Los Juegos Olímpicos ya están aquí. Mejor dicho, allí. Pero los japoneses no han logrado resolver el enigma de su celebración. Los tokiotas juran en arameo maldiciendo el momento en que el Comité Olímpico Internacional llevó la suerte al país nipón, dejando Madrid en bolas.
Gracias a dios y a Albertito de Mónaco, casi todos los países del mundo han sido agraciados por el COI antes que España. Hay que decirlo sin rodeos: por una vez, lo celebramos.
Estos días, las calles de Tokio viven una tranquilidad ajena a los Juegos Olímpicos. Su forma de protestar es no hacer caso y mirar hacia otro lado. Las autoridades recomiendan a la población que no anime a los atletas. En realidad lo prohíben, pero con lenguaje educado.
También recomiendan (o sea, prohíben) que se haga uso abusivo de banderas. Con un pin es suficiente.
Numerosas han sido las desgracias que se han abatido sobre la organización de los Juegos Olímpicos, empezando por la del Estadio Olímpico. Proyecto que en su día salió a concurso y que ganó la arquitecta angloiraquí Zaha Hadid, una estrella con premio Pritzker.
Sin embargo, la construcción del estadio fue motivo de polémica por su elevadísimo presupuesto. Finalmente, Zaha Hadid enfermó gravemente y, tras su fallecimiento, fue el arquitecto Kengo Kuma quien se hizo cargo de un nuevo proyecto. Los arquitectos nipones respiraron tranquilos. La verdadera causa de la polémica no era tanto el elevado presupuesto como la elección de una arquitecta extranjera.
Ese no fue el primer problema ni sería el último. Yoshiro Mori, expresidente del Comité Organizador, protagonizó una escandalosa anécdota al mediar en un debate que sometía a discusión la propuesta de elevar el número de participantes femeninas del Comité. Mori, ni corto ni perezoso, planteó una enmienda a la totalidad. Su opinión sonrojó a los miembros del Comité. Según Mori, las mujeres hablaban mucho y se quitaban mutuamente la palabra. Tal fue la escandalera que el presidente se vio forzado a dimitir.
El creativo de las ceremonias de apertura y cierre de estos distópicos Juegos Olímpicos también tuvo que salir por pies. Motivo: una mancha en su currículo. Puesto a crear, el artista había creado un texto haciendo mofa del Holocausto. Otro que dimitió por imprudente.
Y no acaba aquí el rosario de dimisiones. Hace un par de semanas, el compositor de la canción Tokio 2020 también fue forzado a dimitir al ser acusado de acoso psicológico con un discapacitado a quien años atrás obligó a comer sus propias heces.
Mientras suman y siguen las desgracias, Madrid da palmas con las orejas por haberse librado de esta pesadilla.