Leo en Twitter a una “defensora de la justicia y luchadora social” que dice darse cuenta “de que no somos libres para decidir”. Entiendo que se refiere a las mujeres, claro, porque los hombres tenemos por lo visto la habilidad de puentear la genética y de aislarnos de las influencias sociales. De acuerdo a esta concepción de la realidad, todos los hombres hemos escogido libremente ser reclutados a la fuerza en caso de conflicto armado, tener una esperanza de vida menor que la de ellas o una tasa de suicidios que dobla la suya.
Añade la defensora de la justicia que las mujeres no son libres cuando se depilan, cuando se maquillan y cuando calzan tacones. O cuando deciden tener una relación monógama o que la familia es importante para ellas. Tampoco, por supuesto, cuando deciden alquilar su vientre a una pareja estéril. Y remata: “Párate un segundo. Respira. Cierra los ojos y pregúntate: ¿Qué quiero hacer? Trata de eliminar los mensajes productivistas y de consumo”.
Entiendo también que el de esa defensora de la justicia es un punto de vista compartido por muchas mujeres que se consideran a sí mismas feministas.
Es curioso que, teniendo esa idea de la libertad personal como una capacidad abstracta y absoluta 100% independiente de condicionantes externos e internos de todo tipo, ese feminismo (y digo ese porque hay otros) considere que alguien es libre cuando decide no depilarse, no maquillarse, calzar plano, saltar de pareja en pareja o sentir por su familia lo mismo que uno siente cuando ve secarse la pintura de la pared.
Como si ese feminismo o cualquier otro de esos activismos de izquierdas que pretenden liberar al pueblo del yugo de los imperativos burgueses no fueran un largo catálogo de códigos ideológicos, estéticos y sociales tan restrictivos o más que aquellos que pretenden suplantar. ¿Es libre Rafael Mayoral de vestir de Armani si le da la gana ahora que Monedero ha dicho que votar a Macron es cosa de “fascistas sociales vestidos de Armani”?
Este último es sólo un ejemplo de la falta de libertad que aqueja a determinados hombres de izquierdas.
Me pregunto también quién es y dónde está ese mítico ser humano libre que ha sido capaz de vivir su vida sin las restricciones asociadas a sus características físicas (su altura, su bajura, su belleza, su fealdad, sus enfermedades, su inteligencia, su ceporrez), sus rasgos de personalidad (su simpatía, su agresividad, su talento, su paciencia, su tolerancia a la frustración) y a la vida en sociedad (normas de comportamiento, equilibrios de poder, aplicaciones cotidianas de la teoría de juegos). Y eso sin entrar en el terreno de las negociaciones con la realidad que todo adulto debe afrontar en un momento u otro de su vida y que comportan, en la mayor parte de los casos, la elección del menor entre dos males o del mayor entre dos bienes.
Que me presenten a ese tío (doy por sentado que es un tío) porque le quiero preguntar un par de cosas.
Es también curioso que ese feminismo sólo contemple la opresión de los mensajes “productivistas y de consumo” y no los más constrictivos de todos los mensajes posibles, los ideológicos y los administrativos. Como si la monogamia la hubiera inventado el capitalismo, la familia el neoliberalismo y el maquillaje no fuera un rasgo humano universal y común a todas las culturas del planeta, incluidas las más primitivas y matriarcales de ellas. Como si las restricciones impuestas por el Estado (entre ellas la de trabajar gratis para él durante aproximadamente la mitad del año) no fueran la mayor de las imposiciones que sufrimos los ciudadanos del siglo XXI.
Pero lo más curioso es esa idea de que la verdadera libertad es sólo la de la mujer que se comporta y vive su vida tal y como determinado feminismo quiere. Y digo determinado feminismo porque por suerte todavía pueden leerse (antes de que los quemen) los libros de Camille Paglia, esos en los que la estadounidense carga contra la posmodernidad, contra el feminismo totalitario (al que califica de “ingenuo”) y contra Naomi Wolf y sus paranoias conspiracionistas. A la cabeza de ellas la de que la belleza es una construcción patriarcal que tiene el objetivo de evitar que las mujeres avancen.
La libertad, dicen las del sermón.