No han pasado ni siquiera ocho años -era octubre del 14- desde que un recién nombrado secretario general del PSOE de nombre Pedro Sánchez diera uno de sus primeros campanazos. "Sobra el Ministerio de Defensa", dijo en una entrevista, añadiendo que él reasignaría el presupuesto correspondiente a la lucha contra la violencia de género y la pobreza.
El ciudadano medio se echó las manos a la cabeza. Si sobraba el Ministerio de Defensa, es que sobraban las Fuerzas Armadas. Ningún líder de la izquierda radical había llegado tan lejos.
Ahora ese mismo Pedro Sánchez, en plena madurez política como presidente del Gobierno, ha sido anfitrión entusiasta de la Cumbre de la OTAN que ha aprobado el mayor rearme occidental desde los tiempos de la Guerra Fría. Ha predicado además con el ejemplo, aceptando incrementar en un 50% la dotación de la base norteamericana de Rota y comprometiéndose a duplicar el presupuesto militar español en lo que queda de década.
[Pedro Sánchez: "Pediré un compromiso de país para subir el gasto en Defensa hasta el 2% del PIB"]
La rápida metamorfosis de Sánchez de paloma, no en halcón, pero sí en águila dispuesta para el combate, es la síntesis exprés de la evolución del Partido Socialista durante las últimas cuatro décadas. Del "yanquis no, bases fuera" del inicio de la transición al nuevo "concepto estratégico" que, tras la Cumbre de Madrid, constata que la humanidad debe prevenir una Tercera Guerra Mundial manteniendo a raya a Rusia y China, hay un largo trecho.
González y Guerra visitaron el Kremlin como invitados del PCUS. Sánchez ha declarado al exagente del KGB que ahora lo ocupa su enemigo público número uno.
"Han tenido que pasar 18 años para que Sánchez, tras varias aproximaciones fallidas, haya logrado recuperar la confianza de Washington"
Ha sido una evolución espasmódica desde el volantazo que supuso convertir el referéndum para sacar a España de la OTAN en un plebiscito personal de Felipe González para mantenerse en ella, con el sarcasmo añadido de quedar fuera de la "estructura militar". Con todo y con eso, pronto apoyamos el despliegue de los euromisiles y el mismo Javier Solana que protestaba airadamente en la calle contra la Alianza se convirtió en su secretario general y no vaciló en bombardear Yugoslavia sin el amparo de la ONU.
Ese unilateralismo se reprodujo, con la propia OTAN dividida, tras el 11-S, durante la crisis de Irak. En respuesta al alineamiento de Aznar con Bush, Zapatero protagonizó el desplante a las barras y estrellas, la retirada unilateral de las tropas y, lo que más ofendió a Washington, el llamamiento en Túnez a que otros países le secundaran. Ni con Obama ni menos aun con Trump cicatrizó esa herida.
Han tenido que pasar 18 años para que Sánchez, tras varias aproximaciones fallidas, haya logrado recuperar la confianza de Washington. Detrás de la cordialidad de su encuentro con Biden en La Moncloa hay meses de concienzuda labor diplomática pilotada por Albares, con Margarita Robles desempeñando un papel clave, como quedó patente en su visita de hace unas semanas al Pentágono.
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Quienes siempre hemos defendido el atlantismo y la estrecha colaboración con los Estados Unidos no podemos por menos que aplaudir esa declaración de 18 puntos que actualiza y amplía nuestros históricos acuerdos bilaterales. Pese a todos sus inquietantes desgarros y conflictos, se trata de la mayor democracia del planeta en la que continúan en vigor la división de poderes y el control social del Gobierno.
Es cierto que la formalización del antagonismo con Rusia y las serias advertencias a China incluidas por la OTAN en el "concepto estratégico" de Madrid nos acercan a un mundo más peligroso. Incluso producen el vértigo de asomarnos retroactivamente al orden tripolar de 1984 en el que "Oceanía" (liderada por Estados Unidos), "Eurasia" (la UE más Rusia) y "EastAsia" (básicamente China) practicaban la "guerra perpetua", en contraposición al ideal kantiano, a base de continuos cambios de alianzas.
La imaginación sobre las vueltas que pueda dar el futuro es libre, pero España ha quedado ahora claramente anclada en el lugar que le correspondía: un club de 32 democracias -algunas más imperfectas que la nuestra- comprometidas a defenderse juntas.
De momento, bien está lo que bien acaba. Quienes tenemos años y memoria aun recordamos cómo, en tiempos de Adolfo Suárez, España asistió -aunque fuera como observador- a la cumbre de Países No Alineados, significativamente celebrada en La Habana.
"De la época en la que el Departamento de Estado impulsaba la Marcha Verde y la Administración Reagan se lavaba las manos ante el 'asunto interno' del 23-F, hemos pasado a los 18 puntos de la Declaración de la Moncloa"
Cuba sigue donde estaba entonces, pero España no. Medio siglo de transición y monarquía constitucional nos ha sacado del basurero de la historia en el que permanecíamos cuando el dictador murió en la cama y millones desfilaron ante su féretro. Esa es la verdad que acredita la memoria honesta, pacte lo que pacte con Podemos o Bildu el menesteroso Grupo Parlamentario Socialista.
Gracias a los esfuerzos acumulados por todos los gobiernos del llamado "régimen del 78" que esas fuerzas radicales pretenden dinamitar retóricamente tras haberlo intentado en vano de forma literal, España es una de las grandes democracias de la tierra.
De los tiempos en los que llamábamos tartamudamente a las puertas de la UE, hemos pasado a una situación en la que la Comisión Europea nos entrega dinero de más, al ver renquear nuestra economía.
De la época en la que el Departamento de Estado impulsaba la Marcha Verde y la Administración Reagan se lavaba las manos ante el "asunto interno" del 23-F, hemos pasado a los 18 puntos de la Declaración de la Moncloa.
Del zigzagueo del "OTAN de entrada no… y de salida tampoco" hemos pasado a desplegar fuerzas militares en Letonia, Bulgaria, Irak o Turquía, pese a tener ministros comunistas en el Gobierno.
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La Cumbre de Madrid ha sido un éxito organizativo, pero sobre todo político y diplomático. Ese punto número 20 del nuevo "concepto estratégico" en el que la OTAN se compromete a "defender cada centímetro de territorio aliado" y a "preservar la soberanía e integridad territorial de todos los aliados" es un nuevo paraguas protector para Ceuta y Melilla. Si a ello le unimos la nueva prioridad de la Alianza de vigilar las amenazas que vengan del sur, es evidente que la seguridad nacional y el valor geoestratégico de España salen notablemente reforzados.
Sánchez tiene derecho a seguir paseando unos días por las nubes. Ha tenido la mejor experiencia a la que puede aspirar un gobernante en un mundo global. Nunca vivirá nada igual, a menos que sus grandes fantasías europeas cristalicen y ocupe alguna vez el lugar de Von der Leyen.
Puede jactarse además de que, al menos en esto, la gran mayoría de la sociedad española le respalda. A la manifestación anti-OTAN asistieron su secretario de Estado Enrique Santiago -insólita conducta la de este junior minister que protesta el domingo contra su Gobierno sin acordarse de dimitir el sábado- y dos mil personas más. Justo la décima parte de los que se movilizaron el mismo día contra el aborto, también con los Estados Unidos como referencia.
"Sánchez va a necesitar al PP para que el Parlamento refrende sus compromisos con Estados Unidos y la OTAN. Sólo por eso debería ser más comedido en sus expresiones"
Nuestra última encuesta muestra cómo en tres meses ha progresado, hasta rebasar el 50%, el apoyo a que España entre en guerra si Polonia o Lituania -pusimos esos ejemplos en plena crisis por el corredor de Suwalki- fueran atacadas por Rusia. Mi conjetura de que tal vez dentro de unos meses toque formar un gabinete de guerra, con Sánchez y Feijóo al frente, sigue siendo una hipótesis remota pero no absurda.
Sin llegar a esa situación-límite, Sánchez va a necesitar al PP para que el Parlamento refrende sus compromisos con Estados Unidos y la OTAN. Sólo por eso debería ser más comedido en sus expresiones.
[Sánchez tendrá el apoyo del PP pero no de Podemos para cumplir los compromisos con la OTAN]
Ya digo que es lógico que estos días sienta la borrachera de su éxito y se vea aún dentro de la cámara hipobárica que compartió durante unas horas con los grandes de la tierra. Pero ni siquiera el subsiguiente mal de altura justifica que insista en alegaciones tan sinsorgas como que el PP representa los "oscuros intereses" de "poderes ocultos" y se sirve de "terminales mediáticas" para manipular los datos de la realidad a través de las encuestas.
¡Qué relato tan difícil de sostener cuando el presidente del Gobierno se deja homenajear por el director del CIS, avala las presiones que han hecho dimitir al presidente del INE y acaba de efectuar una gira triunfal, unilateralmente programada, por seis "terminales mediáticas" de la importancia de La Vanguardia, la SER, TVE, Radio Nacional, La Sexta y El País!
En cuanto a los "oscuros intereses" y los "poderes ocultos", le resultaría mucho más útil profundizar en las relaciones de Podemos con el régimen de Maduro, en las de Esquerra y Junts con los enviados de Putin y en las de Bildu -ahora que se cumplen 25 años del asesinato de Miguel Ángel Blanco- con quienes todos sabemos.
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El drama de Sánchez es la estrecha relación que hay entre los valores respaldados en esta memorable cumbre de la OTAN y los motivos que han llevado a los andaluces a otorgar una rotunda mayoría absoluta al PP de Bonilla y Feijóo. Y, por lo tanto, la fuerte incompatibilidad entre todo lo dicho, escrito y prometido en Madrid y los proyectos populistas y separatistas de los tres principales aliados que permiten sobrevivir al Gobierno.
Después de los pactos y apretones de manos con Biden, Macron o Scholz en la cámara hipobárica del liderazgo global, son los pactos y apretones de manos con Irene Montero, Rufián y Otegui en el barro de políticas incomprensibles para la inmensa mayoría de los españoles como la Desmemoria Histórica, la Ley Trans o la exclusión del castellano de las aulas, los que enseguida volverán a hundir a Sánchez.
Aunque el calendario electoral no deja ya demasiado margen para los pactos de Estado con el PP, ese sigue siendo el único camino virtuoso para poner freno al desastre económico, renovar el Poder Judicial y el Tribunal Constitucional y afianzar los logros de la Cumbre de Madrid en materia de paz y seguridad. Aunque sólo fuera por este último ámbito, Sánchez debería cambiar de guion, aceptar que Feijóo ha llegado al PP con la mano tendida y asumir que ya no puede contar con Vox como espantajo verosímil que agitar.
Una de las mejores cabezas de su equipo de Moncloa evocaba el otro día en una cena, con gran admiración, el ejemplo de la colaboración entre el Partido Conservador de Churchill y el Partido Laborista de Attlee durante la Segunda Guerra Mundial. Eso es lo que necesitamos hoy. Máxime cuando, a continuación, la persona más inteligente de mi entorno recordó lo que contestó Einstein cuando le preguntaron cómo sería la Tercera Guerra Mundial: "De lo único que estoy seguro es de que la Cuarta será con piedras y palos".