Íñigo Errejón ha vivido su Semana de la Alpargata, de sustancioso trazado conceptual. La empezó el domingo 17, adelantando el tuit más lamentable del aniversario de la Guerra Civil (disculpen la puntuación y la sintaxis: son suyas): “Esta noche hace 80 años, las mejores de nuestras abuelas y abuelos comenzaban a salir en alpargatas a luchar por los humildes y la libertad”. Y la ha acabado el domingo 24, luciendo unas alpargatas pijas –no sabemos si para desmentir u homenajear a “aquellas” abuelas y abuelos– en el vídeo que acompaña a su entrevista en El País.
Obsérvese que en su tuit ya había algo pijo (o llámenlo clasista) que delataba su mentalidad: “esas” abuelas y abuelos en alpargatas salían a luchar “por los humildes”. O sea, no eran ellos propiamente los humildes: como si esas alpargatas de 1936 las llevasen ya entonces los privilegiados. Consciente o inconscientemente, Errejón se estaba colocando con siete días de antelación la alfombra por la que pasaría con sus alpargatas de la entrevista. Eran, al cabo, las mismas del tuit.
Además de la entrevista, me he puesto su discurso de la noche electoral del 26 de junio y su intervención de hace dos semanas en los cursos de verano de El Escorial. La impresión es básicamente la misma: un señorito entregado a un pasatiempo descomunal (¡un Superpokémon Go!), que le llena la vida y le da sentido. No pasaría nada si los demás no formáramos parte de su entretenimiento; pero, como el juego en cuestión es político, los demás nos la jugamos con él. El travestismo de las alpargatas no se quedaría en la satisfacción personal de verse como un hipster rústico, marchando en Belchite: la cosa terminaría en bailecitos encima del prójimo, e incluso en alguna que otra patada en el culo de los disconformes.
Su elaboración verbal está llena de elementos jugosos, a cuál más inquietante. Por ejemplo, ese “vamos a heredar nuestro país”. ¿Cuándo se hereda algo? Cuando su propietario anterior ha fallecido. Hay en esa frase aparentemente inocente, pues, más allá de su cursilería, una semilla de aniquilación; siquiera en el plano de los deseos. O esas llamadas (tan falangistas) a “la España nueva”, o al “orden nuevo”... que mete a lo que no le encaja en el ataúd simbólico de lo “viejo”.
Tiene gracia que hable también de “nueva estética”, que tirará del pueblo con la colaboración de los escritores, los pintores, los músicos y los cineastas, cuyas obras deberán ser producidas, naturalmente, según las consignas del Partido... Todo tan nuevo como lo que ya se nos viene mostrando de dicha estética: Lluís Llach, Quilapayún, Silvio Rodríguez o las alpargatas.