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—Han convertido un simple accidente de tráfico en un atentado terrorista.

—¿Y cómo explicas que el conductor del camión llevara una pistola y disparara contra los policías?

—Perdió el control del camión cuando empezaron a dispararle.

—Le dispararon después de que acelerara contra la multitud. Además, zigzagueó para atropellar al mayor número posible de personas.

—Quizá conducía en zigzag porque estaba herido o inconsciente.

—¿Y también disparaba inconsciente? Si estuviera herido o inconsciente habría conducido sin zigzaguear hasta chocar o detenerse.

—¿Cómo sabían los policías que su intención era atropellar a toda esa gente?

—Porque lo hizo. Tampoco le iban a preguntar sus intenciones mientras lo hacía. Primero intentaron detenerle haciéndole señales. Entonces aceleró contra la multitud. Hay vídeos. Búscalos.

—Quizá era un pobre demente. Probablemente sufrió un ataque de locura.

—El atentado había sido planificado. El terrorista alquiló el camión tres días antes.

—Entonces era sólo un delincuente común.

—¿Un delincuente común que planifica el atropello de doscientas personas? ¿Con qué fin?

—Pero está claro que no era un yihadista. Bebía y fumaba y no respetaba el Ramadán.

—Eso lo dicen los vecinos tunecinos de su familia, que no lo veían desde hace cuatro años. ¿Ahora los vecinos son expertos antiterroristas?

—Si no es devoto del islam no puede ser terrorista.

—En Europa, el DAESH se nutre principalmente de delincuentes comunes sin mayor épica. No les hacen un test de beatitud antes de aceptarlos. Sólo les piden la voluntad de matar.

—Los atropellos no son el modus operandi habitual del terrorismo islamista.

—Sí lo son. En Israel los atropellos son frecuentes. Hay publicaciones islamistas que incitan a utilizar vehículos pesados en lugares concurridos para atropellar al máximo número posible de personas.

—Son gente marginada, sin esperanza.

—Son segundas generaciones. En muchos casos, traficantes de poca monta y asociales de baja estofa. Mucho más difícil lo tuvieron sus padres.

—Son víctimas.

—La supuesta víctima le envió a su hermano un selfie en medio de la multitud antes de atropellarla. No parece un acto de desesperación sino de regodeo y de chulería.

—Hemos de comprender sus razones.

—No, no hemos de comprender nada. Son asesinos. Las razones le importarán en todo caso a su imán o a su psiquiatra. A los demás sólo nos importan sus actos.

—El DAESH no ha reivindicado el atentado. Eso demuestra que no era un terrorista.

—Sí lo ha reivindicado.

—El DAESH lo reivindica todo. Si pudiera, reivindicaría el asesinato de Kennedy.

—Es mentira. El DAESH no lo reivindica todo. Reivindica los atentados cometidos por terroristas musulmanes en nombre del islam.

—Era francés.

—La nacionalidad es una ficción administrativa. En el caso del islamismo, la religión se sitúa muy por encima de la nacionalidad en términos de lealtad ideológica. La nacionalidad no tiene casi ninguna importancia para ellos. Sí la tiene en cambio la tribu o la rama del islam a la que pertenezcan.

—Nos atacan por la guerra de Irak. Nos lo merecemos.

—Francia no participó en la guerra de Irak. Es más: se opuso a ella con vehemencia. Colin Powell llegó a amenazar a Francia con “consecuencias” por su oposición a la guerra.

—Nos atacan porque les oprimimos.

—Francia ha sido uno de los países europeos tradicionalmente más receptivos con los inmigrantes de religión musulmana. Los franceses no destacaban precisamente por su mano dura contra el islamismo hasta la matanza en la redacción de Charlie Hebdo.

—Son pobres, están desesperados.

—Los financia en buena parte Arabia Saudita, un reino multimillonario controlado por una monarquía teocrática islámica. Tampoco gritan “queremos justicia social” antes de matar sino “Alá es grande”.

—Nos odian porque nosotros les odiamos a ellos.

—Una amplia mayoría de las víctimas del terrorismo islámico son musulmanes. Los cinco países donde el terrorismo islamista ha matado a más personas durante los últimos años diez años son Irak, Afganistán, Somalia, República Centroafricana y Siria. Los cinco siguientes, Libia, Líbano, Sri Lanka, Yemen y Pakistán. Dudo que les odiemos más de lo que se odian entre ellos.

—Nos importan más nuestras víctimas que las suyas.

—Por supuesto. ¿Y qué? Se llama el kilómetro sentimental y ha sido estudiado largamente. Pero eso no quiere decir que deseemos sus muertes o que nos alegremos de ellas. En cualquier caso, los únicos países en los que se ha visto a los ciudadanos salir a la calle para celebrar un atentado terrorista son, precisamente, aquellos en los que la religión musulmana es mayoritaria.

—Pero el objetivo del DAESH es convertirnos en una sociedad xenófoba e intolerante. Si endurecemos la política antiterrorista, conseguirán lo que quieren.

—El objetivo del DAESH no es el que le conviene a tu agenda ideológica sino el que ellos definen muy claramente en sus comunicados. Al islamismo le importa muy poco lo dura o blanda que sea nuestra política antiterrorista. El islamismo quiere matar y lo hace allí donde le es más fácil. Es absurdo pensar que poniéndoles menos obstáculos matarán menos.

—En el fondo, sólo defienden su cultura.

—España traduce en un solo año más libros que los que se han traducido en el mundo árabe al árabe en los últimos mil años. Si eso ocurriera en tu país, lo llamarías autarquía y aislacionismo.

—¿Cómo no nos van a atacar si no aceptamos a sus refugiados?

—Los refugiados huyen, precisamente, del DAESH.

—Hay que responderles con derechos.

—¿Y qué derecho en concreto es el que habría logrado detener el camión? ¿De qué derecho disfrutas tú del que carecen ellos una vez instalados legalmente en nuestros países?

—Eso que dices es xenófobo/fascista/cuñado.

—¿Podrías explicarme por qué?

—Porque has convertido un simple accidente de tráfico en un atentado terrorista…

Y así todo, oigan.