El comienzo de la Guerra Civil cumple este lunes 80 años. Yo cumplí hace un mes 35. Seguro que muchos de los de mi edad han mantenido una relación parecida con la contienda.
La Guerra Civil fue la murga perpetua de nuestra niñez. Un incesante soniquete de viejitos. Luego vino el paréntesis de la adolescencia, esa enfermedad congénita durante la cual utilizas cualquier cosa, incluida una guerra que no has vivido, para exhibir una identidad ante el mundo. Hay para quien el mal se convierte en crónico y queda encerrado en ese paréntesis toda su vida.
Al llegar a la edad adulta, la Guerra Civil comenzó a despertar en nosotros cierta nostalgia, pues sus historias eran las historias de nuestros abuelos, que se iban marchando y que pertenecían a la última generación que pudo contar sus recuerdos del 36. Dentro de muy poco ya no quedará nadie que pueda hablar de aquello en primera persona.
En mi casa hubo de todo. Por parte de padre, un abuelo que presumía de carné de anarquista de la FAI y cuyo hermano falangista se refugió en la Embajada de Chile con Sánchez Mazas.
Por parte de madre, una abuela cuya familia fue masacrada por los fascistas y que se casó con uno, mi abuelo, que fue a la División Azul para no pegar un solo tiro. Jamás hablaron de política entre ellos y yo no sabría diferenciarlos ideológicamente porque intuyo que su militancia no era ideológica sino afectiva. Uno decía que jamás votaría a la izquierda y la otra que jamás votaría a la derecha, aunque al final hasta en eso cedieron y al llegar las elecciones se encomendaban a mi madre y le decían que votarían lo que más le conviniera al resto de la familia.
Cada vez menos gente hace espiritismo el 20 de noviembre y los que lo hacen son ya reliquias arqueológicas. Hace poco pasé por Casa Olga, en La Guardia, y aquello tiene más de teatrillo para turistas que de santuario franquista. Algunos de los problemas de España son muy graves pero sus ciudadanos están a un siglo de distancia de tener que elegir "entre ser una especie de abisinio desteñido o un kirguís de Occidente".
Este domingo, las periodistas de El Mundo Emilia Landaluce y Ana María Ortiz reunieron a los hijos y nietos de los generales que se enfrentaron en la guerra y lo contaron en un artículo reconfortante que enmienda a Machado y a Gil de Biedma y refuta los dos bulos más bellos e insidiosos de nuestra poesía contemporánea. Ni una de las dos Españas ha de helarte el corazón, ni la nuestra es la más triste de las historias de la Historia. No termina mal.