Al contrario que algún bocachanclas, tipo Gerard Piqué o Sergio Ramos, Lionel Messi es un futbolista de cine mudo. Sólo se le recuerda una célebre frase y la pronunció en el juicio por su gran fraude fiscal: “De la plata se encarga mi papá”. Anteayer, en su despedida, tras unos amagos de arcadas, las palabras le salían estreñidas, como fideos que se derramaban por el canalillo de su barbillita.
Está claro que Leo tiene el mismo manejo de la oratoria que yo de la pelota. Mas no le ha hecho falta el verbo porque el argentino habla con los pies (como yo toco las bolas con los dedos sobre el teclado). Tanto es así que considera el columnista Arcadi Espada que, “por la vía del hecho”, Messi fue el desencadenante del prusés: “Él fue el principal responsable de que la mitad de Cataluña incurriera en el delirio” dice el periodista barcelonés.
Siguiendo entonces la tesis de Espada se preguntarán, en relación con la fiebre indepe, si muerto el perro se acabó la rabia. Lo dudo mucho, porque esto viene de bastante más atrás. Si acaso, bajará unas décimas la temperatura, quizás hasta la febrícula.
Sí, esto del equipo blaugrana como ariete nacionalista ya lo diagnosticó tiempo ha Manolo Vázquez Montalbán con aquella certera definición del Barça como “el ejército desarmado de Cataluña”. Hoy más que nunca desarmado. Porque, por mucho que le pongan fe los culés, Pedri no es Messi pese a la rima asonante (oro parece, plátano es).
O “desalmado”. Porque el més que un club se hipotecó hasta la bola, vendió su alma al diablo con tal de retener al delantero rosarino. Si Bart Simpson le transfirió su alma a Milhouse por cinco dólares, el expresident Josep Maria Bartomeu (aka el Nen de la Hipoteca) lo hizo por más de 555 millones de euros.
Y Joan Laporta i Laporta, el sucesor de El Barto, que llegó dispuesto a apuntalar el pacto fáustico llegando hasta los 666, tuvo que señalarle a Messi lo que su apellido indica, pero de sortida: por allí se va a París. Y es que el de Rosario se había convertido en una tenia/solitaria, gorda como una anaconda, que se comía todos los recursos del club.
Al final, la plata, como a Montevideo de Buenos Aires, ha sido lo que ha separado a Messi del Barça. Y como el dichoso metal, por boca de Leo, sabemos que la sheva su papá. Podemos hablar de Jorge (el padre) y Leo Messi como de Platero y yo: “Lionel es pequeño, peludo y suave, tan blando por fuera que se diría todo de algodón”.
Al menos, el lío-en-el Barça, que ha irrumpido como una cobra salida de un canasto cuando ya los Juegos Olímpicos daban sus últimos coletazos, nos ha servido para salvar la semana columnística sin tener que recurrir a culebrillas menores. Como el verano pasado, que nos tiramos agosto entero hablando de lo de Enrique Ponce.
No vamos a llorar al futbolista argentino como el pasado día lo hacían sus plañideras, esas mismas que le vitoreaban la jornada del paseíllo judicial. Si acaso, a un tipo que en 14 partidos le ha metido 14 goles a mi equipo (el Granada), el cuerpo me pide despedirlo como el re-mayor Trapero a cierto periodista: “Bueno, pues molt be, adiós”.