El buenismo es la homeopatía de la política: no sirve para nada, no resuelva ningún problema, pero deja al personal tranquilo. Además, es un negocio estupendo que emboba a los menos rigurosos. So capa de un espurio realismo, parece introducir en nosotros algo del problema (“lo similar cura lo similar”), pero tan diluido que al final no queda sino agua azucarada.
Agua azucarada o un espectáculo de pornografía sentimental cuando, desconocedores de las verdaderas dimensiones y características de la inmigración ilegal por mar, gentes de buena fe se dejan embaucar por vendedores de píldoras de bondad sin plan ni perspectiva. Ningún daño hace a fin de cuentas, se dicen para sus adentros los expendedores. Y es un filón. Y sí, se juntan más periodistas que inmigrantes hay en el barco escogido. El del anuncio de Sánchez, que merece el oro en el próximo festival de spots de Cannes.
Del mismo modo que los médicos de verdad, los científicos y el público crítico quedan desolados cada vez que las paraciencias vuelven a estafar a alguien valiéndose del dolor y traficando con las falsas esperanzas (en estas páginas está Brais Cedeira haciendo un impagable trabajo de denuncia), los conocedores de los mecanismos de la migración africana, de sus tipos, de las travesías, de las mafias, de los sacrificados y de los aprovechados locales, de las exasperantes dilaciones e incumplimientos europeos, se llevan las manos a la cabeza con los desfiles de los profesionales de la bondad, los generosos con recursos ajenos, los benefactores de la humanidad y otros universales, pero, sobre todo, de sí mismos.
En obscenas noticias, ahí con los sepulcros blanqueados a la vista, con escenas de lágrima explícita y sin ahorrarnos los consoladores, un par de soplagaitas han encontrado por fin un motivo para sobrellevar sin sonrojo su —por lo visto— dolorosísima y ominosa condición de españoles. Cuando se retiren las cámaras, se apaguen las grabadoras, se pase el efecto placebo y los últimos populistas sin escrúpulos dejen de posar junto a los africanos, volverán el silencio y los problemas de siempre.
Solo quedarán los héroes cuyo pudor les ha impedido mover un músculo o articular una sílaba mientras los fariseos se exhibían emocionados de lo buenos que son. Quedarán los héroes de la Armada que llevan salvadas decenas de miles de vidas en los últimos tres años, y aún más la Marina Militar italiana. Rescatando en altamar cascarones al borde del naufragio, no sobrecargando naves frente a las costas de Libia.