El discurso de Mariano Rajoy en la primera jornada del debate de investidura fue tan anodino, tan flojo, que destacaba por contraste la pasión con que lo aplaudían los diputados del Partido Popular. Podrían haber sido aplausos enlatados, como las risas de las series. Aunque no resultaban del todo mecánicos: había una vibracioncilla que revelaba una conexión con el contenido. Por ejemplo, se intensificaron cuando Rajoy habló de la corrupción, y eso que lo hizo en contra. Y también cuando habló del paro. Aquí cada popular quiso echar una mano (es decir, las dos manos) para no ser él mismo el que lo incrementara próximamente. El amor por el empleo debe empezar por el empleo propio, y eso en nuestra política se demuestra obedeciendo. Obedeciendo y adulando.
El segundo día, el día grande en que hablaban todos, me fijé pues en los aplausos. El PSOE se encontró con un problema aquí. El automatismo de aplaudir tuvo un efecto indeseado: cuando los diputados socialistas lo hacían, se evidenciaba que eran menos que nunca. Esos “huecos entre las palmas”, que es prácticamente lo que define a un partido minoritario en el Parlamento, ya se han colado en el otrora compacto PSOE, como las grietas que terminan desmoronando un edificio. ¿Se agrandarán más?
A la escasez numérica se le añadían algunas ligeras disensiones; o, para ser precisos, adhesiones incompletas. La de Eduardo Madina, por ejemplo, que aplaudió con menos entusiasmo que sus compañeros. En el vídeo se le aprecia incluso, tras la primera intervención de Pedro Sánchez, un amago de sentarse antes que los demás. Amago que corrige al darse cuenta de que los demás siguen de pie. Un detalle tierno es que hay dos diputados socialistas con el brazo en cabestrillo, enfrentados al "koan" zen de cómo aplaudir con una sola mano. Uno lo resuelve asintiendo con la cabeza y el otro golpeando con la mano libre en la madera. ¡Lo importante era meterse como fuera en el campo semántico (gestual) del asentimiento!
En los planos generales se ve que son los aplausos los que delimitan los grupos. A mí me llaman la atención los diputados de frontera: esos que lindan con los extranjeros ideológicos que no aplauden cuando ellos, o al contrario. Y la separación se mantiene hasta entre quienes comparten contenidos. Se ha comentado el no aplauso del constitucionalista Rivera a la impecable respuesta constitucionalista de Rajoy a Tardà, y eso que entonces aún eran aliados. En el pacto PP-Ciudadanos no se cerró lo de los aplausos: quedó ese fleco.
Aunque el pobre Rivera debía de intuir el percal, porque a las cuarenta y ocho horas le cayó encima el chaparrón del Hernando del PP, que fue aplaudido por los populares con acumulada rabia anti Rivera. Aquí, dispensados de adular al líder (al fin y al cabo, Hernando no lo era: no hay nada menos líder que un Hernando), hicieron del aplauso un uso abucheante. Y con ganas de abuchear fuera de plazo se quedaría Rivera, por lo de ese Hernando y por lo de la colocación del exministro Soria en el Banco Mundial. Seguro que éste estuvo aplaudiendo a rabiar desde su casa.