En mi primer almuerzo con Villarejo -seguro que lo tendrá grabado- me impresionó que hablara una y otra vez de El Polla y El Polla de Hierro, para referirse al marido de María Dolores de Cospedal, Ignacio López del Hierro. Pero más aún que explicara que, en su labor como policía, es decir, al servicio del Estado, había tenido que invitar a “tomar café” a más de uno y que, al cabo del rato, resultara que así es como, según él, se hablaba de la eliminación física, en la jerga que compartía con sus colegas más cercanos.
Una de las series de moda, The Americans, recrea la parte sumergida del espionaje durante el final de la Guerra Fría, en el Washington de la era Reagan. Sus protagonistas son una pareja de rusos enviados por el KGB a Estados Unidos para realizar tareas especiales -invitaciones a “tomar café” incluidas- e infiltrarse en el contraespionaje norteamericano.
Con sus dos hijos, su casa en un barrio de clase alta y su agencia de viajes como tapadera, Elizabeth y Philip Jennings parecen la “all american couple”. El guionista se toma incluso la licencia de quitarles todo acento extranjero. Tan perfecta es su coartada, que el superagente del FBI que tienen por vecino les abre su casa y su intimidad sin sospechar nada durante gran parte de la serie.
¿De dónde vienen la mayoría de sus problemas tanto profesionales como privados? Del fuego amigo, fruto de las disensiones entre las distintas facciones del régimen soviético. Si no fuera por las intrigas del propio directorio de los servicios secretos al que pertenecen y de la delegación oficial del KGB o “rezidentura” en Washington, los Jennings podrían alternar plácidamente sus fases de enamoramiento e infidelidad con los tiros entre ceja y ceja a cada invitado a “tomar café”.
En el fondo se trata de la misma historia que resume la sustancia del conflicto entre el general Sanz Roldán y Villarejo: la pugna entre los espías “legales” y los espías “ilegales”, con el Emérito, las empresas del Ibex y particulares poco escrupulosos cogidos entre dos fuegos.
Los “espías legales” tienen rango oficial y estatus público, sea de carácter militar, policial o diplomático. Tienen menos libertad de movimientos porque el enemigo les tiene fichados, pero lo peor que les puede ocurrir, si les descubren con las manos en la masa, es perder el destino o ser deportados porque el Estado les ampara, reconoce y protege. De hecho, a menudo sirven de moneda de cambio, en el tablero de ajedrez de las crisis interiores y exteriores.
Los espías “ilegales” tienen, en cambio, mucho más margen de maniobra, pues el Estado sólo les proporciona una tapadera, para que les sirva de cobertura, en el cumplimiento de misiones más o menos concretas o difusas. Ni el enemigo ni nadie sabe quiénes son ni a qué se dedican. El propio status de “agente encubierto” es casi siempre una entelequia, sin base documental clara. Si les pillan en un renuncio, sus superiores se desentienden de ellos y les abandonan a su suerte.
Una democracia no debería tener espías “ilegales” y los primeros en sentarse en el banquillo deberían ser quienes permitieron que Villarejo utilizara medios del Estado para lucrarse de forma presuntamente delictiva, a costa de empresas y particulares. Pero, en este ámbito, todavía peor que el crimen es la estupidez y lo que viene ocurriendo en España, de manera encadenada, nos retrata como un país institucionalmente idiota.
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La forma en la que Sanz Roldán, jefe de los espías “legales”, mantuvo durante años un pulso público, contra quien emergió como el más atrabiliario de los espías “ilegales”, no pudo ser más dañina para el Estado. Si sus denuncias tenían fundamento, como todo indica que era el caso, Rajoy y Soraya deberían haber hecho valer su autoridad para retirarle la protección de Jorge Fernández y Cospedal.
Todavía peor que el crimen es la estupidez y lo que viene ocurriendo en España, de manera encadenada
Su pasividad e indecisión dio margen a Villarejo para identificar la amenaza y defenderse como gato panza arriba, golpeando al general en el más débil de sus flancos: la utilización de los espías “legales” para tapar la corrupción de Juan Carlos I, aneja a sus andanzas sexuales.
El pasado octubre EL ESPAÑOL desveló cómo el 14 de junio de 2016 la Fiscalía abortó en el último instante la detención de Villarejo, cuando un operativo de la unidad de Asuntos Internos había sido desplegado en torno a su chalé. Villarejo lo supo y dispuso de diecisiete meses más, antes de su captura y prisión provisional, para preparar su mecanismo de respuesta.
El parche de pirata no es sino la última de las máscaras del “héroe”. El Villarejo que en 2012, en los albores del procés, se aproxima a la ex novia de Jordi Pujol Ferrusola, haciéndose pasar por un periodista freelance que investigaba el maltrato machista, estaba protegiendo al Estado.
El Villarejo que en 2013 interviene en la Operación Kitchen, controlándonos a quienes teníamos acceso a los Bárcenas -media hora después de que me viera con su esposa, ya sabía de qué habíamos hablado-, hasta lograr apropiarse de la documentación que perjudicaba a Rajoy, estaba protegiendo a un Gobierno putrefacto.
El Villarejo que en 2015 se aproxima a la ex novia del Rey Juan Carlos, ofreciéndole sus servicios jurídicos y su protección frente al CNI y graba, en connivencia con Juan Villalonga, la embarazosa conversación que publicó EL ESPAÑOL, estaba apuntando al mediastino del Estado. La distinción puede parecer sutil pero sus efectos prácticos no lo son.
Villarejo no podía seguir campando impunemente a sus anchas, grabando, extorsionando y quién sabe si dando a probar pequeños sorbitos de café con arma blanca a particulares que en nada afectaban al interés público. Pero la forma en que se actuó contra él, no pudo ser más torpe.
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En su día alegué que abrir una causa general a Villarejo por delitos económicos, cometidos desde la empresa de seguridad que le servía de coartada para seguir haciendo trabajos sucios para el Estado, era como acusar de fraude fiscal a la lavandería utilizada como tapadera por los agentes de CIPOL, en la serie televisiva de los 70. Ahora, en base a esta producción de medio siglo después, añado que sería como si el Kremlin expedientara a la agencia de viajes de los Jennings por cobrar sobreprecio a los turistas.
Si acorralas a una fiera, es normal que la fiera se defienda. En uno de los capítulos de The Americans agentes del KGB secuestran y torturan a Elizabeth y Philip para averiguar si uno de ellos es el “topo” al que buscan. Acto seguido, Elizabeth propina una brutal paliza a su controladora con un recado incluido: “¡Diles a quienes autorizaron esto que tu cara es un regalo para ellos!”. Es lo mismo que les está diciendo Villarejo a Sanz Roldán y quienes secundaron su ofensiva contra él, cada vez que hace un roto a alguna de las empresas del Ibex que tuvo por clientes.
Villarejo no podía seguir campando impunemente a sus anchas (...). Pero la forma en que se actuó contra él, no pudo ser más torpe
Su conjunción con Corinna ha resultado ser una bomba de relojería de explosión retardada, en la medida en que la mayor parte de las revelaciones incluidas en la cinta de aquella conversación, minuciosamente guionizada, han dado ya pie a investigaciones judiciales demoledoras para Juan Carlos y de gran utilidad para quienes tratan de destruir a la Corona y, con ella, a la España constitucional.
Lo único que quedaba por ocurrir es que, después de asumir ese coste, en aras de que se persiguiera a un presunto delincuente, al que se ha mantenido en prisión provisional durante tres años y medio, la Audiencia Nacional haya tenido que ponerle en libertad, por no haber sido capaz de juzgarle a tiempo. Y eso a pesar de haber troceado el “caso Tándem”, compendio de sus trapacerías, en hasta 30 piezas separadas.
Es para no creerlo. Desde el pasado miércoles, un hombre bomba anda suelto porque la magistrada Ángela Murillo y los demás miembros de su Sección Cuarta han sido incapaces de habilitar fechas para sentarle en el banquillo, por los tres primeros asuntos ya instruidos, antes de que se cumplieran los cuatro años de medidas cautelares autorizados por la ley.
Como alegaba ayer en este periódico el catedrático Agustín Ruiz Robledo, lo ocurrido con Villarejo “hace dudar de que la Audiencia Nacional supere el test de eficacia” que requiere la tutela judicial efectiva. El Consejo General del Poder Judicial debería tomar cartas en el asunto, pero el bloqueo de su renovación lastra su credibilidad.
La politización de la justicia y su exasperante ineficacia son así la pescadilla que se muerde la cola. Mientras hay inocentes que pasan años y años imputados en espera de juicio -un brillante y notorio abogado murió hace unos días en esa situación-, que haya delincuentes que sean castigados empieza a ser la excepción a la regla.
De hecho, ya hay quien augura el colapso por nulidad del conjunto del 'caso Tándem'. Y si, después de todo lo vivido, Villarejo ni siquiera se sienta en el banquillo tantas veces como delitos se le imputan, la Justicia española no será un cachondeo sino un peligro para la Nación.
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En uno de los capítulos más dramáticos de The Americans, el agente del FBI Stan Beeman le explica a un burócrata del KGB, al que ha capturado para averiguar el paradero de un compañero secuestrado por los soviéticos, que, cuando un cazador derriba un pájaro, su perro se lo trae a sus pies “con la boca blanda, sin apretar los dientes”. Y es normal que el pájaro herido se quede rígido, lisiado o paralizado por el miedo.
Pero Beeman añade que, a veces ocurre, que el pájaro “se hace el muerto” y cuando el perro lo deposita en el suelo, se escapa reemprendiendo el vuelo. “A lo mejor tú te crees que podrás escapar, cuando yo te deposite a los pies de mi jefe…”. Entonces le pregunta por última vez dónde está el agente desaparecido y, al no encontrar respuesta, le “invita” a una buena taza de “café”, disparándole en la nuca.
La politización de la justicia y su exasperante ineficacia son así la pescadilla que se muerde la cola
En un Estado de Derecho el proceso penal es la boca blanda de la ley. Una vez que la Policía o la Fiscalía derriba un pájaro, corresponde al juez instructor primero, a la sala de apelación después y al tribunal que ha de juzgar, por último, llevar hasta el banquillo al acusado. Y un sistema garantista funciona en la doble dirección de proteger al justiciable frente a la arbitrariedad y tutelar el derecho de las víctimas a obtener reparación. Cuando el pájaro se escapa y vuela durante el trayecto, las peores pulsiones, incluida la del ojo por ojo, emergen en la sociedad.
La técnica de Villarejo, una vez que sintió el plomo en las alas, no ha sido la de hacerse el muerto, sino, por el contrario, la de demostrar desde la prisión que seguía vivo y coleando en todas las direcciones. A la inspección del Poder Judicial le corresponde averiguar hasta qué punto su escalada de intimidaciones ha encontrado eco en la abulia estructural que parece instalada en ciertos estamentos de la Audiencia.
El hecho es que la boca blanda de la ley ha abierto sus mandíbulas antes de tiempo y aunque Villarejo, de momento, sólo exhiba un parche lastimero, porque a ningún tuerto se le puede arrancar más de un ojo, todos sabemos que la verdadera máscara acorde con su idiosincrasia, fantasías y apellido es la de V de Vendetta. O sea, la de aquel Guy Fawkes que en 1605 fue capaz de tratar de volar el Parlamento con los Reyes y el Gobierno dentro.