El domingo, a partir de las 20:00, fui capturado una vez más (¡una vez más!) por el seguimiento de los resultados de las elecciones catalanas. Estamos persuadidos de que cada nueva jornada electoral es muy importante (¡esta vez, sí!) para una región y para el conjunto del país.
La mecánica narrativa de los programas de radio y televisión nos atrapa: encuestas a pie de urna, porcentajes crecientes de votos escrutados, conexiones con las sedes de los partidos, vislumbre de vencedores y perdedores, podio y discursos de ganadores y derrotados, la alegría de los triunfadores y la tristeza de los fracasados, las fórmulas para la formación de nuevo gobierno…
Todo eso vuelve a engancharnos, incluso porque, más allá de la política, ofrece un juego básico de suspense e incertidumbre, una cierta épica de la rivalidad y la competición, un tintineo de sentimientos según las filias y fobias de cada cual, un polvo de estrellas y de héroes.
Al filo de la medianoche, algunos amigos o familiares (entre la mayoría que no se siente implicada hasta las orejas en el desenlace) se llaman por teléfono para comunicar la grata nueva: “¡Me voy a la cama!”.
Otra vez (una vez más), a la hora del balance, aflora una mezcla de cansancio, decepción y aburrimiento. En buena medida, no sólo por el resultado, sino por haber picado por enésima ocasión en el relato de un lance que prometía emociones e ilusiones genuinas y que se ha vuelto a saldar con tópicos, frases hechas, añagazas, imposturas, demagogias y subterfugios.
A eso de las 21:30, mientras cenaba, recordé que en La 2 se emitía un Imprescindibles (veo mucho este programa, sí) dedicado al diseñador Alberto Corazón, recién fallecido.
De las elecciones a la creación artística, fue pasar a otro mundo en un instante, un mundo de belleza, de palabra, de amistad, de conversación, de colores, de disfrute, de ideas, de trabajo concienzudo… Y hacia el final del estupendo documental de los navarros Pablo Iraburu y Migueltxo Molina, Corazón decía: “Lo que me mueve cada mañana es el reencuentro con el esplendor de la vida”. Y añadía: “Tenemos un tesoro extraordinario que es la vida”.
La política es muy importante. La política es importantísima. Hay muchas definiciones de la política. Pero, antes de volver a ser engullido por el disco rayado de la noche electoral, pensé que una buena definición de la política, una definición que deberíamos aspirar a convertir en realidad sería esta: “La acción pública y común que nos permita a los ciudadanos crear las condiciones necesarias para reencontrarnos cada mañana con el esplendor y el tesoro de la vida”. ¿Qué tal?
Porque, en efecto, las leyes justas, la garantía de derechos y libertades para todos, el anhelo de la igualdad, la economía, el empleo, la educación, la salud, el cuidado del medioambiente, la alimentación, la vivienda, la correcta explotación de los recursos naturales, la cultura…
Todo eso es lo que crea la posibilidad de que cada mañana, como individuos y como sociedad, podamos reencontrarnos con el esplendor de la vida. O, al menos, con su tenue resplandor. Con un hilo de felicidad al que agarrarnos y del que tirar.
En estos tiempos de pandemia, o sea, de muerte, pobreza y gravísima crisis social, ¿en qué están metidos los políticos? ¿En qué consiste la política? ¿A qué política aspiramos? ¿Qué política exigimos todos?
Ganó Illa, y nos fuimos a la cama.