El periodista Jacinto Antón ha escrito un intenso reportaje en el último número de El País Semanal sobre lo que llamó “la factoría de los cachorros nazis”. Basado en el libro del historiador Michael H. Kater que acaba de publicar la editorial Kailas, Las Juventudes Hitlerianas, Antón recorre el fenómeno de la “cantera” nazi que tanto entusiasmaba a Hitler y que tan monumental éxito cosechó en la Alemania prebélica. Llegó a ser tan extrema su popularidad que 9 de cada 10 jóvenes sirvieron en las Juventudes a finales de la década de los años 30.
En otro seductor reportaje del último fin de semana en Papel, el suplemento dominical de El Mundo, Ignacio Vidal Folch traza un paralelismo ciertamente inquietante entre todo aquello que da forma al ISIS y aquello que forjó el universo nazi. ¿Es el yihadismo el III Reich de nuestra época?, se pregunta el periodista.
No resulta difícil establecer analogías entre estos dos abominables sistemas. De hecho, de forma demasiado sencilla y casi automática surgen las similitudes más siniestras: la violencia extrema, la ambición territorial, la necesidad de imponerse sobre quienes piensan o actúan distinto, el terror.
El mundo sufrió a Hitler en las décadas 30 y hasta la mitad de la 40 del siglo pasado: su locura solo pudo concluir con una guerra total que llenó de miseria el planeta y dejó, en la mayor contienda bélica de la Historia, alrededor de 60 millones de muertos.
El Estado Islámico y el Levante tiene por objetivo el Califato mundial, como sus seguidores han expresado en numerosas ocasiones, y como han escrito en su publicación Dabiq. El mundo, que ya conoció los horrores a los que unas mentes enfermas de codicia ideológica, territorial y económica lo pueden llevar, debe de mantenerse alerta.
“No hay más dios que Alá”, se puede leer en la bandera del ISIS. Donald Trump, que quizá podría ser presidente de la nación más poderosa del mundo en unos días, discutiría -como tantas otras cosas-, también esa aseveración. Y, si llega el caso, es probable que no lo hiciera con suavidad. No tanto la discusión espiritual, sino la que se podría derivar de ella, con tantos fanáticos subrayando la veracidad incuestionable de semejante conclusión religiosa sin permitir el menor espacio a las alternativas.
Los nazis destruyeron buena parte del mundo de la mitad del siglo pasado. En el cuarto lustro del siguiente, son los miembros del temible Daesh quienes constituyen la gran amenaza para el bienestar y el progreso internacional.
Ojalá que los mecanismos que se instauraron para evitar el levantamiento de un nuevo movimiento como el que acabó conociéndose como el del Gran Imperio Alemán, esta vez en clave árabe, funcionen.
A nadie le hace falta que le digan quién es el único dios, si es que hay uno, y solo uno, ni mucho menos es preciso que se luche por su supremacía, ni la de sus iluminados seguidores.