Zapatero siempre tuvo el rostro circunflejo y a ratos, cara de Joker, pero cuando lo ves en las imágenes de una videoconferencia del Grupo de Puebla, llamando a desestabilizar los EEUU con la ayuda de China, te das cuenta de que el roce con sátrapas asesinos y sobre todo el esfuerzo moral –pequeño, pero esfuerzo, supongo– para justificar sus acciones, le ha pasado factura y créanme, da miedo.
Una vez traspasada la última de las fronteras de la ética, a Rodríguez Zapatero ya sólo le queda decantarse por el mal absoluto. Me dirán que nada que no hayan hecho toda esa progresía que sigue justificando –y reivindicando– los regímenes comunistas pasados y presentes. Nada que no haga Podemos, financiado por dos dictaduras unidas en el objetivo de desestabilizar Occidente. O nada que no hagan quienes llevan años contemporizando con la dictadura china o con la de Arabia Saudí.
Sin embargo ese aire campanudo que vuelve a darse el expresidente después de años de ostracismo bien merecido. Esos modos de conseguidor que se codea con señores importantes y con dinero. Esa prepotencia es la del que se sabe poseedor de secretos que pueden dañar a otros y la de la convicción de que viaja en la primera clase de la impunidad globalista.
Por eso se permite apoyar sin disimulo a un narcoestado como el venezolano, hacerle de lobista en los foros internacionales, darse maneras de estadista tratando de corregir la política exterior de España –y de la UE– respecto a Guaidó, y sugiriendo una especie de Alianza de Civilizaciones para nuestro país con Torra en el papel de Evo Morales y Otegui en el de Ahmadineyad. Y si las carcajadas no se oyen hasta en las Quimbambas o si sus necedades las recogen los medios como si fuesen normales, es porque los vientos –y la situación– soplan a su favor.
Hablaba hace unos meses de la desesperada situación de seis directivos de la empresa de refinería CITGO, detenidos y encarcelados en Venezuela desde noviembre de 2017, aún sin juzgar (uno de ellos –Tomeu Vadell– de padre mallorquín, pero todos, aunque de origen venezolano, nacionales estadounidenses).
Les contaba cómo casi tres años después, el régimen de Maduro los mantenía secuestrados en las tétricas mazmorras del SEBIN para forzar a Trump a que los beneficios de la empresa CITGO –en suelo americano– vuelvan a las arcas del régimen a pesar del embargo. Una toma de rehenes en toda regla.
Pues bien, como pueden suponer, el coronavirus también ha llegado a las cárceles venezolanas y como imaginarán, si las condiciones de los presos son de por sí inhumanas, no han mejorado con la pandemia.
A instancias de las familias, el secretario de Estado estadounidense, Mike Pompeo ha vuelto a solicitar que los pongan en libertad. Dos de ellos ya presentan síntomas de coronavirus y el resto tienen la salud tan comprometida que es cuestión de tiempo que contraigan la enfermedad. De todos, se teme por su vida.
La respuesta del régimen de Maduro ha sido un tuit de su ministro de Exteriores en el que después de loar las maravillas de su sistema penitenciario, adjunta un humillante vídeo en el que aparece el grupo de los seis con mono naranja, cinco con mascarilla, mientras uno de ellos –José Pereira–, mirando a cámara, da lo que en cualquier secuestro se llamaría una “prueba de vida” (ya saben, estamos bien, nos tratan correctamente, nuestra alimentación es buena, etc.).
Sé que su caso no es el único y no sé si el tema les aburre, pero en cuanto a mí, cada vez que veo al que fue nuestro presidente, mofándose del dolor de estos y del resto de presos políticos venezolanos y de sus familias, con el aire desenvuelto del que lo tiene todo, no puedo sino sentir vergüenza.