Décima semana de estado de alarma. Quinta prórroga. Casi 28.000 muertos oficiales. Desde hoy, la mascarilla que no era recomendable ni aconsejable en los peores momentos de la pandemia, pasa a ser obligatoria. La mordaza, también.
“¿Cree Ud. que los partidos y líderes de la oposición tienen que colaborar y apoyar al Gobierno, dejando sus críticas o discrepancias para otros momentos, o que deben continuar criticando y oponiéndose al actual Gobierno en todo lo que consideren?”.
Se lo pregunta Tezanos y siguiendo la lógica del rebaño, usted contesta que es una atrocidad que los partidos y líderes de la oposición, en un momento tan sensible como el actual, se permitan criticar u oponerse al actual Gobierno y que si acaso hubiese algo con lo que no estar de acuerdo, tiempo habrá de sobra para manifestarlo.
Porque ahora no es el momento, como no lo fue en enero, ni en febrero, ni lo ha sido en los dos meses y medio de naufragio, ni lo es ahora que ya estamos con el agua al cuello. Pero tampoco lo será cuando el recuento real de víctimas y de haberes, nos muestre hasta qué punto podemos hablar de negligencia criminal.
Pero si cree que no es así, que aun estando estabulado, usted no forma parte de ningún rebaño. Si es inmune a la propaganda y cree que ante una crisis como esta, en Democracia, el papel de la oposición es dar su parecer cuando ya ha dado su ayuda, entonces sepa que su opinión no será tenida en cuenta.
Sin embargo, el divertimento de Tezanos no es lo más importante aunque nos cueste dinero. Lo sustancial es que existe el convencimiento por parte del Gobierno de que no hay lugar para la crítica, y si lo hubiese, debe ser reprimida. Porque es legítimo hacerlo, como lo es amenazar a la manera comunista desde las televisiones amigas y tratar de amedrentar a políticos con un orden de valores tan incomprensible para Sánchez e Iglesias como un poema en lengua élfica. Políticos que –no sé si a su pesar– juegan en otra liga moral.
Pero lo que ahora tanto les molesta puede llegar a ser una broma cuando baje la marea de la enfermedad y en la arena sean todavía más visibles la pobreza, el paro y el rastro de dolor que han dejado las muertes.
Cuando desaparezca la tómbola de las fases y la vida deje de ser un jeroglífico de normas y contranormas que cumplir. Cuando ya no haya espacios de libertad material a los que aspirar y la cervecita empiece a saber amarga –aunque se comparta– porque ya no se pueda pagar. Cuando abrir o no un comercio no dependa ya de una orden ministerial sino del dinero o el arrojo para hacerlo. Cuando en comunidades en las que vivimos exclusivamente del turismo estacional volvamos al otoño y al invierno sin haber pasado por la primavera y el verano y las cuentas estén vacías y no haya siquiera paro o ayuda que cobrar. Cuando las colas de los nuevos pobres se extiendan como tristes culebras por nuestras ciudades.
En ese momento sólo espero que las cacerolas de hoy, las marchas pacíficas, el clamor de la crisis, no se conteste con palos.