Alguien escribió que el síntoma inequívoco del ocaso de una sociedad es la dificultad que manifiestan sus ciudadanos para distinguir entre el bien y el mal. La visita que han realizado los secretarios generales de UGT y Comisiones Obreras a Oriol Junqueras en la cárcel habría que inscribirla en esa categoría de absoluta desorientación moral.
Es difícil encontrar un comportamiento más impúdico que el de Pepe Álvarez y Unai Sordo. Ni siquiera el festival de los matices característico de nuestro tiempo debería ser obstáculo para distinguir el blanco del negro entre los grises.
Podría discutirse la oportunidad de que estos dirigentes sindicales visitaran a Junqueras antes del pasado 14 de octubre. Desde esa fecha, el líder de ERC es alguien condenado por delitos de sedición y malversación de fondos.
Sería comprensible, incluso, que Pepe y Unai acudieran después de la sentencia del Tribunal Supremo a interesarse por la persona de Oriol. No es eso de lo que se trata. Según han explicado ellos mismos, se acercaron a la cárcel para trasladarle su preocupación por el futuro de las políticas sociales del país y animarle de paso a facilitar la investidura de Pedro Sánchez.
Con su comportamiento, los sindicalistas rehabilitan, de facto, la figura del político sedicioso y legitiman sus ideas. También desacreditan a los jueces que han considerado necesario apartarlo una larga temporada de la sociedad por atentar contra la ley y la convivencia. ¿Cómo no va a haber quien piense que hay presos políticos en España si los líderes de las dos principales organizaciones sindicales les rinden pleitesía en la celda y tratan con ellos nada menos que del futuro Gobierno de la Nación?
El objetivo de Álvarez y Sordo es la protección de los intereses de los trabajadores. El propósito de Junqueras, manifestado abiertamente antes y después de su condena, destruir el Estado desgajándole a Cataluña. Son fines absolutamente contrapuestos.
¿Alguien cree -y esto sirve también para Sánchez- que el líder republicano va a avenirse sin obtener ventajas que le acerquen a su meta? "¡Cuántas veces se vende un enemigo, como gato por liebre, por amigo!", escribió Samaniego destilando saber popular.
Hay otra paradoja, y es que tanto Álvarez como Sordo se muestran abiertos a aceptar el inexistente derecho de autodeterminación, como si mantener las condiciones de los proletarios españoles fuera posible con una Cataluña independiente. La lección que nos dejan ambos con sus vis a vis en Lledoners es que el problema de España no es territorial: es muchísimo peor.