Esto extraña tanto porque venimos de unos años en los que aquí no dimitía nadie, se congratuló hace dos semanas Pedro Sánchez, tras la dimisión de Carmen Montón, la ministra de Sanidad. Pero no debería felicitarse tanto el presidente: entre que no dimita nadie o que todo el mundo tenga razones para hacerlo, casi parece más adecuado lo primero.
Ahora el líder socialista afirma, desde Nueva York, que se queda en la Moncloa hasta 2020, y que no va a convocar elecciones, porque su Gobierno –aunque la oposición afirme que ya no aguanta más-, es “fuerte”.
Resulta prodigiosa la capacidad que tiene el presidente del Gobierno, tan común entre los políticos, para moldear la realidad a su antojo y ver las cosas como más le conviene. Porque asombra que después del caso Màxim Huerta, el ministro más efímero de la democracia; del asunto Montón, la ministra que plagió; de las inquietantes dudas sobre la legitimidad de su propio doctorado; y de que, ahora, Dolores Delgado haya llamado “maricón” al titular de Interior, Fernando Grande-Marlaska, y lo sepamos todos, Sánchez aún sostenga que lidera un Ejecutivo sólido.
Sobre todo teniendo en cuenta las enormes deudas que tiene este Gobierno con los socios que lo amparan, y las concesiones que debe hacer para continuar gobernando. En este maquiavélico ejercicio de funambulismo cobra especial relevancia su insólito compromiso con los independentistas –ya estamos viendo a delegadas del Gobierno posicionándose a favor de un indulto si los líderes separatistas encarcelados o huidos son condenados-, y con Podemos –acabamos de conocer las contundentes exigencias fiscales de Iglesias-.
Sánchez, que llegó al Gobierno aupado por la oposición para acabar con las actitudes corruptas de algunos miembros del partido que sí había ganado las elecciones, no tiene la menor intención de abandonar su vigente sueño presidencial aunque el clima político parezca exigirlo. Seguirá yendo a los conciertos de la costa española en el Falcon 900B del Ejército del Aire, si The Killers regresa al FIB; y seguirá acudiendo a las bodas de sus cuñados en el helicóptero oficial Super Puma, si se casan en La Rioja. Todo sea por su seguridad, claro.
Delgado tampoco tiene intención de dimitir, aunque los audios con el ex comisario Villarejo reflejen una relación de al menos cierta complicidad con quien se encuentra en prisión provisional sin fianza, imputado por delitos de revelación de secretos y pertenencia a organización criminal, y a quien aún se investiga en otros casos judiciales.
Los socialistas, con escasa capacidad de maniobra en esta legislatura, se apresuraron a crear un Gobierno de expertos –eso vendieron a los medios y a la ciudadanía- que sentara las bases para optar a una victoria electoral poco después. Era, y sigue siendo, una gran campaña de marketing. Pero una apuesta así solo podía salir o muy bien o muy mal; que en poco más de 100 días ya haya dos ministros en la calle y otro, la titular de Justicia, a punto de pisarla, reflejan el caos en el que se ha convertido esa monumental campaña de imagen. Lo desafortunado es que en esta caída no se va a estrellar solo el Gobierno, ni tampoco el PSOE: si dura mucho más, también el país entero.