El discurso es claro, nítido, prácticamente sin fisuras. Lo habrán leído y escuchado durante estas últimas semanas, y seguramente lo volverán a oír durante los próximos meses. Dice más o menos así: lo de retirar lazos amarillos es una campaña que solo crea tensión y que Ciudadanos fomenta por motivos puramente electorales, a fin de disputarle el voto conservador al PP. Qué irresponsabilidad la de estos partidos que viven instalados en el conflicto, sin pensar en que sus acciones impiden hallar una salida a la crisis catalana.
La paradoja de este discurso es que incurre en lo mismo que critica. Al ser emitido desde los sectores más afines a PSOE y Podemos, cuando no directamente desde estos partidos, se convierte en la punta de lanza del nuevo argumentario con el que se intenta apuntalar, a marchas forzadas, el Gobierno de Pedro Sánchez. Un Gobierno cuya prioridad fue, desde el primer minuto, ir preparando el terreno para unas elecciones en las que los partidos de izquierdas recuperasen el terreno perdido durante estos años.
En este sentido, la crítica a aquellos catalanes que disputan el monopolio independentista del espacio público, y a los que Ciudadanos apoyó durante el verano, cumple varios objetivos. Por un lado, es una manera de curarse en salud: si la política de desinflamación con el independentismo fracasa, el Gobierno no tendrá que admitir que esta estrategia se basaba en premisas equivocadas. Le bastará con echar la culpa a aquellos irresponsables naranjas que, con su cínico electoralismo, tensaron la situación e hicieron imposible la concordia.
Pero, sobre todo, el discurso del viven instalados en el conflicto ayuda a devolver al electorado de izquierdas a su zona de confort con respecto a Cataluña: el paradigma de la “fábrica de independentistas”. Esto es, la idea de que la crisis catalana surge principalmente de la irresponsabilidad de una derecha española (y españolista) sin tacto alguno ante las aspiraciones del catalanismo; unos pirómanos que, con su intransigencia, habrían empujado a gran parte de este electorado hacia el independentismo. No se trata solo del asunto de los lazos: el regreso al manido argumentario sobre el Estatuto y el autogobierno (en el que tan interesados se muestran los nacionalistas que mantienen cerrado el parlamento autonómico) apunta en la misma línea.
Así se consigue eludir la autocrítica por el claro naufragio que han supuesto estos últimos años para los paradigmas que han venido defendiendo PSC y PSOE a propósito del nacionalismo catalán. Y así se pierde una oportunidad -otra más-, no solo para apoyar a los catalanes que no son nacionalistas, sino también para cohesionar un frente constitucionalista que algún día pueda ganar la Generalitat; la única y verdadera salida del laberinto catalán.