Entré en Twitter poco después de que Gistau lo dejara, lo que demuestra su superioridad intelectual y hasta moral con respecto a mí. Allí me he encontrado con un puñado de lectores, algunos amigos y con cientos, miles de seres humanos lamentables que espero no lleguen al Juicio Final con el único aval de sus tuits porque irán directos y sin billete de vuelta a las calderas de Pedro Botero.
Se equivocan quienes piensan que las redes sociales son sólo herramientas. No lo son. Configuran la realidad de la misma forma que el sistema MIDI, el estándar para la composición de música digital, imita las pulsaciones de un teclado y por lo tanto "permite escribir música como lo haría un teclista, en forma de mosaico, pero no como lo haría un violinista, en forma de acuarela". Es decir sin matices, sin gradaciones y sin errores, que es lo mismo que decir sin el factor humano. Son palabras de Jaron Lanier, uno de esos reaccionarios digitales que pretenden distinguir, luditas ellos, la teoría de las redes sociales de la práctica en las redes sociales.
Es una batalla perdida. A los seres humanos nos pierden las utopías aunque la realidad las anegue en sangre.
Las redes sociales son herramientas en la misma medida en que lo fue la Guerra Civil para cientos de miles de españoles que sin ella no habrían tenido la oportunidad de descerrajarle impunemente un escopetazo en las gónadas a su vecino. Hay un punto bobo y otro de paleto deslumbrado por las luces de Nueva York en presuponer que cualquier tecnología, por el mero hecho de fingir novedad con respecto a lo que había antes, va a mejorar nuestras vidas. La historia del diseño está llena de herramientas mal diseñadas y peor utilizadas. De hecho, son la mayoría.
No veo mejores argumentos entre los partidarios del derecho a la posesión de armas que entre los partidarios a la posesión de una cuenta anónima de Twitter. Ni los primeros han evitado jamás una sola matanza escolar gracias a su arsenal casero ni los segundos han producido jamás un solo tuit que mejore en una sola coma lo escrito por miles de aforistas y humoristas precedentes que murieron, por suerte para ellos, antes de la invención de Twitter. Otra cosa es la publicidad, eso que los adolescentes llaman ahora "visibilidad". Pero si estamos hablando de marketing y no de contenidos, entonces me rindo: como ventiladores de detritus con purpurina, las redes son insuperables.
Si estamos en cambio hablando de capacidad de expresión, de la posibilidad de dar a conocer al mundo nuestros mensajes y nuestro arte, ya se lo adelanto yo: el mundo sería un lugar mejor sin el 99% de las idioteces egocéntricas y carentes de interés que publicamos a diario en las redes sociales. Y aun mucho mejor sin sus autores, pobres solitarios acomplejados sin obra ni talento conocido en la vida real pero con miles de seguidores en la virtual. No me hagan dar nombres: he bloqueado a unas cuantas docenas de ellos durante la última semana. Me juego algo a que morirán solos.
No es de extrañar tampoco que las redes sean el terreno de juego preferido de nacionalistas y comunistas: sus utopías asesinas no tienen ninguna posibilidad en la vida real pero lo virtual es más ancho que Castilla para ellos. ¿Que las redes dan a conocer mi trabajo? Gracias por proporcionarme un flotador para esa piscina de mierda que no estaba ahí antes de ayer, en la que se me ha obligado a nadar quiera o no quiera y en la que la mayor parte del beneficio de mis brazadas se lo lleva un pajillero compulsivo de Silicon Valley. Que haya otros muchos en el fondo de la pileta no me hace sentir un privilegiado con salvavidas. Llámenme raro.
Las redes sociales son como el comunismo. Una bonita idea aplicada a la especie equivocada. En términos puramente numéricos, lo peor del género humano nos gana en ellas en una proporción de 10 a 1. Y si eso es progreso, me considero un orgulloso conservador de esos tiempos en los que sólo lo hacían por 5 a 1 y la basura pasaba por el filtro de un periodista.