España 2050. Prólogo de Pedro Sánchez: “España, un país con hambre de futuro”. Epílogo: “Redescubriendo el optimismo”. Cursi, ¿verdad? No se dejen confundir.
“En 2030 no tendrás nada y serás feliz”. Hemos visto el aviso del Foro de Davos, prendido de las solapas de nuestros dirigentes, en esos discos de colorines que lucen orgullosos como un detente bala de la progresez. Y hasta en una cartera ministerial (la que fue de Pablo Iglesias y ahora es de Ione Belarra), una secretaría de Estado, una dirección general y hasta una subdirección general, con sus gabinetes.
En teoría, una inocua adhesión a la Agenda 2030 para el desarrollo sostenible impulsada por la ONU, que sustituye a los Objetivos de Desarrollo del Milenio (ODM), firmados en 2000, que tenían como objetivo combatir la pobreza en los países en desarrollo. Pero creo que no.
"Un aspecto positivo de la pandemia es que nos ha enseñado que podemos introducir cambios radicales en nuestro estilo de vida con gran rapidez. Los ciudadanos han demostrado con creces que están dispuestos a hacer sacrificios por el bien de la atención sanitaria y otros trabajadores esenciales y grupos de población vulnerables, como los ancianos” (Agenda de Davos 2021)
Les traduzco las palabras de Klaus Schwab, fundador del Foro Económico de Davos, por si no les han quedado claras: la pandemia nos ha mostrado que podemos privar a los ciudadanos de derechos esenciales sin que pase nada, siempre que haya una buena razón (el miedo, la compasión). De modo que si hay un momento propicio para cambiar el mundo en la forma en la que los que reunimos en Davos creemos adecuada, este es.
En líneas generales, para Klaus Schwab “no vamos a volver al mundo como era, pero la nueva normalidad (sí, ya ven la fuente de la jerga sanchista) dependerá de nuestras decisiones. Algo parecido a lo que tuvimos que hacer después de la II Guerra Mundial”.
La cuestión es quién define el qué y el cómo y sobre todo si los ciudadanos tendremos algo que decir a la hora de decidirlo. Me temo que nada.
El gran reseteo anunciado en Davos (esa oportunidad que al parecer nos brinda la pandemia) ya se ha puesto en marcha y aunque creamos que las periódicas elecciones nos dan voz, en ese plan a largo plazo no pintamos nada.
Por de pronto, en España ya tenemos un plan para el 2050. Uno en el que no sé muy bien por qué (disculpen mi ignorancia) antes de esa cifra aparece un cero. Quizás tenga que ver con la fecha límite para descarbonizar el planeta (cero emisiones en el 2050, gran responsabilidad de las vacas) o simplemente es la pista de lo que viene en los 676 folios que siguen al título.
Lo primero, un prólogo del presidente con ni más ni menos que 44 citas, lo que indica que o bien ya ha aprendido cómo se escribe una tesis o que no lo ha escrito él.
Cursiladas y resiliente neolengua aparte (“en este laberinto de incertidumbres emerge una certeza (…) que debería usarse como estrella polar para dirigir nuestros próximos pasos”), el propósito no es malo.
No paramos de pedir a nuestros dirigentes que piensen en las próximas generaciones y no en las próximas elecciones, que no tengan objetivos cortoplacistas, que gobiernen con luces largas y todo ese tipo de fraseología de cita al punto a la que se recurre demasiado a menudo.
También, que a la hora de abordar los problemas, sobre todo los más complicados, hay que partir de un buen diagnóstico.
No es el caso. El diagnóstico se pierde entre el optimismo y la autocomplacencia injustificada y, como consecuencia, las recetas propuestas se ajustan poco a la realidad y mucho al deseo o a lo que marca la tendencia globalista.
Al final, el Plan 2050 es como poner tu fe en la vida eterna para hacer más llevaderas las penas de esta. La diferencia es que en esa vida eterna presumiblemente está Dios, y en la de Sánchez, Pedro Sánchez.
En cualquier caso, puede que España sea un país con hambre de futuro. Pero de lo que no hay duda es de que España es un país en el que hay gente que pasa hambre en el presente.