Pedro Sánchez ha conseguido llevar la rendición de cuentas a un plano desconocido, aunque por ahora exitoso. Nos tiene acostumbrados a que las sesiones de control al Ejecutivo en el Congreso se conviertan en sesiones de control a la oposición. Ha sido marca de la casa desde que era candidato.
En 2019 delegó la tarea de recabar apoyos para su investidura en el resto de partidos, aunque el rey le había encomendado a él la faena de formar gobierno como líder de la fuerza más votada.
La dejación de funciones condujo a una repetición electoral que se llevó por delante a Albert Rivera y que debilitó a Podemos sin visos de remisión. El negocio le salió Redondo, y ruego clemencia con el chiste geométrico.
El presidente sólo se esmeró en complacer a EH Bildu, a quien dedicó en la tribuna palabras tórridas que bien habrían merecido dos rombos en otro tiempo. También a ERC, y la factura parece a punto de cobrarse. El ministro de Justicia ha dicho que hemos de ver los indultos, los haya o no los haya, con “naturalidad”.
Efectivamente, esa ha sido siempre la intención de Sánchez. La normalización política de quienes cumplen condena por delitos muy graves cometidos contra la Constitución. Aunque también puede que el ministro nos invite a mirar los indultos desde esa desnudez que predica el naturismo.
Quedaría entonces meridiana la voluntad de asear ante la opinión pública a quienes se necesita por imperativo aritmético, pero de la necesidad no siempre se hace virtud. En este caso, la necesidad de Sánchez legitima y perpetúa la herida infligida por el independentismo en Cataluña. Pero este es otro tema.
Volviendo a la rendición de cuentas. Cuando llegó la pandemia, designó a un técnico con querencia escénica para ofrecer las explicaciones que él no quería dar. Y después se inventó aquello de la cogobernanza para que la responsabilidad recayera en las Comunidades Autónomas. No está muy claro cuál ha sido el papel del presidente como director de la acción de gobierno en el último año, pero hasta ahora ha conseguido que las preguntas las respondan otros.
El otro día presentó una estrategia de prospectiva llamada España 2050, y desde entonces un país entero discute los pormenores del documento, hace memes sobre sus gráficos y reparte aplausos o collejas entre los que en él han participado.
Es un macguffin extraordinario con el que el presidente, una vez más, ha conseguido que la opinión pública pida cuentas a unos expertos de reputación sin desdoro, que han participado en el proyecto por una combinación loable de voluntad de influir y vocación de contribuir al progreso de su país.
Mientras las redes sociales piden cuentas a economistas, técnicos y científicos sociales, Sánchez sigue sin tener que responder sobre el hic et nunc: la opacidad del Plan de Recuperación, Transformación y Resiliencia, la ausencia de programa para la precariedad y el desempleo juvenil, la carencia de una política exterior digna de tal nombre, el récord europeo de déficit público o los muy naturales indultos.
Y así pasan los días.