El Diccionario de Autoridades de 1726, primera recopilación académica de la lengua castellana, recoge hasta cinco acepciones de la palabra “cabezón”, pero ninguna parece significar lo que la titular de Hacienda y ministra portavoz María Jesús Montero trató de decirle a Pablo Iglesias.

Ilustración de Javier Muñoz, basada en la fotografía de Arjan Benning.

Su “¡no seas cabezón!” no se refería desde luego ni al “ajuste que se hace con las Ciudades, Villas y Lugares para pagar los tributos y derechos reales”; ni al “padrón o lista que se hace de los contribuyentes”; ni a la “lista o tira de lienzo que rodea el cuello y se prende con unos botones”; ni a la “media luna de hierro que se pone sobre las narices del potro para que le haga obedecer el freno”; ni al “cabestro o ramal de cáñamo fuerte, con que se ata a la bestia en la caballeriza”.

Mucho más cercana al mensaje de la ministra sevillana es la doble acepción de “cabezudo”, en esa misma obra seminal de nuestro léxico: “En lo literal, el disforme y grande de cabeza”; pero extensivamente “usase para el terco, porfiado, tenaz y asido a su dictamen, que no se sujeta a la razón ni a la opinión de otro”.

De ahí su ridiculización en las tradicionales fiestas de Gigantes y Cabezudos y la mucho más seria advertencia de Fray Luis de León: “El tratar con sólo la ley escrita es como tratar con un hombre cabezudo”. Con ese tipo de personas, hace falta algo más que la letra de la legalidad vigente.

La plena equivalencia entre “cabezudo” y “cabezón” aparece en todos los diccionarios contemporáneos desde el de Pagés y Pérez Hervás, hasta la última edición del de la RAE que ilustra la terquedad o testarudez con una cita que parece dedicada a la relación de Sánchez con Iglesias y los demás ministros de Podemos: “Él tiraba para atrás, pero nada: ellos, cabezones, que para delante”.

En esta última edición vigente, consta además una tercera acepción que describe bien tanto la intensidad del líder morado, como el efecto que causa en los demás: “Dicho de una bebida de alta graduación -y habitual baja calidad, añadiría yo- que se sube a la cabeza”.

Pancracio Celdrán en su Gran Libro de los Insultos nos ilustra con las ligeras variantes de quienes al cabezón le llaman “cabesote” en distintas comarcas de Murcia y Alicante, “cabezolón” o “cabezorrón” en Jaén, y “cabezorro” en Arnedo o la Ribera navarra. Suya es también la recolección de esta inspirada glosa de la cabezonería baturra: “En la plaza del Pilar/ había un aragonés/ que estaba clavando un clavo/ con la cabeza al revés”.

Por su parte Camilo José Cela, en su Diccionario Secreto, aporta otra dimensión que seguro que María Jesús Montero no tenía en mente, pero que es insoslayable, tratándose de alguien que se ha autodefinido como “macho alfa”. Me refiero a la equivalencia entre “cabezón” y “cojón” y a la cita anexa de Hugo Rivera, propia de una antología del machismo: “Cuando saqué el cabezón ‘pa juera’, la tonta se puso a gritar y llamar a su mamá”.

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Que Pablo Iglesias se nos ha subido a la cabeza, que ni a él ni a los suyos los disuade la ley -porque la ignoran o la cambian-, que no hay manera de convencerlos de que dejen de clavar clavos al revés, que son tan exasperantes y dañinos que a menudo dan ganas de pedir auxilio y que el peso de su cabezonería empieza ya a aplastarnos a todos, es algo que hemos descubierto y constatado en 2020, como si de una metafórica segunda infección se tratara.

La equivalencia entre “cabezudo” y “cabezón” ilustra la terquedad con una cita que parece dedicada a la relación de Sánchez con Iglesias

Los primeros que han sufrido el peso del Cabezón han sido los propios ministros socialistas, víctimas de continuos ataques personales por negarse a allanar el camino a Iglesias. Empezando por las tres vicepresidentas.

Que se lo digan si no a Carmen Calvo que ha tenido que soportar que Irene Montero, en venganza por su oposición a los aspectos más disparatados de la Ley de Violencia Sexual y la promoción del transgénero, la acuse de “mirar a la derecha”, por negociar con Ciudadanos; que Noelia Vera la comparara con Salvini durante la crisis del Open Arms; que Jaume Asens la presentara como “cómplice de la Casa Real” en la “huida” del rey Emérito; o incluso que un tal Sergio Torres, director general de Derechos Animales, se permitiera advertirle que el otro Pablo Iglesias, “el Abuelo”, la habría “expulsado del PSOE” por defender la tauromaquia.

Que se lo digan si no a Nadia Calviño que ha tenido que aguantar titulares del órgano oficial de Podemos como “Vicepresidenta Calviño: Si no está a la altura, deje que otro ministro ocupe su lugar” o “Nadia Calviño se achica en defensa del salvavidas económico”. O comentarios de diputados de Podemos como “No ha entendido nada, se le paró el reloj en 2008”, por bloquear la derogación exprés de la reforma laboral pactada con Bildu y oponerse a las dispendiosas pretensiones de Podemos en materia de Salario Mínimo o Ingreso Vital.

Que se lo digan si no a Teresa Ribera que ha tenido que pechar con que Ione Belarra, secretaria de Estado de Pablo Iglesias, le acuse de “incumplir los acuerdos de Gobierno” y el propio líder de Podemos la presione con un manifiesto de siete partidos, exigiendo la prohibición del corte de los suministros de luz o electricidad, entre insinuaciones maledicentes sobre su condescendencia con el sector eléctrico en general y su especial permisividad con Bogas.

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Pero que se lo digan también a Margarita Robles, señalada por la propia Belarra nada menos que como “la ministra favorita de los poderes que quieren que gobiernen el PP y Vox”, simplemente por recordar a Iglesias que “no hay otro presidente sino Sánchez” y salir en defensa de la Corona, frente a cada arremetida de Podemos.

O a José Luis Ábalos, víctima de una denuncia desquiciada de Podemos ante la Fiscalía Anticorrupción por la aprobación de la Operación Chamartín que tanta prosperidad va a traer a la capital, y atacado ahora por tratar de ponderar la protección de los más desfavorecidos con el derecho a la propiedad y la seguridad jurídica en el Decreto Antidesahucios.

O a Juan Carlos Campo, tildado nada menos que de “machista frustrado” por el propio Pablo Iglesias y de “machote” que dice “te arreglo la ley”, por su mero intento de armonizar el disparate normativo que se ha empeñado en sacar adelante Irene Montero, con los principios generales del Derecho, durante un para él inolvidable almuerzo en el Ministerio de Justicia. 

Margarita Robles, señalada como “la ministra favorita de los poderes que quieren que gobiernen el PP y Vox”

O a José Luis Escrivá, acusado de ralentizar la aprobación y tramitación del Ingreso Mínimo Vital, de recortar subvenciones a ONG afines a Podemos -se ha publicado que “hubo una bronca muy seria” con Iglesias y su diputado Enrique Santiago- y de adoptar una postura “poco social” en todo lo referente a la reforma de las pensiones.

O a Isabel Celaá, humillada en pleno Consejo de Ministros por su presunta “falta de liderazgo” e “inacción” en la organización de la “vuelta al cole” de septiembre, pese a tratarse de una competencia transferida a las comunidades autónomas.

O a Fernando Grande-Marlaska, acusado de “jugar con la dignidad de las personas migrantes”, requerido a dimitir por la líder de Podemos en Canarias, en plena avalancha de pateras, y atacado por llevar a cabo devoluciones en caliente.

O a Pedro Duque, al que le costará olvidar que Podemos exigiera su dimisión, sin tan siquiera esperar a que aclarara la regularidad de su conducta fiscal, cuando se infló el escándalo de su sociedad patrimonial, al constituirse el primer gobierno de Sánchez.

O a Arantxa González Laya, zancadilleada una y otra vez en su política exterior, por sus socios de Gobierno, bien se trate del Sáhara, Gibraltar o Venezuela; y obligada a soportar el desplante de ver levantarse y marcharse a Pablo Iglesias, a su lado en el banco azul, justo cuando reivindicaba la competencia de Exteriores y Moncloa para fijar la política frente al régimen chavista.

O, por supuesto, a María Jesús Montero que cuando soltó el “¡no seas cabezón!” acababa de leer la crónica de Alberto D. Prieto en EL ESPAÑOL, desvelando que Podemos pretendía plantear a Sánchez que la relevara por “incapaz” y ejercer “más como portavoz del PSOE que del Gobierno”.

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De todos los ministros socialistas sólo Illa, Planas, Reyes Maroto y Uribes se han librado hasta ahora, por razones muy distintas, de los cabezazos de Iglesias y su grupo. Y eso no significa que no hayan oído silbar los puñales morados -sobre todo el ministro de Cultura- a pocos centímetros de distancia.

Pero lo que nos importa no es que los ministros, cargos y afiliados del PSOE, obligados a explicar en su entorno social la deriva a la que les está llevando Iglesias, de la mano de Otegi y Rufián, estén notando cada día más el peso del Cabezón que les ha caído encima. A fin de cuentas, en el pecado llevan la penitencia.

Podemos pretendía plantear a Sánchez que relevara a María Jesús Montero por “incapaz”

Lo sustantivo es el daño, tal vez irreparable, que en nuestra fábrica social está causando ese empecinamiento en “argentinizar” -como dice el equipo de Calviño- una sociedad subsidiada, en la que “si no pagas, no pasa nada”. Y la dinámica autodestructiva, tal vez irreversible, que en nuestra convivencia e identidad está produciendo esa cabezonería del resentimiento, al servicio de la fragmentación nacional.

Con un cabezón maligno de nada sirven los pellizcos de monja. Este mismo sábado hemos podido escuchar lo ufano que se siente Iglesias de que María Jesús Montero lo haya caracterizado así. No deja de ser paradójico, por cierto, que se jacte de su terquedad en que se cumpla lo firmado en el acuerdo de gobierno, mientras vuelve a arremeter contra la Monarquía, es decir, contra la Constitución, que es el primero de nuestros pacta sunt servanda.

Sánchez y los suyos deberían empezar a preocuparse de si no se les habrá escapado ya definitivamente el monstruo. En ese mismo Diccionario de Autoridades que he empezado glosando, se explica el significado de un refrán muy popular en aquellos albores del siglo XVIII: “Entra por la manga y sale por el cabezón”.

Se refería a la antigua ceremonia de las adopciones en Castilla “que consistía en que la persona que adoptaba entraba la cabeza del adoptado por la manga de una camisa muy ancha y, sacándosela por el cabezón, le daba paz en el rostro, quedando por este medio incorporado en la familia del adoptador”.

Pero, atención a la interpretación posterior, fruto de la experiencia social muchas veces repetida: “Hoy se aplica a las personas que, admitidas a la familiaridad del trato, se ensanchan con él, propasándose a más de lo que se les permite”.

Pablo Iglesias entró por la manga de un pacto de gobierno al que aportaba solamente 35 escaños y nos ha salido, cabezota, cabezudo y cabezorro, por el cabezón de una “dirección de Estado”, mediante la que no ceja en tratar de invertir la correlación de fuerzas de la coalición.

Lo único que me tranquiliza es comprender que, como en el Don Giovanni, estrenado este viernes en el Real, en el que el obstinado seductor es fatalmente herido, a la vez que mata al Comendador, Iglesias lleva el balazo de la moqueta, la escolta y el coche oficial, desde que se abrazó con Sánchez, y no dejará de agonizar aceleradamente, mientras siga deleitándose en las sucesivas conquistas del ejercicio administrativo del poder.