Siempre hay que celebrar un 12-O. Quizá porque hace otros octubres, tres concretamente, nos arrebataron la concordia y se apropiaron del relato hasta hacernos depender de ellos vía Presupuestos, vía todo. El día del Pilar era un engorro para Rajoy, un abucheo para ZP y a nosotros, nietos de guardiacivil y amigo de legionarios, el desfile se nos quedaba como una cosa destemplada y fuera del fervor del Jueves Santo.
Hubo días de España con frío en La Castellana y otros con un calor sahariano, y era el 12-O como la entrada al otoño con algo de ardor patriótico que duraba un rato y que se iba disolviendo cuando los operarios de limpieza retiraban los cagajones de los caballos beneméritos, de gala y con los esfínteres sueltos. Hubo también noches de 11-O en que andábamos medio ebrios por La Castellana ya cortada, viendo el graderío y haciendo reverencias tontas a donde se iba de sentar, horas después, el amigo íntimo de Corinna Larsen y donde ZP se quedó en el asiento cuando se invitó al Tío Sam por esas cosas de la OTAN.
Con la Covid y con Frankenstein, lo del Palacio Real ha quedado bien, sí, como cuando en Gibraltar los reservistas salen con faldas escocesas y cascos a darse un garbeo por Casemates: como cuando los flipados recrean, con correajes anacrónicos, la gloriosa batalla de Bailén o así.
Quiero decir que es ha sido un día 12 triste, con silencio y confinado mientras que iba rulando un video en que desde Page (a su modo) a Rajoy gritaban " Viva el Rey". Hasta la gesta de Nadal quedó en sordina porque estos tiempos de guerra no nos dejan más que una oración silente a la Virgen del Pilar y en Zaragoza había estallado un silencio sin flores ni baturros. Lo del piterío de Vox y Pablo Iglesias arrimándose a Lesmes dio color a una jornada sosa.
Un día 12 de octubre, aun festivo, tuvo esa razón de los días laborables que cantó el poeta porque, entre la mascarilla y la mordaza, restringieron los corrillos y nos cerraron los bares. La muerte del periodismo.
La patria callada en su día grande da cierto temor, acaso porque a los tiempos duros se une que el día del Pilar fue algo entre burocrático y a desmano, entre el entretiempo y el absurdo de no sentir, siquiera, un sano españolismo constitucional que, en vista de a dónde nos llevan, es el único consuelo que nos queda.
Sé que esta columna va quedando como un sermón envejecido, pero a España se le ha puesto como cara de domingo por la tarde sin fútbol. Y eso puede ser una desgracia si no lo remediamos con orgullo y con constitucionalistas jóvenes y sin complejos.