Uno de los mantras más repetidos desde la muerte de Franco es que los padres setentayochistas, y en general los protagonistas de la llamada “transición a la democracia”, con su generosidad, habían logrado cerrar las heridas a favor de una concordia nacional. Esto no ha dejado de repetirse desde entonces, prueba de que no se ha cerrado nada (o de que había sido un cierre en falso). Y es que una manera de recordarle algo a alguien, algo desagradable (y una guerra lo es en grado sumo), es diciéndole todos los días que aquello ya está olvidado.
Así, el decreto ley de 1976, aprobado por el primer gobierno de Suárez, reconocía en su preámbulo que “al dirigirse España a una plena normalidad democrática, ha llegado el momento de ultimar este proceso con el olvido de cualquier legado discriminatorio del pasado en la plena convivencia fraterna de los españoles”. Decir “olvido”, por lo que se ve, es recordar, y desde entonces hasta ahora, con la actual aplicación de la ley de Memoria Histórica, no se ha hecho más que olvidar.
Porque la realidad es que, lejos de la “reconciliación” y “concordia” que se decían practicar, Franco y el franquismo es resucitado y convocado cada elección, como espantajo, como caricatura (es un Franco ideológico y no histórico, real) por determinadas facciones políticas para comprometer a otras facciones con él y, así, tumbarlas electoralmente.
Por supuesto, en esta tesitura de pura pugna electoral, electorera, que decía Unamuno, da igual la realidad histórica, esta se usa a conveniencia (perdiendo su carácter histórico), para meter el pasado en el lecho de Procusto ideológico que interesa a las partes enfrentadas en el presente.
En este sentido el uso ideológico maniqueo, descarado, hecho por el PSOE, Podemos y separatistas de la ley de Memoria Histórica (al promover el traslado de los restos cadavéricos del “anterior-jefe-del-Estado”), encuentra ahora su réplica, con un PP y Ciudadanos casi siempre a la defensiva, en la postura de Vox que, para combatir dicha posición, no hace otra cosa que devolver el golpe hablando en los mismos términos ideológicos maniqueos, pero de signo contrario.
De esta manera, Stalin y los “100 millones de muertos” del comunismo entran también en escena como arma arrojadiza electoral, electoralista, después de que desde la tribuna del Congreso los líderes de Vox hablasen, un día sí y otro también, del “frente popular” para referirse al gobierno en funciones y, se supone, sus “socios naturales”.
El “comunismo” en boca de Abascal, resulta igual de caricaturesco que el franquismo en la boca de Pedro Sánchez, utilizando, muy alejados de cualquier análisis histórico, un prisma negrolegendario para (des)calificar ambos regímenes, el franquista y el estalinista, y arrojarse las víctimas mortales de uno y otro sobre sus respectivas espaldas (“que viene el coco facha”/”que viene el coco rojo”). Poco importa aquí, por supuesto, el rigor histórico, importa más bien la eficacia electorera, demagógica.
Y el caso es que ni el Franco de Sánchez es el Franco de la historia, ni el Stalin de Abascal es el histórico (“en la historia no hay enemigos, hay solo muertos”, decía el gran historiados portugués, socialista, por cierto, Oliveira Martins), sino meras caricaturas producidas por la ambición y ruindad miserable del afán de imponerse electoralmente uno al otro a cualquier precio. Y digo miserable porque en ambos casos no les importa someter a la sociedad española a una división maniquea para imponer, frente a los demás, sus planes y programas políticos (aún a costa de deformar la historia y tachar a media población española de asesina, o cómplice de asesinato).
Porque, en efecto, sea como fuera, para hacerse una idea cabal de un período histórico, y de su protagonista más representativo, como puedan ser el franquismo o el estalinismo, se requiere de un trabajo y labor de archivo muy minucioso y detenido, un trabajo que, naturalmente, no es asequible a todo el mundo. Si este trabajo no se lleva a cabo, o sencillamente, se obvia, pasando por alto las funciones críticas que la historia tiene en este sentido, se producen esos reversos tenebrosos negrolegendarios que sirven, en la pugna electoral, para profundizar en la división maniquea de la sociedad.
Así, decía Bodino, “es peligroso formar juicio funesto de un príncipe, si no se conocen a fondo sus actos y proceder y no se contrapesan prudentemente sus vicios y sus virtudes” (Bodino, Los seis libros de la república), el peligro de azuzar a la población y enfrentarla de manera guerracivilista. Sánchez y Abascal, contraria sunt circa eadem.