A las cheerleaders de Elsa Artadi, generalmente adolescentes de entre doce y noventa años con las mismas horas cotizadas en la empresa privada que la de JxCAT, es decir entre cero y casi cero, les cuesta entender que donde ellas ven a una mujer ambiciosa e inteligente, los catalanes productivos sólo vemos a una portavoz de 41 años sin experiencia de Gobierno o mérito intelectual alguno. Mérito que haya hecho eco más allá de las cuatro endogámicas paredes de lo académico, digo.
Las cheerleaders ven el microcosmos universitario como los niños ven la Hogwarts School of Witchcraft and Wizardry. Como una guardería en la que quedarse a vivir, atascados eternamente en ese grotesco remedo de adolescencia eterna, irresponsable y acomodaticia, a la que se llega tras pasarte la vida amodorrado en el cálido útero de la beca de La Caixa o del Pigmalión de turno. Pura pereza adornada con las ínfulas habituales del acomplejado intelectual y generosamente financiada por el lomo de los trabajadores del sector privado.
A las cheerleaders de los Jordis, de Oriol Junqueras y del resto de imputados por el golpe de Estado independentista les cuesta entender que donde ellos ven a unos cuantos pacíficos mártires de la libertad la mayoría de los catalanes sólo vemos a un puñado de presuntos delincuentes acusados de graves delitos. Exactamente los mismos por los que fueron condenados Tejero y sus sicarios. Presuntos delincuentes que han utilizado la fuerza, la violencia y la intimidación, propulsados por una ideología supremacista, racista, aldeana, folclórica, populista e insolidaria llamada nacionalismo, para la consecución de fines no ya anticonstitucionales sino predemocráticos.
Presuntos delincuentes a los que en unos pocos meses se les caerá, ley y justicia mediante, el adjetivo presuntos. Presuntos delincuentes cuya irresponsabilidad, ignorancia y fanatismo han estado a punto de provocar un enfrentamiento civil en Cataluña, la región históricamente más violenta de España junto con el País Vasco y la única a la que a día de hoy aún se resiste a adoptar los principios básicos de convivencia habituales en las democracias europeas. El único residuo de la España negra que queda a día de hoy en nuestro país.
A las cheerleaders de la república catalana independiente les cuesta entender que donde ellas ven un paraíso los demás vemos un gulag.
A las cheerleaders independentistas les cuesta entender que ven visiones.