Si yo hubiera nacido bajo el gobierno de Vox, habría visto a Robe de Extremoduro y a Evaristo de La Polla Records -hasta a Dani Mateo- entrar en la cárcel y pasar una buena temporadita a la sombra, gracias al deseo del partido de que “ninguna afrenta contra los símbolos de la nación quede impune”. Goytisolo habría tenido que rendir cuentas tras publicar Señas de identidad y jamás habría recibido el Premio Cervantes. España seguiría siendo el segundo país del mundo con más fosas comunes -después de Camboya-, pero ni siquiera tendríamos una ineficaz Ley de Memoria Histórica que nos recordase las vergüenzas. Nuestras calles persistirían plagadas de símbolos franquistas -medallitas a asesinos, cruces de Ribalta, viva la muerte-, porque “ningún parlamento está legitimado para definir nuestro pasado”.
Si yo hubiera nacido bajo el gobierno de Vox, mi adorada T. no vendría los sábados a limpiar a casa, porque nunca hubiese podido huir de su Ucrania natal, abandonar al alcohólico de su marido, asentarse en España y conseguir la residencia por arraigo después de trabajar, trabajar, trabajar, enviar dinero a sus hijos y luchar como una jabata en empleos abusivos, con las piernas molidas y esquivando el acoso de sus jefes. Total, “cualquier inmigrante que haya entrado ilegalmente a España estará incapacitado, de por vida, a legalizar su situación”.
Si yo hubiera nacido bajo el gobierno de Vox, no amaría con todo el corazón a C., mi hermana mexicana, una carrera, dos másters, tres idiomas; no la habría visto currar en hostales madrileños de la mala muerte, ni extrañar a su madre, ni llorar por las noches por estar olvidándose de las calles de su pueblo, del olor de su abuela. No habría aprendido de su espíritu poderoso y superviviente. No me habría cogido la mano en los días peores. Yo no diría “¡a huevo!” ni ella “pechá”. No me sabría hoy media discografía de José Alfredo ni mataría, como mato, por volver a cenar sus fajitas. Sería más española y menos latinoamericana. Sería más pobre. Más egoísta. Más hermética. Más nacionalista. Más homogénea. Estaría más cerca del “¡Vivan las caenas!” del héroe nacional Fernando VII que del poema Dignitat de Joan Margarit.
Si yo hubiera nacido bajo el gobierno de Vox, nunca habría besado, a mis 17, al venezolano Henrique una tarde gélida al salir del cine, en un banco secreto entre los árboles. No me habría prestado su libro de Rafael Cadenas -“llevo años en el mismo lugar, al fondo. ¿Vivo? Funciono, y ya es mucho-". Cristina Peri Rossi -mi escritora uruguaya predilecta- nunca se habría exiliado en España, no habría parido Historia de un amor ni La nave de los locos. A Sani, vendedor ambulante de gafas de sol -con esa carcajada nuclear que todo lo puede-, ya lo habrían molido a palos y enviado de vuelta a Nigeria. Todo si no hubiese caído enfermo antes sin posibilidad de ser tratado por un médico.
Si yo hubiera nacido bajo el gobierno de Vox, mi amiga R. habría tenido un hijo no deseado al que a duras penas habría podido mantener con su maltrecho sueldo. Habría perdido las riendas sobre su propia vida por un fallo anticonceptivo. El Estado habría venido a decirle que no sea “una asesina”, pero el Estado no está, nunca estuvo y nunca quisimos que estuviese, en la reprimenda moralista del doctor al comunicar la noticia del embarazo, ni en el legrado, ni en el trauma post-aborto, ni en las largas semanas sangrando. No estuvo en el vacío, en la extraña soledad y en el pánico a volver a tener relaciones. Eso no lo vio Abascal ni nadie.
Si yo hubiera nacido bajo el gobierno de Vox, cuando S. fue a la comisaría a pedir ayuda tras una agresión de su pareja, la habrían escrutado con una lupa aún más severa y le habrían advertido del peligro de las denuncias falsas. Ninguna ley de violencia de género la habría protegido.
Si Vox hubiese dirigido este país durante los últimos 27 años, habríamos llegado aún más tarde al feminismo, y más dóciles, y más cerriles, y más heridas. Habríamos pasado por más aros. Habríamos dejado para después la libertad, la desobediencia, la autoconciencia. Habríamos amado peor. Para empezar, a nosotras mismas. Si yo hubiera nacido bajo el influjo de Vox, ¿cuántas ministras habría en su gobierno para recordar a las niñas que se puede llegar?, ¿cuántas mujeres seguirían minimizando los abusos padecidos?, ¿cuántas podrían pelear su lugar en la literatura, o en el cine, o en las artes, sin que las llamasen “yihadistas de género”?
Si yo hubiera nacido bajo el gobierno de Vox, mis amigos gays J. y A. nunca se habrían declarado en la Plaza de Pedro Zerolo durante las fiestas del Orgullo de hace un par de años: ya habrían sido eliminadas por tratarse de una “imposición ideológica” que causa “problemas de convivencia”. Habrían podido formalizar jurídicamente su amor, vale, pero “que no lo llamen matrimonio”. Las peras con peras, y las manzanas, ya saben. Aquí se cuida sólo de la “familia natural”. Las demás son alienígenas.
Si yo hubiera nacido bajo el gobierno de Vox, tendría más fobias y menos dudas -con lo útiles que son-. No me habría mezclado con la gente, no me habría empapado de otros barrios: el mundo sería un lugar más oscuro y estrecho, un cuarto de la escoba donde comer polvo e himno. Si yo hubiera nacido bajo el gobierno de Vox, me imagino que en la radio sonaría sólo José Manuel Soto. Las nochebuenas serían terribles. ¡Y encima sin Canal Sur, con lo que me gusta Juan y Medio y los programas de copla! ¿Quién trabajaría en los invernaderos de Almería? Qué pesadilla. Que no pase en toda España como en mi Andalucía: sálvese quien vote.