El amor gana al odio, dice Inmaculada, Colau ¿Dónde? En Barcelona. Porque se puede ser gay, trans, multicolor pero no de Vox (aunque también seas gay, trans o multicolor). Y porque en Barcelona no va a ganar el blanco y negro, pero sí el gris (el de las piedras) y el rojo (el de la sangre de los que las reciban).
Que no queremos la España del NODO, dice. Pero hay que ver lo que nos gustan los desfiles, las formaciones –prietas las filas, color amarillo– los cantos patrióticos, y los florones y ornatos en las fachadas de los edificios públicos. Y qué decir de esa añoranza de los tiempos de la censura –el Palau Sant Jordi está en obras, manifiéstense en la calle– y de brear a gusto a los subversivos (o ver como los brean, que para el caso es lo mismo). Porque para que a nadie le quepa duda, “los rancios han venido a manifestarse y Barcelona (es decir, yo) no lo va a permitir”.
¿Qué Barcelona? “Una ciudad libre, abierta y comprometida con los Derechos Humanos” (¿y quién dice que los de Vox lo sean?, humanos, claro). Y no deben serlo –ni animales siquiera– cuando se merecen que les agredan, porque se lo han buscado – ¿quién les manda meterse en política?–. Y es que han venido a eso, a que se les pegue, para conseguir un titular, una imagen, porque además de infrahumanos, son tontos.
¿Que condene las agresiones, dice? Que no hubiesen venido a mi ciudad libre y abierta y no les hubiese pasado nada.
Y al final, como siempre, gana el discurso del odio, el de los que se apropian de la salvaguarda de los derechos civiles y niegan los básicos (reunirse, manifestarse) a los que no sienten o piensan como ellos (y los llaman intolerantes porque les llevan la contraria).
Y así se va cimentando el cainismo, se va ensanchando la grieta que abrió Rodríguez Zapatero y amenaza con convertirse en falla, porque cuando alguien justifica la violencia contra otro, es él mismo quien, en el fondo, la está ejerciendo. Y si ese alguien es además, un representante público, con más razón es culpable.
En 2017 aumentaron en Cataluña los delitos de odio por razón política ni más menos que un 124%. Las cifras del 2018 aún no se conocen, pero ¿saben qué? en esa Comunidad existe una Oficina de Derechos Civiles y Políticos. Podemos estar tranquilos, o quizás no si pensamos que la creó Quim Torra y puso al frente a un tal Adam Majó, antiguo militante del MDT, brazo militar de Terra Lliure, que no era una organización ecologista sino un grupo terrorista.
Comprenderán que sus informes estén plagados de violencia de extrema derecha y del “Estado español” y que el perfil del violento sea un hombre encapuchado con un cúter, instrumento imprescindible para eliminar lazos amarillos de la vía pública. De los ataques a las sedes de los partidos constitucionalistas o a sus simpatizantes, ni palabra. Y ya saben que lo que no se nombra, no existe y, si existe, se justifica y de ahí a alentarlo, sólo hay un paso que, por cierto, en este país que es España se ha dado a menudo.
Dice Tony Judt en Sobre el olvidado siglo XX que hoy nos tomamos el siglo pasado con ligereza, por mucho que lo conmemoremos por todas partes: museos, santuarios, inscripciones “e incluso parques temáticos históricos”. Sus luchas y sus dogmas, sus ideales y sus temores son evocados constantemente como lecciones, pero en realidad, ni se tienen en cuenta ni se enseñan.
Yo añado que no sólo eso. La historia del siglo XX en España, la de la Guerra Civil y de la II República, la han escrito los que ahora son los vencedores, los dueños del relato, los que señalan dónde está el centro, pontifican desde los medios de comunicación y luego convierten sus arengas en leyes.
Y así se nos hurta la verdad de esos días, con las luces y las sombras de cada uno (no sólo de uno) y se nos lleva, si no lo remediamos, a cometer los mismos errores.
Olvidado y manipulado siglo XX.