Hace cerca de ocho meses, un señor que era el candidato de la lista más votada, a muchísima distancia de la segunda, hubo de dar un paso atrás para que la formación a la que representaba obtuviera los votos de otra, indispensables de cara a formar un gobierno. La manera en que se le pidió que se apartara fue hiriente y aun hubo momentos estrambóticos, con votaciones empatadas en asambleas multitudinarias y cosas aún más raras. Pero el señor del que hablo (del que no es ocioso recordar que se enfrenta a alguna que otra imputación judicial) renunció a su candidatura y a su escaño (y con él, al fuero que le amparaba frente a dicha imputación). Supo entender que el obstáculo para su causa era él mismo y dejó paso a otro.
Se llamaba este señor, y aún se llama, Artur Mas i Gavarró. No es un político que se haya hecho acreedor a grandes elogios, y menos para quienes tuvimos ocasión bajo su gobierno de vivir el deterioro galopante de los servicios públicos catalanes, muy superior al padecido en otras comunidades tan mal financiadas como la que se encontraba bajo su responsabilidad. Ahora bien, algo que sí hay que reconocerle es que, llegado el momento, supo con esa amarga retirada dar testimonio de algo de lo que blasonaba una y otra vez: su patriotismo. Catalán, se entiende.
También se proclama patriota el presidente en funciones Mariano Rajoy. Ha comparecido dos veces en las urnas ante los españoles en el último año y en ambas se ha quedado muy lejos de la mayoría necesaria para gobernar, sin lograr atraer a su proyecto a quienes necesita para revalidar su mandato. Acaba de recibir un recio sopapo parlamentario, del que quizá, más que el rechazo de quienes votaron en su contra, debiera alarmarle la distancia y la frialdad demostradas por los pocos que, más por empeño y resignación que por haberlos él seducido, se han avenido a respaldarlo con la fuerza de sus escaños.
Su respuesta, por ahora, es seguir prolongando la situación de interinidad, amenazar con presentarse una tercera vez ante los electores que por dos veces no han convalidado su ejecutoria y esperar que sus declarados enemigos políticos se rindan por aburrimiento, vergüenza o falta de cohesión o voluntad.
Es una táctica legítima, y más en quien cuenta con más de ocho millones de sufragios. Puede que incluso le salga bien: es un hombre que ha demostrado capacidades inauditas de supervivencia en situaciones desesperadas. Hay que reconocer que el que lo ungió hace doce años algo de tino tuvo, porque en la vida todo hay que juzgarlo por comparación y basta con recordar que la alternativa pudo ser Rodrigo Rato, un gafe acreditado.
Lo que le va a costar hacernos creer es que el patriotismo es el primer motor de sus acciones. O al menos, que lo es más que lo fue para el Molt Honorable Artur Mas cuando aceptó dejar de ser el obstáculo entre su pueblo y un gobierno. Es lo malo que tiene comparar: a veces arroja conclusiones harto odiosas.