Recuerdo lo de Botsuana y sobre todo lo que ocurrió después.
El escándalo fue mayúsculo. Es cierto que a Juan Carlos I no se le acusaba de ningún delito, si acaso de que mientras los españoles bregábamos con una crisis económica como no la había habido en décadas, nuestro rey andaba cazando elefantes en África con una señora que no era su esposa y que por sus trazas, le daba al episodio un aire doblemente frívolo.
Incluso que el animal abatido fuese un elefante (ya saben, el objeto de deseo de los cazadores furtivos, el negocio del marfil, un pobre e inocente herbívoro) fue duramente criticado.
No era tanto una cuestión legal como de ejemplaridad lo que provocó ese escándalo y la pública –y algo patética– petición de disculpas por parte del Rey.
Hoy el presidente de Gobierno descansa tranquilo en la Mareta –regalo del rey de Jordania al Rey Emérito– y luego lo hará en Doñana. Suya ha sido la responsabilidad última de la gestión sanitaria y económica de la pandemia, de esa combinación letal de ineptitud y mentiras cuyo resultado son los peores datos posibles en número de muertos y en indicadores económicos. No se siente responsable. Se merece esas vacaciones de nuevo rico.
Empieza la segunda ola de la pandemia, se multiplican los rebrotes y también el miedo y la incertidumbre. La pobreza es el presente o el futuro de muchos hogares españoles. La situación económica hará buena la de la crisis de 2008, pero Sánchez no se cree obligado a abandonar su tiempo de asueto siquiera para mostrar a los españoles que su situación le preocupa. Tampoco le parece necesario mostrar en sus vacaciones cierta austeridad. No está en Botsuana y le acompaña su esposa, pero ¿ejemplaridad?
En cuanto al vicepresidente de Gobierno, su silencio o el ataque a los jueces y a la prensa es la respuesta al cerco judicial a su partido por malversación, financiación irregular y otras cuestiones –personales– como el caso Dina. El que vino a regenerar la política ha incurrido en las peores prácticas de la vieja política y tal como siempre se dijo, lo ha venido haciendo desde el principio. Y no, ni tiene pensado dimitir ni parece que Pedro Sánchez se lo vaya a exigir.
¿Qué fue de la ejemplaridad? Una vez reescrito el relato de la Transición, denostado el Régimen del 78 y el camino recorrido hasta llegar a ser un "Estado Social y democrático de derecho", se concluye que sólo cabe exigir ejemplaridad a la Corona porque es la única institución que carece de legitimidad democrática.
No importa que esa legitimidad resida en la misma norma –la Constitución del 78– en la que descansa la existencia de partidos políticos, sindicatos y Comunidades Autónomas. Negado ese punto, el hecho de ser elegido en unas elecciones o pertenecer a un partido político o a un sindicato –de izquierdas– hace que no deba asumirse ninguna responsabilidad política, sea lo que sea lo que se haga. Quizás si media una sentencia judicia l–o ni eso– y en ningún caso, las consecuencias de ese pronunciamiento se extenderán al partido o sindicato al que el delincuente pertenezca.
Juan Carlos I se ha ido de España sin haber sido acusado formalmente de ningún delito. Lo ha hecho para no dañar a la Corona. Por eso de la ejemplaridad.