Moción de censura al marianismo soso y taleguero. Sol duro a las afueras del palacete de San Jerónimo. A los leones les escocía la melena y el bronce, que ya son ganas de mantener impasible el ademán felino. Quien lo probó lo sabe. Superados de largo los 35 grados a 650 metros sobre el nivel del mar en la zona de Alicante. Venían las portadas del miércoles ponderando a la psicóloga consorte, a Irene Montero, como si Castelar hubiese renacido a la siniestra, a la sombra de la coleta y al ritmo del vacío que se viene arriba cantándole -con brío- las evidencias al Estafermo. Era algo que sabíamos mucho antes de que Rafael Hernando viniera con la dialéctica machirula del esputo y las pistolitas discursivas; incluso antes de que Rufián tuiteara sobre lo humano y lo divino con ese gamberreo ilustrado que nos distrae de otros pesares. Y ya sabemos que Irene Montero llega a lo que llega si la dejan: a ser el brazo armado y brillante de Turrión, de un Turrión que calienta en las vísperas y cree rematar en los bises con el tonillo de sábado noche, con la prosodia con cadencia, con unas raras eses y para todo lo demás: Alcampo. Que lo que ha unido Vistalegre no lo separe nadie: y esto no es un micromachismo, sino una constatación del amor entre camaradas. Y yo que andaba bicheando la moción en el televisor y el Forocoches, a la vez, con esa rara habilidad que me permiten la cafeína y la fibra óptica. Ferreras estaba moderado en el televisor. Y en estas que salió Ábalos, como escapado de una sastrería y con un tono de voz que dicen que era conciliador, y a mí que me sonó al doblaje de Ben-Hur. Era la moción de censura a la canícula, maratoniana, que no nos dijo nada y nos dijo todo. Se avecinan tiempos difíciles y las taquígrafas citaron al menos a Valle y a Machado, que de tan bueno y santurrón se presta a toda ideología, incluso a la de Rufián en un día que tenga hipotenso. Desde el susanismo me recuerdan que "Ábalos era de Balbás"; yo repregunto si es lo más potable: "Ay", me responden con un silencio preñado de navajas. Entretanto la moción de censura era un partido amistoso con patadas, un "Teresa Herrera" o un "Carranza": brindis al sol para mayor gloria de las dos partes contratantes bajo la mirada cómplice de Soraya, que sabe lo que se hace y hasta lo que no se hace en cada tertulia de este país; de Finisterre a Tarifa; con sus tertulianos conservados en almíbar. Hacía 35 grados en la puerta de Casa Manolo, y diez menos en Telesoraya. El podemismo se sorpassó a sí mismo; fue una cosa íntima, doméstica, familiar y no calculada del todo por las tuerkas y las somosaguas.
Iglesias le arreó vaguedades a Rivera, pero Iglesias tuvo mal día, regular voz y le sacaron las mulillas desde muy cerca.
Mociones y cosas al resol...