De nuevo el mito de la solución, error de principiante. Disculpable en el joven e imperdonable en el mayor de treinta. Niño: hay cosas complejas que no tienen solución. Oh. Es más, en casos como el catalán, pensar en términos de solución, como Sánchez, es peligroso. Cabe, sí, gestionar el problema, navegar la incertidumbre y atenerse a las normas.
Para empezar, ¿qué entendemos por una solución para Cataluña? Los separatistas exigen el silencio del discrepante, empezando por el primer partido de la comunidad. Nuestros representantes visitan un pueblo y los reciben violentamente. Su alcalde lo celebra. Si no mediaran policías, nos lincharían.
Naturalmente, cualquier vía que requiera el silencio o la desaparición del adversario político debe descartarse sin más. Y ninguna otra cosa complacerá a un nacionalismo que solo admite la unanimidad. Nada hay en el repertorio constitucional que vaya a contentar a un movimiento controlado por el jefe de los comandos separatistas, títere a su vez del fugado Puigdemont. Al de Waterloo le acaban de hacer un homenaje con la gran bandera negra del aspa y la estrella —que significa guerra sin cuartel— y un retrato gigantesco a lo Ceaucescu.
¿Solución? No hay tal cosa en las presentes circunstancias, no la habrá en décadas y acaso no la haya nunca. Alcanzada la conclusión adulta, ¿cómo debe actuar una democracia de primera —España lo es— ante semejante desgracia? Velando por que prevalezca el imperio de la ley y por que se cumplan las sentencias judiciales.
Es una idea pésima especular sobre indultos a los condenados, máxime cuando aún no lo están. La expectativa de impunidad alienta el golpismo. El artículo 155 de la Constitución deberá aplicarse de nuevo, por fin, extendiendo su alcance a la educación, la policía y los medios de comunicación públicos. Hasta que se garantice que una parte del Estado no va a seguir dedicándose a ahondar la hispanofobia ni a debilitar al conjunto. Ni a desprestigiarlo por el mundo. Y que todos podemos movernos tranquilos por cualquier rincón de Cataluña. Y que no se sigue maquinando contra el orden constitucional ni preparando declaraciones de independencia. Y que no se adoctrina en la escuela con libros mentirosos, ni se utiliza a los niños para actos políticos: la escuela es sagrada. Y que no se acosa a los hijos de los guardias civiles. “La solución” es un mito. Los brotes antidemocráticos se gestionan de acuerdo con las normas y principios previstos en la Constitución. No hay nada más.