O la sima no era tan profunda, o los años de duelo han procurado el alivio que prosigue a las extenuaciones del alma, o Rajoy y Cospedal son dos virtuosos de la consolación y el apaciguamiento florentino. Dos alquimistas políticos capaces de convertir uno de los episodios más negros de la historia reciente de España -del que además su Gobierno ha sido responsable- en un activo político.
El contencioso político, histórico y sentimental que desde hace catorce años enfrentaba a las familias del Yak-42 y al PP se ha desinflado en hora y media de burocrática contrición. Para sorpresa de curiosos y agitadores de la espectacularización del dolor, no ha habido en noventa minutos de audiencia ni una mala queja, ni una muestra de agravio por parte de lo que queda de las víctimas del peor accidente aéreo de la historia militar española en tiempos de paz.
Rajoy no necesitó siquiera disculparse por los errores cometidos por el Gobierno del que fue vicepresidente. Tampoco por haber tardado cinco años en abrir las puertas del salón de visitas del Palacio de la Moncloa a las familias de los 62 militares fallecidos. Ni por haber premiado al inefable Federico Trillo con la embajada londinense. Ni por permitir que el hombre que mandaba chitón a las viudas se haya despedido amparado por el turnismo diplomático, en lugar de breado por el dictamen del Consejo de Estado que concluyó la responsabilidad del Ministerio de Defensa.
Rajoy se compromete a que "a partir de ahora las cosas se van a hacer bien", así a secas. También a consensuar una resolución que dé "satisfacción moral y jurídica" -sea esto lo que sea- "sin condicionamientos políticos". Y los afectados dicen estar "esperanzados" y advierten en "el gesto y las palabras" del presidente adusto una disculpa en diferido. Es decir, o las familias ya venían de casa rebosantes de magnanimidad o el perdón subrogado de Cospedal -"en nombre del Estado"- ha obrado el milagro de la expiación.
Las caras de los tertulianos de ARV -sobredimensionada su sorpresa por el hilo musical elegido para el directo- bastaron para comprender que nadie estaba preparado para el desengaño de una domesticación tan diligente. Es cómodo disculparse de acciones de otros, pero no es Rajoy tan ajeno a las negligencias y oscurantismos del Yak-42 como para que la entrevista con las familias de los militares fallecidos haya salido tan bien: se trataba de una audiencia de riesgo cuyo rédito deberá agradecer a Cospedal.
Valgan las distancias, Alberto Fabra recibió a los familiares de las víctimas del accidente de metro de Valencia y ni consoló a las familias, ni se le tuvo en cuenta, ni satisfizo a los miles de ciudadanos que tomaron las plazas con siete añazos de retraso -qué bochorno mis paisanos- ni desactivó políticamente el caso.
Después de los parabienes de las familias del Yak-42 a Rajoy va a ser muy difícil que Pablo Iglesias, Pedro Sánchez o Susana Díaz sigan pidiendo cuentas por aquella canallada. Rajoy ha perdido el miedo a la calle y ha descubierto las ventajas del arrepentimiento inductivo, la piedra filosofal con la que convierte su inveterado inmovilismo en incontables lingotes de "oro moral", según expresión de un portavoz de las víctimas.