El líder del PP publicó el domingo pasado en ABC un artículo titulado 'Creemos en la España real', inspirado en las tesis del admirable Julián Marías. En concreto en la idea de que la Transición había supuesto “una aproximación entre la España oficial y la España real” y nos permitía encarar “un camino abierto de libertad y de progreso”, aun subsistiendo el riesgo del ensimismamiento en lo que Azaña llamaba el “terrible secreto” de nuestro pasado cainita.

Javier Muñoz

El planteamiento no sólo es válido sino peligrosamente vigente pues por doquier vemos gente muy diversa echando leña al fuego de la confrontación. Eso hace imprescindible contar con un gobierno cabal y estable y con una alternativa igualmente consistente en la oposición.

Mientras no haya nuevas elecciones -como pronto dentro de dos años- sólo Sánchez y Casado pueden encarnar esos papeles. Y son tantas las dependencias del actual Gobierno de coalición de fuerzas contrarias a la estabilidad constitucional, tantos los asuntos ya inaplazables en los que sus contradicciones internas van a quedar de manifiesto y tan graves las amenazas de toda índole que tendremos que encarar, que sería muy tranquilizador percibir a un líder del PP listo para tomar el relevo.

Casado tiene grandes condiciones -integridad, profundidad, templanza- para asumir ese reto, pero me temo que su estrategia no esté siendo la adecuada. A tiempo está de rectificar y quizá pueda encontrar también en un título de Julián Marías la receta para enderezarla.

Me refiero a uno de sus libros de interpretación histórica, La España posible en tiempos de Carlos III. Un volumen publicado en 1963 en el que el discípulo de Ortega traza un interesante paralelismo entre el racionalismo filosófico y el pragmatismo o posibilismo político que caracterizó a los ilustrados que colaboraron con una monarquía que no dejaba de ser absoluta.

En una democracia consolidada, la dicotomía entre “España oficial” y “España real” no deja de tener un componente de autoengaño. Desgraciadamente la “España real” no es aquella en la que cree Casado porque engloba a muchas personas que demuestran sus valores antiliberales, votando a partidos con programas nocivos para el bien común. Aunque la ley electoral produzca distorsiones, ninguna fotografía refleja mejor la realidad política de una nación como la composición de su arco parlamentario.

Los votantes de la CUP, de Batasuna, de Junts, de Esquerra, de Podemos o de Vox son tan parte alícuota de la “España real” como los de los tres partidos centrales que asumen en su integridad el orden constitucional. Entre ellos están “los españoles que se creen no serlo” -Madariaga dixit- pero también quienes creen que sólo se puede ser español a su manera. Claro que, les guste mucho, poco o nada, todos ellos son hijos de un mismo censo electoral.

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Casado y sus colaboradores parten de la premisa de que en 2019 los españoles fueron engañados por Sánchez cuando, después de la repetición electoral, formó gobierno con aquellos que iban a quitarle el sueño y pactó la investidura con quienes dijo que no lo haría nunca. Este pecado original no deslegitima por supuesto al Gobierno, pero lo convierte, a sus ojos, en un Ejecutivo fruto de la mentira, rehén de la mentira y abocado a la mentira. Por eso Sánchez es un presidente “del que no te puedes fiar”, según la expresión que Casado repite casi tanto como los buenos días.

Si la percepción general o al menos mayoritaria fuera tan rotunda, los sondeos lo reflejarían con mucha mayor nitidez y sólo quedaría aguardar a las urnas para que la tortilla diera aparatosamente la vuelta. Pero, aunque tampoco secunden el escandaloso servilismo del CIS, ninguna encuesta refleja ese rotundo vuelco. Tan sólo una propensión hacia el empate entre el bloque gubernamental y las fuerzas de oposición con mucho partido por jugar.

Si la percepción general o al menos mayoritaria fuera tan rotunda como la del PP, los sondeos lo reflejarían con mucha mayor nitidez

¿Cómo es posible que ni ese pecado original, ni los errores en la gestión de la pandemia, ni los indultos y demás concesiones a los separatistas, ni los disparates de sus socios de Podemos, ni la brusca subida del coste de la vida estén desgastando en exceso a Sánchez?, se preguntan con perplejidad los líderes de la derecha democrática.

Por un lado, da la impresión de que los españoles en su conjunto son más comprensivos que ellos con las circunstancias en las que se formó el actual Gobierno. No es cierto, como sostenía Rivera y ahora alega el PP, que Sánchez tuviera decidido de antemano entenderse con la extrema izquierda y los separatistas. Simplemente no le quedó otra opción después de que el líder de Ciudadanos tirara por la borda de la necedad política la mayor ocasión centrista que vieron los siglos y de que el número dos del PP pinchara el globo de la gran coalición pidiendo su dimisión como secretario general del PSOE por haber retrocedido tres escaños.

A veces da la impresión de que hay líderes de opinión y dirigentes políticos que solo esperan la mañana en que un señor, con ojeras proporcionales a su altura, entre en la comisaría más cercana y diga: “Buenos días, soy Pedro Sánchez y vengo a entregarme por mis múltiples delitos”.

Es fácil perder el sentido de la proporción cuando el prejuicio ad hominem es tan rotundo. Presentar a Sánchez como “el señor X” del “caso Ghali” es un mal chiste. No porque no sea patente que el presidente tuvo que autorizar la introducción irregular del líder polisario en España -como dice un amigo socialista, “si el ministro del Interior estaba en contra y la ministra de Exteriores a favor, ¿quién decidió?”-, sino porque, más allá de la similitud fonética, la comparación con la trama de terrorismo de Estado que dejó más de dos docenas de cadáveres nos ofende a cuantos luchamos contra ella.

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No estamos en el 1995 del “Váyase, señor González” sino en un 2021, entre la catástrofe (mundial) de la pandemia y la gravísima amenaza (mundial) de la inflación, en el que lo pertinente sería plantear en una sesión de control: “¿Qué podemos hacer, señor Sánchez, para liberarle a usted de las hipotecas que están llevándole a tomar decisiones que perjudican gravemente el bienestar de los españoles y la estabilidad de la nación?”.

Es cierto que Sánchez ha rechazado hasta ahora todas las ofertas de pactos sectoriales de Casado y que, como presidente, la iniciativa debería corresponderle a él. Pero en la búsqueda de los grandes consensos nunca hay que darse por vencido, siempre hay que perseverar en el “por mí no quedará”. Entre otras cosas porque, ante los ojos de la opinión responsable, gana más quien ofrece su apoyo que quien lo recibe.

Ante los ojos de la opinión responsable, gana más quien ofrece su apoyo que quien lo recibe

Puestos a soñar, si Casado ofreciera a Sánchez pactar los Presupuestos sin contar ni con Podemos ni con Esquerra, colocaría en un brete al presidente, despojándole de la coartada de la falta de alternativas y tendría en el bolsillo medio billete a la Moncloa. ¿O acaso el triunfo del SPD el pasado domingo no empezó a fraguarse cuando aceptó incorporarse a la gran coalición liderada por Merkel?

Alemania sigue dándonos lecciones de inteligencia política. A menos que uno de los dos grandes partidos tenga mayoría, las soluciones siempre basculan entre la “grossen coalitionen” y los pactos con el centro, un espacio expandido que hoy comparten verdes y liberales. Todo pasa por la exclusión de los extremos, obtengan el resultado que obtengan. Y como eso lo saben los votantes, tanto Alternativa por Alemania como La Izquierda, equivalentes a Vox y Podemos, menguan en la marginalidad.

En España ocurre lo contrario: tenemos a Podemos en el Gobierno y todas las expectativas de que Casado llegue a la Moncloa pasan por su colaboración con Vox. Junto a la ruptura de puentes con Sánchez, ese es su segundo gran problema. Y ambos se retroalimentan.

Es verdad que los hechos han demostrado que el sistema tiene suficientes amortiguadores -el principal de ellos la UE- como para resistir el asalto a los cielos por parte de cualquier demagogo. Si Pablo Iglesias ha tenido que cortarse la coleta, como símbolo de su impotencia y volver al confort de la agitación sin responsabilidad, otro tanto le ocurriría a Abascal. Pero hay una gran mayoría de españoles que no desearía tener que pasar por esa experiencia. Más que al anhelado cambio político asistiríamos a una continuidad de la era de la confrontación sin tregua, cuartel, ni urbanidad, sólo que con los roles cambiados.

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Escribo bajo el profundo impacto que me ha causado constatar en Ceuta -donde hemos celebrado las últimas sesiones del Foro Económico Español- el dañino papel que Vox está desempeñando en la ciudad, emponzoñando la convivencia, atacando la multiculturalidad, ofendiendo a los musulmanes e insultando a los hindúes a los que llama “oscuritos” y asocia con los bazares, aunque formen parte del Gobierno como es el caso de la competente consejera de Hacienda Kissy Chandaramani.

Es significativo que todos los demás partidos estén unidos en defensa de la identidad integradora de su comunidad. Hasta en una sesión que celebramos con escolares de entre 14 y 16 años había coincidencia en ese aspecto. Tanto los que decían haber sentido miedo tras la invasión de mayo, como los que pedían comprensión y ayuda hacia los menores utilizados por Marruecos, nos transmitieron su indignación por el zafio y agresivo papel desestabilizador de Vox.

El PP debería tener mucho más en cuenta la experiencia del alcalde presidente Juan Jesús Vivas, uno de sus dirigentes más solventes, con una impresionante trayectoria de logros y realizaciones al servicio de los ceutíes. Fue desde luego un error declarar persona non grata a Abascal -por mucho que a los ojos de la mayoría lo resulte- pero su conducta incendiaria, cuando más daño podía hacer a los intereses nacionales, debería servir de advertencia a Casado. No basta con describir certeramente a la extrema derecha en un brillante discurso. Hay que apartarse todos los días de ella, sin dejar el menor espacio a la condescendencia.

De hecho, en Bruselas empieza a cundir la inquietud ante la perspectiva de que la única alternativa al actual gobierno de Sánchez sea un gobierno de Casado rehén de Vox. Cuando Francia, Italia y Alemania mantienen a raya a sus partidos ultras, sería una calamidad que en España se crearan dinámicas similares a las de Polonia y Hungría.

En Bruselas empieza a cundir la inquietud ante la perspectiva de que la única alternativa al actual gobierno de Sánchez sea un gobierno de Casado rehén de Vox

El aparato de Génova que comanda Teo García Egea está equivocándose gravemente al tratar de conjurar para siempre el riesgo de estenosis electoral que estuvo a punto de llevarse por delante al PP de los 66 escaños, heredado por Casado, tratando de aniquilar a Ciudadanos. Especialmente porque los naranjas han quedado vacunados para siempre contra el mal de altura y Arrimadas sólo defiende un escueto pero decisivo espacio común a todas las democracias europeas: el del puente entre conservadores y socialistas que ocupan los liberales.

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Aunque haya quienes vayan perdiendo la vista con el paso del tiempo, en España hay y seguirá habiendo un partido liberal. Podrá obtener tres o treinta escaños, según las rachas del viento, pero siempre será el socio natural de un buen gobierno, como ocurre en Andalucía, y el aliado natural de la oposición a un gobierno manifiestamente mejorable, como ocurre en el conjunto de España.

El problema para el PP no está en el centro -ya ha ganado en ese espacio todo lo que podía ganar- sino a su derecha. Al margen de cual sea la suma final, cada diputado de Ciudadanos fortalecerá a Casado y cada diputado de Vox le debilitará.

No basta con llegar a la Moncloa, luego hay que gobernar. Pero antes incluso de plantearse esa encrucijada, Casado debe ser consciente de que es Vox quien frena doblemente su crecimiento: por los votantes radicales que le quita y por los votantes moderados que ahuyenta. De hecho, el rechazo a Vox sigue siendo el decisivo as en la manga de Sánchez para reeditar su triunfo electoral, la paradójica carta que mantiene en pie el castillo de naipes de su mayoría política.

La conclusión es clara: no hay otra España posible que pueda aupar y mantener en el poder a Pablo Casado que la que desea neutralizar simultáneamente a los tres populismos que amenazan nuestra convivencia. La España moderada que abomina de los extremismos y que difícilmente se movilizará si lo que se le ofrece es tan sólo la incierta posibilidad de cambiar a Guatemala por Guatepeor o a Guatepeor por Guatemala.