Tenemos ejemplos a diario. Y no hay cabecera, cadena de radio o televisión que se libre. Pero el de la "exclusiva" de la supuesta "falta de decoro" y "vida disoluta" de José Luis Ábalos creo que obliga a hacer como en los edificios de tantas ciudades que sufrieron inundaciones: pintar una marca en la pared que indique "hasta aquí llegó la riada". Hasta aquí alcanzó el descrédito, en nuestro caso.
Lo digo con tristeza y tentándome la ropa, porque en tres décadas de ejercicio profesional he patinado muchas veces, seguro. Esto no va de guerra de medios ni cipotudismos. Pero si lo que Ketty Garat y The Objective pretendían con su artículo era dejar una muestra de periodismo de investigación, mucho me temo que han hecho méritos para ser recordados (lo que duren las Facultades) como ejemplo a evitar.
No creo que sea relevante si el ministro acude en su tiempo libre a "fiestas con mujeres", ni siquiera si de ello ha dejado constancia un "presunto vídeo" (sic), salvo que al hacerlo se salte alguna norma, extremo que la información no aclara.
Se le atribuye a Ábalos una juerga "en un parador", donde la habitación "quedó destrozada y con restos de todo". No se aportan fechas, lugar o un solo documento que corrobore tal relato. Sólo habladurías. Entonces ¿cuál es la diferencia entre un chisme y una noticia?
También se dice que la hipotética conducta desordenada del exministro le condujo a estar permanentemente "cansado" y "dormido", por lo que habría llegado tarde a reuniones, "bostezaba" y no controlaba los asuntos de su departamento. Y esto, sin un solo dato objetivo, contrastable, constituye "la punta del iceberg del caso Ábalos", del que se anuncian nuevos capítulos.
Esta versión de un Ábalos negligente contrasta, por lo demás, con la realidad de un ministro y líder del PSOE expuesto permanentemente a la fiscalización del Parlamento y de los medios, sin que haya dejado muestras de estar ausente o ser desconocedor de los asuntos de su competencia cada vez que se le preguntó, que fueron centenares.
Todo este episodio me recuerda lo de aquel periódico que, en su afán por destruir la reputación de otro político valenciano, dedicó páginas enteras en los años noventa a denunciar que expelía ventosidades en las reuniones de partido, lo que obligaba a abrir las ventanas aunque fuera pleno invierno. ¿Tan adiestrado tenían sus fuentes el olfato para detectar la procedencia?
Odio profundamente este papel, y ya dije en una ocasión que hay gente mucho más entrenada en dar lecciones y en teorizar sobre el oficio, a la que no aspiro precisamente a parecerme. Pero cuánto hemos bajado el listón si los chismorreos de barra de bar quedan estampados en un titular. Y qué barato estamos poniendo la destrucción del honor, la intimidad y la imagen de las personas.
Seguirá abierto el debate de si Twitter se ha convertido en un estercolero amparado en el anonimato y la coartada de la libertad de expresión. Si las redes sociales llevan a que los medios de comunicación sean cada vez más prescindibles. Si el relativismo y el desprecio generalizado a la verdad han herido de muerte al periodismo. Si las prisas, las audiencias y el clickbait han rebajado los controles en las redacciones. Si no hemos acabado incubando el huevo de la pitón que habrá de asfixiarnos.