¿De dónde sale la inspiración? ¿A qué agarrarse cuando el temido bloqueo se te echa encima? Preguntas sin respuesta, al menos para mí. Quizás disciplina, cabezonería y algo de valentía ante el terror de una página en blanco, de trescientas páginas en blanco, sirvan para algo.
La distancia, el silencio y la soledad también ayudan a observar desde lejos y, al mismo tiempo, a sumergirse hasta las propias raíces, esas donde se esconde lo que una quiere contar que, a veces, no es lo mismo que lo que quiere escribir. El vértigo, el miedo y la adrenalina ante un nuevo relato del que tú eres la única responsable son algo difícil de entender incluso para la que lo crea.
Desde la ciudad llena de rascacielos en la que escribo estas líneas echo de menos el abrigo de la rutina, de mis recorridos diarios e, incluso, de mi comida. Y de mi gente, sobre todo de mi gente. Extraño enormemente la noche del verano madrileño. Pero también sé que todo eso me sobra para ser lo que ahora necesito ser: madre de un cuento que aún no existe.
Lo mismo sería aplicable para tantas otras situaciones en las que el único camino válido hasta la meta es uno hecho de incertidumbre, entusiasmo, dolor, pereza, tristeza, felicidad, locura, nervios y hambre de trascendencia. Queremos formar parte de algo más grande que nosotros y eso es a ratos una gran mierda y a veces un placer celestial. No deja de ser un parto.
Los hay que se aíslan en medio de un lugar solitario. Otros preferimos bucear en los estímulos de lugares tremendamente concurridos y extraños, donde las historias hierven en cada esquina, donde podemos cocinarlas junto con esas otras historias que andan por aquí dentro, esperando a que llegue la chispa adecuada. Será que tenemos poca vida interior, quién sabe.
Respirar, comer, dormir, escribir y poco más. Algunos ropajes en el armario. Queso, uvas y chocolate en la nevera. Mucho papel, muchos bolígrafos de colores, post-its por todas partes. Cantidades ingentes de té negro y una vela que les dará olor a las andanzas de esos personajes que tomarán vida propia, que te desafiarán porque quieren que te enfrentes a lo desconocido, que son ellos y que eres tú.
Te desesperarás porque las tramas no encajan, porque no eres capaz de diseccionar las emociones como deberías, porque en qué momento se te ocurrió que escribir era una buena idea. Pero es que no podías no escribir.
Llegará un momento en el que no distingas quién le está dando forma a quién, donde ubicar la línea entre realidad y ficción. Porque tú no tienes ni puñetera idea de quién eres ahora, so ignorante. Tendrás alguna pista mientras reescribes por quinta vez. Andarás cerca de la verdad cuando veas tus entresijos expuestos en la estantería de los apellidos que empiezan por A. El primer lector te escribirá para contarte que tus letras ya no son tuyas, sino suyas, que leerte era lo que necesitaba en ese momento y que tu cuento ha sido su chispa adecuada. Y olvidarás el miedo, el sufrimiento y la soledad. Sabrás quién eres.