Es claro que Vox va a por todas en la llamada batalla cultural, muy alejada de aquellos planteamientos de la kulturkampft, según la fórmula de Virchow, en la Alemania de Bismarck (contra el Zentrum católico).
Se parece algo más, sin embargo, a la lucha antimarxista de la que hablaba Hitler, en su célebre libro, en cuanto que se trata de acabar con una doctrina, la marxista, cuyos efectos sobre las sociedades europeas son, al parecer, devastadores, al actuar como disolvente sobre los "principios y valores" que constituyen los pilares en los que, por lo visto, se basa y conserva la vida europea.
Y es que ante esta batalla cultural, se supone abandonada en España por la derecha del PP (acomplejada ante la "superioridad moral" de la izquierda: es la "derechita cobarde" de Abascal o la "maricomplejines" de Losantos), Vox se presenta como un partido que está dispuesto a darla, convencidos, muchos de sus dirigentes, de que la superioridad moral está de su lado.
Frente a esa "nueva izquierda" hegemónica, como la llamó Roger Scruton (y que ha retratado en su libro, de título homónimo), Vox quiere combatir a la "dictadura progre" en todos los frentes, y muy principalmente en el frente intelectual, porque, entiende (es cierto) que no se puede vencer sin convencer (y es que sin persuasión la victoria no es duradera).
Para ello, con el crecimiento y el respaldo electoral que Vox va teniendo, presumiblemente en ascenso, el partido de Abascal ha creado lo que quiere ser un think tank que sirva de alimento de ideas con el que dar esa batalla, y no cometer así el error del PP de Aznar y Rajoy, que, al no darla, se supone, contribuyó a que esa hegemonía de la izquierda se consagrase y enquistase en prácticamente todos los ámbitos institucionales (sobre todos los relacionados con la cultura).
Disenso, le llamaron a la criatura, en cuyo nombre ya se señalan las intenciones, frente a la pusilanimidad aquiescente del PP, de plantarle cara al correctismo progre imperante. Y para que se vea que no va de farol, así de audaz se presenta, Vox va a atacar a la vaca sagrada (y es cierto que así la entienden muchos) que está en el corazón de la doctrina progre, a saber, Marx y el marxismo.
La matriz, el origen de todas las patologías sociales e ideológicas que padecemos, esta es la idea, tiene su origen en el llamado marxismo cultural. Sobre todo, en España, ha sido la versión política de este marxismo cultural, el socialcomunismo, ahora en el Gobierno, el aliado fundamental de todas las fuerzas separatistas que quieren acabar con la nación.
Para Jiménez Losantos, el llamado gobierno Frankenstein significa, y así lo creen también en Vox, la "vuelta al comunismo”, en lo que representa (comunismo y separatismo unidos) un revival del frentepopulismo de los años 30.
No es falso, desde luego, que exista una concepción talmúdica del corpus marxiano (por ejemplo, en Althusser y epígonos), que, más o menos, comprende que una lectura directa, sin intermediarios, de Marx da la clave para resolver toda contradicción o problema social.
Ahora bien, frente a esta concepción salvífica del marxismo, también existe una concepción demonológica del mismo (no menos ridícula), como si el buen orden del mundo tradicional se hubiera puesto patas arriba a partir de los planteamientos subversivos de Marx y el marxismo, viendo en los comunistas, y así los retrata Jiménez Losantos en su Memoria del Comunismo, una especie de démones, de faunos al servicio del dios Pan, que traen el caos frente al orden tradicional.
Tanto es así que Losantos entra en el detalle escabroso acerca de, por ejemplo, los granos purulentos de Marx o el cerebro consumido y seco de Lenin, queriendo dar prueba, con el deterioro físico de los comunistas, de la degeneración moral del comunismo (un análisis este, amén de morboso, completamente oligofrénico e infantil).
Existe, pues, a propósito de esta crítica al comunismo, una visión tradicionalista de la tradición según la cual esta se concibe como enteriza, exenta de contradicciones, en la que "cada cosa está puesta en su lugar", y que, subversivamente, el marxismo ha tratado de trastocar o, incluso, demoler.
En esta línea, y ligado a Vox, se puede observar un auge del conservadurismo, así se autoconcibe, con una serie de autores reunidos en torno a ese tanque de pensamiento llamado Disenso y que reivindican, de algún modo, la restauración de ese orden tradicional (Dios, patria, rey, familia) amenazado, al parecer, por la "nueva izquierda" y el marxismo cultural.
Yo asistí a lo que creo fue la presentación en sociedad de este neoconservadurismo hace un par de años, en 2018, cuando la editorial Homo Legens, con Kiko Méndez-Monasterio a la cabeza, presentó en Madrid el libro Cómo ser conservador de Roger Scruton (dicho sea de paso, fue la última vez que me encontré con Abascal en persona).
Prologado por Enrique García-Máiquez, el libro llama la atención acerca de las amenazas que asedian a la civilización occidental (de la que el autor se considera representante, claro) y fija su posicionamiento ideológico conservador ante aquellas grandes ideas, o constelaciones de ideas, que influyen en la actualidad política (nacionalismo, socialismo, capitalismo, liberalismo, ecologismo, etcétera), siempre teniendo en cuenta que todo lo bueno (pulcrum, bonum, verum) es frágil si no se lucha por su conservación.
El libro incorpora, además, como apéndice, la Declaración de París, que quiere ser la guinda, en forma de manifiesto (firmado en 2017), de lo que esta ideología conservadora significa (firmada, por cierto, y entre otros, por Juan Bautista Fuentes Ortega o Serafín Fanjul).
Pues bien, en esta declaración, y es aquí a donde queríamos venir a parar, se reivindica la "identidad cristiana" de Europa frente a la "falsa Europa" de la UE, declarando en su punto 3 lo siguiente:
"Los patrocinadores de la falsa Europa están fascinados por la superstición de un progreso inevitable. Están convencidos de que la Historia está de su lado y esta fe les hace arrogantes y desdeñosos, incapaces de reconocer los defectos del mundo posnacional y poscultural que están construyendo.
Además, se muestran ignorantes de las verdaderas fuentes de la decencia humana que ellos mismos valoran, al igual que nosotros. Ignoran e incluso repudian las raíces cristianas de Europa. Al mismo tiempo, tienen un enorme cuidado de no ofender a los musulmanes, quienes imaginan que adoptarán alegremente su visión secular y multicultural. Inmersos en el prejuicio, la superstición y la ignorancia, y cegados por vanas y orgullosas visiones de un futuro utópico, la falsa Europa reprime conscientemente el disenso. Y todo esto lo hace, por supuesto, en nombre de la libertad y la tolerancia".
¿Qué quieren decir aquí con "raíces cristianas" los redactores y firmantes de esta declaración? ¿Están hablando de la confesión cristiana? Es decir, ¿se trata de una defensa de la confesionalidad, del núcleo doctrinal de la fe cristiana, como verdadera fuente de la decencia humana? ¿O más bien se trata de una defensa cultural, digamos institucional, del cristianismo, al margen de su doctrina?
¿Es posible, en todo caso, a juicio de los abajofirmantes de la Declaración de París, una defensa institucional del cristianismo al margen de la doctrina? ¿Hay vida humana "decente" fuera del cristianismo?
La cuestión es que ni la doctrina cristiana es unívoca en Europa (ni siquiera en el seno de las iglesias católica, ortodoxa o reformada existe unidad de doctrina), ni en las instituciones que ella inspira existe tal univocidad, de tal modo que la idea de una tradición presentada en bloque, y que hay que conservar frente a la amenaza subversiva del marxismo, es oscura y confusa, y, pareciendo evidente, no tiene sentido ninguno (por ejemplo, la contraposición entre una tradición cristiana católica y otra protestante sigue siendo vigorosa, con consecuencias sociales y políticas que se hacen notar de manera importante).
Es más, el propio marxismo, por influencia directa de Fichte y de Hegel, se alimenta del cristianismo, siguiendo una estructura en la periodización de la historia, desde la sociedad primitiva hasta la sociedad socialista, de impronta totalmente cristiana. Si de lo que se trata es de combatir al islam...
En definitiva, presentar el marxismo como una monstruosidad antinatural, como el reverso tenebroso de la civilización (con cuernos y rabo, con granos purulentos, y cerebro ennegrecido, como lo presenta Losantos), no tiene más sentido que el propagandístico, y que se resuelve en el pim pam pum ideológico de la electorería (que decía Unamuno), de la lucha, realmente fratricida, por el voto.
Y el caso es que esta papilla infantiloide, este cuentecito de buenos, buenísimos, y malos, malísimos, se la está tragando bastante gente, entre antifascistas y anticomunistas.
Y es que, no en vano, la lógica del chivo expiatorio también tiene sus raíces cristianas, de gran tradición en Europa: "Si el judío conquistara, con la ayuda del credo marxista, las naciones de este mundo, su corona sería la guirnalda fúnebre de la raza humana, y el planeta volvería a girar en el espacio, despoblado como lo hacía millones de años atrás" (Adolf Hitler, Mi lucha).