Respeto que existan personas con principios distintos, pero llevo mal que existan personas con principios cambiantes. Sólo puntualmente puede la hipocresía ser el homenaje que el vicio rinde a la virtud, como decía La Rochefoucauld. Porque cuando la hipocresía se convierte en un hábito, se hace insoportable.
Para justificar las reticencias del Gobierno a emplear la palabra dictadura para referirse al régimen monopartidista que gobierna Cuba desde 1959, los expertos nos han enseñado que la ciencia política no funciona con tan vanas dicotomías, sino con indicadores continuos que permiten poner nota a los distintos países. Por lo tanto, ante la pregunta de si Cuba es una dictadura, una persona informada responderá con una cifra: “Cuba es un 3,2”.
Es curioso, porque nuestros políticos llevan casi medio siglo refiriéndose al franquismo como dictadura y ningún científico social ha acudido a corregirles el simplismo. Ni siquiera sacaron la calculadora de notas ideológicas hace unos meses, cuando en Madrid se hablaba alegremente de la amenaza fascista. Ya digo, curioso.
También me ha sorprendido el entusiasmo castrista en las ministras de Podemos y sucursales. No por la afinidad política, sino por la alegría con que contemplan un hito que ha pasado a la historia como la Revolución de los barbudos: una operación violenta y viril llevada a cabo por ochenta y dos señoros sudorosos, no muy aptos para los cuidados. Francamente, me esperaba más perspectiva de género, sobre todo frente al currículo amoroso de su líder, Fidel Castro, que hace que Julio Iglesias parezca un monje, y lo sabes.
Sus biógrafos (incluso sus hagiógrafos) coinciden en que Fidel era un tipo muy mujeriego, pero esto no debilita las simpatías de la ministra de Igualdad, Irene Montero, que (recordemos) criticó hace unas semanas la ovación que el público del Real brindó a Plácido Domingo. “¿Qué mensaje mandan a las mujeres?” dijo. Tanto ella como su compañera Yolanda Díaz celebran la figura de Fidel sin temor a mandar ningún mensaje a las mujeres.
Pero la más viscosa y preocupante muestra de hipocresía de los últimos días es la de aquellas voces que deslegitiman las instituciones democráticas en nombre del sentido de Estado.
En las últimas horas, varios ministros han reprochado al Tribunal Constitucional (TC) que haya declarado inconstitucional el confinamiento por seis votos a cinco. El TC se suma así a las instituciones, como el Supremo y el Tribunal de Cuentas, que insisten en ejercer de contrapoder al Ejecutivo, para desesperación de este. El sentido de Estado, ya saben, lo tienen aquellas personas e instituciones que allanan el camino al Gobierno.
Me estaba costando dar sentido a tanta incoherencia, hasta que recordé las palabras de Winston en la novela de George Orwell 1984: “Estas contradicciones no son accidentales, no resultan de la hipocresía corriente. Son ejercicios de doblepensar. Porque sólo mediante la reconciliación de las contradicciones es posible retener el mando indefinidamente”.