Agosto es un gran mes para el suspense. Y no lo digo por la cansina y aburrida incertidumbre política que nos amuerma desde hace meses, sino porque es el tiempo perfecto para sentarse tranquilamente con un libro en las manos, dejar que las palabras fluyan de él y que los detectives de cartón piedra salgan dando hachazos de sus páginas para contarnos sus turbias historias, a veces imaginarias y otras no tanto.
El último de estos detectives imprescindibles, -lo digo ya por adelantado- que nos ha llegado a bocajarro se llama Yeruldelgger Khaltar Guichyguinnkhen (Yeruldelgger, muerte en la estepa. Salamandra Black) y viene de Mongolia. Que sepa de antemano quien se acerque a este comisario de Ulan Bator, creado por Ian Manook, pseudónimo de Patrick Manoukian, que se va a encontrar con uno de los grandes descubrimientos de los últimos tiempos; un personaje adictivo de múltiples aristas; un hombre amargado, autodestructivo sin caer en los tópicos eternos; trabajador compulsivo que busca la salvación por el olvido, al que su tormento interior le sirve de motor incombustible en su búsqueda permanente de una venganza que siempre parece estar más allá de sus posibilidades.
Un personaje solvente como eje de una novela sobresaliente, de indudables tintes negros pero donde la naturaleza juega un papel determinante; una historia escrita a conciencia y con la solvencia suficiente para desear que no sea la última de este policía sin aliento que parece habitar siempre en el filo de la autoinmolación por una hija asesinada y otra que lo detesta. Un hombre “de mirada mineral, inmóvil y sólida como la misma Mongolia” que sabe que “los sueños son un mensaje”, que “el viento no sabe grandes secretos”, que “el adversario también es un compañero” y al que no le queda ya ni una sola gota de caridad: “¿Piedad? Ya no me queda piedad. Algo de cólera, sí, pero no piedad”. Un ser humano en el abismo de sus miedos. “Mi vida solo consiste en recoger cadáveres. No puedo hacerme cargo de las almas de todos los muertos que encuentro”. No estamos ante una novela exótica, por aquello de Mongolia, sino ante una gran novela.
En las primeras líneas del libro de este escritor francés apasionado de los viajes, unos nómadas descubren en la estepa, cerca de su yurta, el cuerpo semienterrado de un niña de cinco años junto a su triciclo. Arranca así una historia que continúa con varios ejecutivos chinos masacrados a quienes les arrancan los cojones, que posteriormente aparecen en las bocas de unas prostitutas locales también asesinadas.
Y desde aquí y hasta el final un ritmo trepidante, un sinvivir, un sin parar. Un camino que nos lleva de las cloacas de la capital a los espacios infinitos del Khentii; de los traumas de la ocupación soviética a la nueva economía emergente que agita, como sólo el dinero puede hacerlo, las conciencias de sus protagonistas; de los grupos neonazis mongoles a las grandes operaciones urbanísticas; de los miserables contenedores convertidos en viviendas de los perdedores a las grandes mansiones de los que siempre ganan; de la suma de todas las corrupciones imaginables a la espiritualidad absoluta; del oscurantismo reinante en no pocas callejuelas de la capital a las infinitas praderas, altas montañas, vertiginosos barrancos y sonoros riachuelos que transportan al lector por un sorprendente universo que camina entre las viejas tradiciones y el desarrollismo salvaje que deja atrás lo mejor de cada pueblo, en este caso, el mongol.
Pero sobre todo estamos ante la historia de un hombre que se busca mientras se persigue sin piedad; que ansía el perdón pero no se perdona; que necesita la redención pero cree que no la merece. Les recomiendo que no olviden su nombre, Yeruldelgger, ni el de todos los personajes que rodean a este detective inclasificable: Solongo, algo más que una forense; Kushi, la hija muerta; Saraa, la hija que lo odia; Oyun, la inspectora fiel a su jefe; Gantulga, el perro callejero que renegó, contra todo pronóstico, del lado oscuro; Nerguii, el monje protector; Enderbat, el poderoso suegro del policía… Y muchos otros personajes más, perfectamente perfilados, poderosamente dibujados.
El notable éxito de la primera entrega y el final abierto de ésta nos hace sentirnos optimistas: seguiremos oyendo hablar de Yeruldelgger.