Con una crisis de retraso, me estoy leyendo estos días de asueto Todo lo que era sólido, de Muñoz Molina. Tiene gracia ver cómo un tipo de una generación anterior a la mía aún se sorprendía de nuestras cositas durante el hundimiento que empezó en 2008 y que hallaron reflejo en sus letras, bien escritas allá por 2012.
O quizá no se sorprendía, simplemente se exasperaba.
Lo cual tiene mérito, dada su experiencia vital: un fulano de Úbeda, nacido en el aún autárquico 1956, jovenzuelo marxista en el tardofranquismo, testigo directo -como funcionario interino en Granada- del avance de la gangrena arribista en los primeros ayuntamientos democráticos, voz lúcida y libre en la historia literaria de un país que, pese a que compra libros como ninguno, nadie los lee... y mucho menos los que mandan, que fueron los que luego lo sentaron en una silla cara, alimentada por ese mismo dinero público que él explica cómo lo había podrido todo antes de su momio en Nueva York. Mientras aplaudíamos.
Digo que lo leo una crisis tarde, y es una suerte, porque las conclusiones de este buen señor (que un día presentó un libro mío, aunque seguramente él no se acuerde) me hacen hoy de diagnóstico preventivo ante lo que se nos viene encima. Porque si en una cosa hay consenso en esta tierra -lo sabemos desde los liberales a los indepes, desde los rojos a los fachas- es en que el español es el único humano que tropieza infinitas veces con la misma piedra, la que le ha tirado otro español.
Tanto nos repetimos que tenemos la (mala) suerte de que, sean cuales sean los dos bandos de cada disputa, ambos pueden remitirse a una afrenta anterior del enemigo. Y así, añadir a la pelea presente la discusión sobre los agravios previos. Y algunos derechos históricos, que siempre los hay para cada noble causa.
¿Qué fue primero, la gallina del escrache o el huevo de su excusa, el avance descontrolado del bichovirus o el y tú más entre las autonomías y Moncloa, el levantamiento del 36 o la revolución del 34, el Cayetana sobra o el nos hace falta Cayetana... el moverse o el no salir en la foto?
Unos dicen que las derechas no soportan perder el poder y los otros que las izquierdas se tienen a sí mismas por superiores en lo moral. Y yo me imagino a Muñoz Molina optando por escribirlo para evitar la tentación de darse cabezazos contra una esquina, como me pasa a mí mientras recorro estos días la Alpujarra y bajo a ver a una amiga a Málaga.
Anoche, tomando una limonada en Granada, les explicaba a mis hijas que te pueden caer bien Santi Abascal y Rafa Mayoral y no estar loco. Que antes de juzgar de lejos es mejor hablar de cerca. Y que sí hay gente mala, esencialmente mala, pero son los menos, que de todo el mundo (casi) puedes extraer algo de zumo aprovechable.
No quedan más de dos semanas para que empiecen los coles y antes de empezar la carrera por hacerlo bien ya avanza hacia la meta la de señalar al contrario por lo mal que está preparando el regreso a las aulas. Y entretanto, Fernando Simón nos va echando la bronca a todos por lo mal que nos hemos lavado las manos en este verano de mentira.
Claro, supongo que en su cabeza tiene razón. El día que acabó el confinamiento coincidió con el solsticio y con él haciendo de Pilatos: "Ya os hemos salvado, ahora dependeréis de la responsabilidad individual de cada uno".
Perdonen ustedes mi gallina, mi huevo, esta perorata y mi superioridad moral. Pero yo hay un ejercicio que practico y les propongo de buena mañana: miren cada tanto al hombre del espejo, si quieren mejorar el mundo, échense un repaso y empiecen por ahí mismo.