante lo de las cuñas prosoviéticas.
¿Cuñas prosoviéticas?
Sí. Crearon una confusión enorme. Me refiero a lo de las "nacionalidades", que se incluyó en la Constitución. Eso viene de una concepción estaliniana. Una aportación, sin duda, de Miquel Roca, que perteneció al Frente Obrero en su juventud.
Esto da lugar a esta situación tan rara. La nacionalidad, en el sentido que le da Stalin, aparece en los prospectos comunistas del PSUC catalán en México durante la posguerra. Viene de esa idea de Stalin de que "nacionalidad" es una nación que no se ha constituido como tal en un sentido administrativo. Por eso unos dicen que esa es la "nacionalidad" que está en nuestra Constitución, que no tiene nada que ver, por ejemplo, con la de Pi y Margall. ¿Por qué ha salido a relucir todo esto?
Por la Transición.
He leído un par de cosas interesantes estos días. ¿Te lo cuento? Oye, ¿qué vais a pedir? [habla en plural porque nos acompaña Carmen Carballo, jefa de prensa de la editorial]. Yo tomaré canelones de rabo de toro.
Nosotros, fideuá, que tiene buena pinta. Bueno, decía usted:
Por un lado, la actitud tan digna de la familia Primo de Rivera en lo que se refiere a los restos de José Antonio [han pactado la exhumación con el Gobierno, y no habrá espectáculo mediático como en el caso de Franco]. No es nueva esa actitud en los Primo de Rivera.
Cuando fue condenado a muerte, José Antonio le dijo al juez: "Siento haberte hecho pasar este mal rato". Al parecer, eran amigos de antes. Ese juez se fue al exilio y la familia Primo de Rivera consiguió que volviera. ¿Has leído el testamento de José Antonio?
Sí, con esto de las exhumaciones estamos muy puestos los periodistas en ese asunto.
Dijo que a su muerte sólo podrían pasar dos cosas: o un régimen bolchevique o algo parecido al régimen de Franco. También dijo que no le gustaba ni una cosa ni la otra.
A mí me da la sensación de que se arrepintió de algunas de las cosas que hizo.
Eso me parece a mí también. Por muchos detalles. Sobre todo porque pidió perdón a los que embarcó… ¿Sabes que escribió una comedia muy agria sobre los enfrentamientos políticos ocurridos durante la Segunda República? Creo que la familia no la ha querido publicar.
¿Qué otra cosa ha leído interesante estos días? Me hablaba de dos cosas.
También es reveladora esta otra cosa, aunque en un sentido distinto. Un momento, un momento [llegan los canelones de Pere Gimferrer]. Ya perdonarás, pero me voy a quitar las gafas para comer y no voy a poder escucharte.
¿Disculpe?
Sí, el audífono forma parte de las gafas.
Ah, no se preocupe, ustes siga, que yo tomo nota.
Franco nunca pagó el cuadro de Carmencita que pintó Dalí. Porque no lo tenía que pagar Franco, sino Mariano Calviño, un consejero suyo. Resulta que Calviño era uno de los intrigantes que quería que Alfonso de Borbón fuera rey con Carmencita de consorte. En esa piña también estaba Samaranch. Alfonso de Borbón como rey neofranquista. Total que Dalí no cobró ni un duro. Te cuento algo más.
[...]
¿Has leído la conversación verdadera entre Moscardó y su hijo? Durante la defensa del Alcázar de Toledo.
[...]
La versión verdadera está recogida en un libro de Isabelo Herreros. La ha sacado de los telefonemas, que se grababan y se apuntaban. Es una conversación muy distinta a lo que siempre nos dijeron. "Papá, mira lo que haces porque aquí dicen que me pueden matar". "Eso es lo que hago yo con los cobardes como tú", le respondió.
Hay otra historia curiosa: los británicos sobornaron a Queipo de Llano, Millán-Astray y Moscardó, los tres generales, para evitar que dieran un golpe e implantaran un régimen más de derechas que el de Franco. Bueno, dime, pregunta más [se pone las gafas].
Su éxito como poeta y editor le ha permitido conocer a muchos de los presidentes de nuestro país: Felipe González, José María Aznar, Mariano Rajoy… No sé si alguno más.
He conocido a Suárez, Calvo-Sotelo, González, Aznar y Rajoy. Me faltan Zapatero y Sánchez. Bueno, Sánchez me mandó una carta hace un tiempo. Me felicitó por mi cumpleaños y me deseó éxito con Las llamas, un libro mío de entonces reciente publicación. También alababa mi labor editorial en Planeta y Seix Barral. Era una carta muy bien hecha, muy bien trabajada. Alguien le tuvo que ayudar a escribir algo tan informado.
Alguien le habría ayudado, sí.
Seguramente, pero no sé quién.
Hombre, si le escribieron el libro, alguien le escribiría la carta.
Pero ya se sabe quién le escribió el libro. Yo no sé quién escribió la carta.
"Ya se sabe quién le escribió el libro a Sánchez, pero yo no sé quién le escribió la carta que me mandó"
El otro día, Sánchez citó unos versos de su amigo Jaime Gil de Biedma y se los atribuyó a Blas de Otero. Feijóo dijo que Orwell publicó su distopía en 1984.
Pero, ¿qué quieres? En Televisión Española ponen de subtítulo: "Sánchez se reúne con sus homónimos". Otro subtítulo: "En la Feria del Libro Antiguo de Madrid, hay incunables de Lorca y Machado". Los incunables acabaron en 1515. ¡Es todo un disparate! Sobre lo de Sánchez: era mejor poeta Blas de Otero que Jaime. Tampoco es tan grave que confundiera a uno con el otro.
Pues nada, atribuiré en una de mis columnas alguno de sus poemas, por ejemplo, a Gabriel Celaya.
[Se parte de risa]. Había una frase memorable de Alfonso Guerra, que le preguntó a uno: "¿Cómo te llamas?". El otro dijo: "Héctor". Añadió Guerra: "¡Un nombre bíblico!".
¿Percibe una falta de lectura en los políticos de hoy? ¿Hemos ido a peor?
No estoy seguro. Cuando Calvo-Sotelo llegó a Moncloa, le sorprendió la ausencia de libros. Sí leyeron bastante el propio Calvo-Sotelo, González y Aznar. No puedo hablar de Zapatero y Sánchez porque no los conozco.
A Felipe González le atizó usted bien, ¿eh?
Se lo tenía merecido. Pero esto que digo no es ninguna novedad, lo dejé incluso por escrito. Tampoco es que esperara mucho de él, nunca le voté. Una vez me invitó a una cena muy pintoresca, pero eso no lo voy a contar ahora. Otro día hacemos una entrevista de confidencias políticas.
Con Aznar trató usted mucho.
En la primera legislatura, sí. Nos llevamos muy bien. Creo que en la segunda perdió un poco el rumbo con sus decisiones sobre política internacional.
Aznar me contó que escribe poesía, pero que nunca la publicará.
Es muy probable. ¿Estuviste en Moncloa con él?
No.
Tenía un armario lleno de libros sicalípticos de la época de Álvaro Retana y Felipe Trigo.
He releído, para preparar la entrevista, su discurso de ingreso en la RAE. Contaba que, siendo todavía más joven que hoy, aprovechaba algún que otro viaje a Madrid para visitar el Museo del Prado y ver Las Meninas. Hoy, algunos de los que tienen la edad que tenía usted entonces se dedican a lanzar sopas a los cuadros y a pegarse a sus marcos con pegamento.
Es una manera absurda de llamar la atención. Me recuerda, salvando las distancias, a aquel loco que decidió matar a John Lennon para llamar la atención. De momento, atacan cuadros acristalados. El Guernica, como no lleva cristal, está muy vigilado y rodeado de agentes de seguridad. Es una protesta primaria.
Hablando de la RAE, otra de las novedades lingüísticas de nuestro tiempo es el desdoblamiento del plural: "Buenas tardes a todos y a todas". Se ha convertido en un latiguillo de los "políticos". Ahora, la mitad del Gobierno añade el "todes". Esto se debatió en la RAE. ¿Cuál es su opinión?
Hay un extensísimo informe de la Academia que le fue remitido a Carmen Calvo. Creo que no le gustó mucho.
Por terminar el capítulo de la RAE: he leído una cosa muy divertida. Vázquez Montalbán contó que iba a escribir en 'El País' un artículo elogioso sobre "el nombramiento de Pere Gimferrer como académico" y que usted le dijo: "Espera hasta que se formalice el ingreso, que en la Academia son todos muy de derechas". ¿Lo son?
En aquel momento, había una parte de derechas con gran valor histórico y una de izquierdas. Es difícil calificar hoy la Academia con el eje derecha-izquierda. Sí puedo decirte que tanto mi nombramiento como el de Julio Caro Baroja iban dirigidos a que se incorporara algo distinto a la derecha tradicional, que dominaba numéricamente, pero no con mayoría absoluta.
[Pere Gimferrer ha pedido de postre una tarta de queso al horno. "Fuera de cámara", la llama. No le gusta la comida fría. Nosotros hemos pedido lo mismo. Es momento de detener la grabadora porque se está quedando sin batería y sin espacio. El mar continúa ardiendo. El agua ya nos alcanza el cuello. Nos salen las referencias por la nariz, como el gas cuando se bebe muy rápido la coca-cola. ¿Recordaremos mañana algo de todo esto? Por si acaso, queda escrito].