Dejemos a un lado a Torra, con los requerimientos de la JEC y su comprensión lectora y su legalidad paralela, con sus taras visibles y sus virtudes por descubrir. Dejemos el trampantojo de los lazos, los plásticos estelados y esa guerra de los balcones. Porque lo mollar se ha dicho este martes en el juicio al procés: la consigna era tirar "los papeles al patio" antes de que llegara la civilización a la Secretaría de Hacienda de la Generalitat. Y no dio tiempo, y la Guardia Civil se coscó del pastel entre dossieres con paso corto, vista larga y Constitución.
Allí tenían preparado los indepes un cerco a Leningrado con cargo al contribuyente, y hoy lo hemos sabido.
Que el golpe separatista no tenía nada de heroico era más que un secreto a voces. Más bien venía a ser una astracanada entre Berlanga y Cuerda, y que grabó un periodista holandés que se creyó la butifarrada y se la vendió a la progresía europea, que anda escasita de causas y de una buena mili que la enderece.
Pero es que el juicio nos guardaba muchos Judas y algunos Pilatos, pero no ha sido hasta este martes cuando se ha puesto sobre la mesa que Lluís Salvadó -secretario de Hacienda de la Gen.cat- disponía de una carpeta y la carpeta y unos folios, y en los folios dos escenarios: o guerra o guerrilla. En román paladino y en papel timbrado: que se iban a echar al monte en la noche sin luna de octubre.
Que vengan ahora a desmentir que no hubo violencia, evidente y latente, que vengan ahora Niergas y Colaus a blanquearnos a esta tropa, nos suena a descojone.
El Estado es inerme, lacio, pero entre Mondoñedo y Tarifa vivimos gente que no nos chupamos el dedo. Si los procesistas no llegaron a "escenarios" de más violencia fue porque con la modorra burguesita y el youtube, los borrokas catalanes no alcanzan más que para que uno -entre cien- sepa encender un mechero y quemar una efigie del Rey en cuatricomía.
A eso de pintar las sedes de Cs y PP sí que llegan, que Barcelona siempre fue vanguardia pictórica frente al academicismo de San Fernando. Los cuperos son duchos en hacer fondo comunal para el bote de pintura Titanlux a granel, claro.
El juicio está bien en tanto que, por la vía de la mayéutica, los golpistas se van retratando. Su violencia es tan mostrenca que casi nos mueve a la conmiseración. Tanto que lo más cercano a un mariscal de campo que tuvieron, léase Trapero, los dejó en la estacada sin que le temblara el cartón de Ducados.
El sábado le pusieron una estelada a la Cibeles, y a la altura de los Monegros recordaban, quizá, sus hazañas bélicas en la manifa de Madrid y las guerras de sus antepasados. El bravo pueblo soberanista puso su pica en Flandes y nos amenaza con guerra, guerrillas y aguardiente -ratafía-.