Era un 28 de junio de 2013, en el centro de congresos de Villepinte, en las afueras de París, el mismo lugar en el que un año antes Nicolas Sarkozy pronunciaba un mítico discurso que sin embargo no le llevó a la presidencia.
Esta vez era la comunidad iraní en el exilio, en concreto, parte de la diáspora del Congreso Nacional de la Resistencia Iraní, quien se reunía en ese lugar para escuchar a su líder –Maryam Rajavi- y a los parlamentarios y mandatarios mundiales, presentes o pasados que estaban allí para mostrarles su apoyo.
Confieso que no había leído el listado de asistentes, así que cuando vi a Rodríguez Zapatero sobre el escenario, saludando y disponiéndose a hablar frente a una bandera de España proyectada en el plasma de la trasera, les aseguro que no daba crédito. Se trataba del hombre que junto con Obama –no en la misma proporción, sólo porque España no es EEUU- más había hecho por blanquear ese régimen despótico. El que hacía no más de dos años aún abrazaba a Mahmoud Ahmadinejad, su presidente y su mejor aliado en la entente mundial de sátrapas que constituía el más valioso de sus juguetes políticos: la Alianza de las Civilizaciones. Era él, en cuerpo mortal e iba dirigirse a las víctimas de su aliado.
¿Se atrevería, a pesar de todo, a reivindicar la democracia para Irán frente a las cien mil personas -exiliados todos- que allí estaban? ¿Lo haría? Lo hizo. Diez minutos de blablablá – “estoy aquí para compartir vuestra ansias de libertad”, “el pueblo persa merece vivir en democracia”-. Sin el menor rubor, sin inmutarse. Sin ninguna mención al que había sido su aliado hasta que dejó la Moncloa. Como si ese compadreo nunca hubiese existido a pesar de seguir hablando, a día de hoy, de la Alianza de Civilizaciones, como su mayor logro.
Aún coincidí con él dos veces más ante el mismo público: en Ginebra y de nuevo en París. En ambas ocasiones volvió a mostrar su apoyo a la resistencia iraní (en la tercera de ellas lo hizo en inglés y fue uno de los episodios más hilarantes a los que he asistido, aunque para ser justa, eso es marca de la Moncloa).
Este fin de semana era entrevistado en El Mundo sobre el tema catalán y otras cuestiones y desde luego no defraudó. No lo ha hecho estos últimos años con su vergonzoso apoyo al régimen chavista, travestido de un incomprendido esfuerzo por el diálogo entre verdugos y víctimas; no lo hizo inventando el relato de la “paz” en el País Vasco y desde luego no iba a hacerlo ahora tratando de un problema que él contribuyó a crear pero que, a fuer de ser justos, no se debe sólo a él.
Sánchez ha elegido la disociación –Pedro por un lado, y este vuestro Presidente de Gobierno, por otro- para decir y hacer lo uno y lo contrario sin asomo de reproche interno. Zapatero opta por el reseteo voluntario o por la invención de la historia más reciente –también de la suya propia- para justificar, no sólo sus errores, sino una manera de hacer política frívola e insolvente que ha creado escuela.
En la entrevista no admitió su responsabilidad en el manejo de una crisis económica que aún pagamos y que, si bien no nos era exclusiva, obstinarse en negarla y tratar de “antipatriotas” a quienes hablaban de ella, está probado que la empeoró. (Que el PSOE solicite ahora que se elimine del dictamen de la comisión de investigación sobre la crisis financiera, los errores de Zapatero, confirma ese modo de entender la política tan inane como perverso).
Habla el expresidente sobre el tema catalán volviendo al mantra del diálogo no como medio sino como fin en sí mismo, ignorando –él que ha sido presidente de España- lo que la Ley y las instituciones significan y aferrándose a una fraseología de libro de autoayuda que no pasaría de ser una opinión personal sin más, de no ser por tres motivos ciertamente inquietantes: El primero, que hemos estado en sus manos durante dos legislaturas. El segundo, que quien ahora le sucede está cortado por el mismo patrón. El tercero, que como ha quedado probado, toda acción tiene su reacción (y sus consecuencias).
En 2013 me consta que Rodríguez Zapatero fue a Villepinte a hablar ante la resistencia iraní sin saberse la lección. Se limitó a cobrar como conferenciante VIP y poco más, así que habría podido incluso entenderse –por su ignorancia- que aconsejase a las víctimas del régimen de los mullahs que dialogasen con los Guardianes de la Revolución antes de que éstos les pegasen una paliza.
Pero ha hablado de Cataluña, de una parte del país que gobernó por dos veces. Supongo que sabe de los CDR, de su jefe al que se niega a llamar golpista, y de la violencia que piensan desatar mañana ¿Diálogo? Una vez más, incapaz e irresponsable.