Pedro Sánchez, España 2050 y propuestas de incremento de la presión fiscal por doquier. La historia se repite una y otra vez.
Si hay algo que podemos enseñar los argentinos a los españoles es que subir los impuestos no es la solución a ningún problema. Al contrario. Argentina es el país con la mayor carga impositiva mundial y es, también, uno de los más pobres. Ganar dinero (en el sector privado) es en Argentina un pecado capital.
Impuesto a la riqueza. El concepto lo dice todo. Hacer dinero, crear empleo, abrir empresas y trabajar acarrea fuertes consecuencias y duros castigos.
Por eso, españoles, atención. Hay que encender las alarmas cuando el burócrata de turno enarbola la bandera del alza de impuestos.
Adam Smith nos decía que los gobiernos aprenden rápido a sacar dinero del bolsillo de la gente. Autoras como Ayn Rand (cuyo trabajo es celebrado y difundido por decenas de think tanks, como The Atlas Society) nos pueden ayudar a ver la inmoralidad de los impuestos.
Esta filósofa ruso-estadounidense nos mostró que los impuestos son una expropiación forzosa de nuestra propiedad. A través de los impuestos, el gobierno nos quita nuestro dinero, pero también el producto de nuestra mente y de nuestra productividad, para gastarlo en cosas que ni siquiera nos consulta. Y en otras tantas que nos oculta, si hablamos de la mayoría de gobiernos iberoamericanos.
Proyectémoslo de la siguiente forma. Si le exigiéramos a alguien (y prestemos atención al verbo exigir) que trabajase algunas horas a la semana para el Estado, llamaríamos a eso, sin duda alguna, esclavitud o trabajo forzoso.
Sin embargo, cuando arrebatamos el fruto del trabajo de una persona, preferimos hacer la vista gorda y llamarlo impuesto. Así el saqueo se convierte en algo legal.
Más allá de que los impuestos existan o no, resulta urgente empezar a cuestionarnos este tipo de conceptos y dejar de normalizar que un grupo de políticos hagan lo que les dé la gana con nuestro dinero.
Pero vayamos a las consecuencias de los impuestos elevados. El preciso momento en que se convierten en un castigo al éxito. ¿Por qué? Pareciera que cuando mejor nos va en el sector privado, cuantas más empresas abrimos, cuanto más empleo privado y productivo generamos, más se nos lanza el gobierno encima y nos castiga con más impuestos, trabas, regulaciones y burocracia. Y eso sin entrar en el papel de los sindicatos, que se convierten en mafias y dinastías, como en Argentina y en muchos otros países.
Castigar el éxito. Anular los incentivos de los individuos que buscan crear, innovar y generar riqueza. Demonizar a los emprendedores, a los empresarios, a los creadores. Esta es la tendencia que tanto defienden los gobiernos de izquierdas a lo largo del mundo y también partidos políticos como Podemos o el PSOE.
Si ponemos la carreta delante de los bueyes nos seguirá yendo muy mal. No podemos destruir los incentivos para crear riqueza. Y mucho menos cuando sabemos que la única forma de acabar con la pobreza es generar riqueza.
Esto nos lleva a otro punto. Lo mal que comprendemos la riqueza. La riqueza dentro del sector privado no es un juego de suma cero. Y hago referencia al sector privado porque en el sector público (entiéndase, el Estado) la riqueza sí puede convertirse en un juego de suma cero cuando los gobiernos se vuelven demasiado grandes y unos (los ciudadanos) son perjudicados por las acciones de otros (los políticos) que se enriquecen a través del saqueo, la deuda, los impuestos, la corrupción o la emisión monetaria.
Pero volvamos a la idea de que la riqueza (como tal y en el sector privado) no es un juego de suma cero. ¿Hechos? ¿Pruebas? En los últimos 30 años, más de 1.000 millones de personas salieron de la pobreza extrema gracias al libre comercio y la libertad económica. Es decir, gracias a la creación de nueva riqueza. El libre mercado es un sistema de intercambios libres, pacíficos y voluntarios. Nadie me pone una pistola en la cabeza para que compre una Coca-Cola. Lo hago, simplemente, porque me gusta.
Algunos dirán: “Claro, pero los que tienen más dinero se lo llevan todo”. Falso.
Primero, la riqueza no tiene límites. El 50% de toda la riqueza que existe hoy fue creada en los últimos 30 años, y nueve de las diez personas más ricas del mundo hicieron su riqueza desde cero, sin heredarla (y conste que esas personas varían constantemente gracias a la libre competencia; es decir, no siempre son los mismos).
Por otro lado, esas personas generan millones de empleos. Invierten, producen, innovan. No te roban, como hacen los gobiernos. Crean soluciones que nos ayudan a tener mejor calidad de vida (hoy vivimos mejor que cualquier rey de antaño).
Tiene que quedar claro. El libre mercado es uno de los sistemas más democráticos que existe. ¿Por qué? Porque los consumidores tienen que elegir al productor de determinado bien o servicio todos los días (votándole con su dinero).
Si ese productor no logra satisfacer las necesidades o la demanda del consumidor, otra persona lo hará. Y es ahí donde debemos poner el ojo. En el consumidor, que siempre es olvidado en esta ecuación para caer en una especie de proteccionismo (un buen nombre para una mala causa) que protege únicamente a los empresaurios amigos del poder y que perjudica a los consumidores castigándoles con escasez, productos de mala calidad y precios elevados. Esta es la historia de América Latina.
Lo mismo sucede con los famosos subsidios o programas sociales. Un ejemplo. Imagina que en el colegio estudias con mucho empeño y tu compañero de pupitre no estudia nada. El día del examen tú sacas un 10 y él un 2. Pero como hay que ser solidarios, tu maestra te quita 4 puntos para dárselos a tu compañero. Así tú te quedas con un 6, él también, y se promueve la solidaridad.
¿Qué pasará a la larga? Que dejarás de estudiar. ¿Para qué hacerlo, si a fin de cuentas te quitarán los puntos?
Lo mismo sucede con la riqueza y los subsidios. O con cualquier tipo de saqueo gubernamental.
También oímos hablar constantemente de los paraísos fiscales (y siempre con alguna connotación peyorativa y totalmente equivocada). Pero si existen los paraísos fiscales es porque existen los infiernos fiscales: países con una alta presión fiscal y en los que se acosa a los ciudadanos.
Pero los paraísos fiscales son sólo países con un elevado nivel de seguridad jurídica y que buscan la forma de no cobrar impuestos sobre las ganancias. Que respetan la propiedad privada y también la privacidad de los individuos.
Paradójicamente, y gracias a la acción de los países donde se paga una alta tributación, muchas personas se han formado una imagen negativa de los lugares que son buenos para invertir y cuidar el capital. Es decir, de los conocidos como paraísos fiscales. Por otro lado, se han creado una imagen positiva de los países con alta tributación (y, generalmente, con una paupérrima seguridad jurídica).
Lo interesante es que, en general, los países calificados como paraísos fiscales coinciden con los países y las economías más libres del mundo: Suiza, las islas Caimán, las Islas Vírgenes Británicas, Panamá o incluso Estados Unidos (en el sentido de que, para cualquier extranjero, llegar a este país y abrir una cuenta bancaria o una sociedad sin pagar impuestos es muy sencillo, legal y habitual).
Es un hecho. A los patrimonios les gusta el cariño. Van donde se los cuida y donde se los trata bien. Y, claramente, los paraísos fiscales son jurisdicciones con altos niveles de seguridad jurídica, sin inflación o devaluación, donde los ahorros de las personas están bien cuidados.
Es hora de entenderlo. El camino hacia un país exitoso se logra con esfuerzo, trabajo, responsabilidad y libertad. No con un gobierno más grande que busca imponer el éxito por ley mientras destruye las escaleras para alcanzarlo.
No se puede progresar castigando la riqueza. Nuestros gobernantes insisten en que la pobreza se combate poniendo impuestos a la riqueza o con políticas de redistribución. La historia nos ha mostrado una realidad muy diferente. La libertad genera prosperidad y crea riqueza donde antes no existía, y eso se logra con talento, innovación e iniciativa privada, no a través del persistente saqueo gubernamental.
Al final del día, recuerda que cada céntimo que gasta tu gobierno es un céntimo que tú dejaste de gastar, ahorrar o invertir en lo que querías.