Cuando el rey todavía no reinaba, Mallorca ya estaba en el punto de mira de los españoles. No recuerdo bien en qué momento los periodistas fuimos conscientes de la importancia de Marivent en la información del verano, pero la imagen del jefe del Estado se asoció pronto a una competición deportiva: la Copa del Rey de vela, celebrada anualmente en la bahía de Palma y patrocinada por unos ricos industriales catalanes que daban proyección internacional a la perfumería.
El palacio de Marivent tenía una localización que satisfacía a todos. Construido entre 1923 y 1925, su arquitecto fue Guillem Forteza y su propietario, el pintor griego Juan Saridakis, que lo ocupó hasta su muerte. Más tarde, la viuda cedería el palacio a la Diputación de Baleares a cambio de que se creara un museo con el nombre del pintor.
Los entonces príncipes de España se mudaron a Marivent en 1973. Cincuenta años después, allí siguen. Irregularmente, todo hay que decirlo, pero siguen.
Durante el medio siglo de idilio con la isla ha habido de todo. Visitas de jefes de Estado extranjeros y despachos con nuestros presidentes autonómicos. Pero lo que más gustaba a los reyes eran las idas y venidas a Cabrera, la isla prohibida, donde el Ejército protegía a los regios navegantes mientras las infantas tomaban el sol en cubierta y algún paparazi reptaba entre el follaje apuntando con un teleobjetivo.
Marivent se llenaba de niños que jugaban en la piscina de palacio o hacían excursiones al delfinario. La abuela gustaba de llevarlos al Club Náutico en manada para que participaran del bullicio de las regatas. La abuela Sofía era una abuela Telva, siempre luciendo abarcas menorquinas y unos conjuntos playeros que parecían inspirados en Capri. La recuerdo con un pañuelo en la cabeza. Parecía Jackie Onassis a la proa de su barca, con el viento dándole en la cara.
Cuando el rey todavía no reinaba, ya era el hombre más popular de Mallorca. Siempre iba gente a verlo. Por un lado, estaba la pandilla del Bribón, con Cusí al frente. Y por otro, los hermanos de la reina, o sea, los griegos, que al emérito no le caían muy bien, aunque se aguantaba.
Eran años fáciles. Cuando la familia aterrizó en Marivent, los hijos tenían once, ocho y cinco años, edades bastante cómodas de manejar. Según se hicieron mayores, salían a Puerto Portals con sus amigos y los escoltas trataban de evitar que los fotógrafos les sacaran tomando cubatas.
Ya entonces, la infanta Cristina estaba allí. Creo que le gustaban los chicos rubios como ella. No tenía novios, pero hacían pandilla. Una noche, la infanta llevaba una copa en la mano y en un momento dado se apoyó en la pared, ligeramente retirada. Estaba llorando. Dicen que aquel fue el año que rompió con Álvaro Bultó.
Palma no puede recuperar a la duquesa de ídem. De ahí que se haya propuesto recuperar a la infanta. Para doña Cristina, un idilio con la isla sería necesario y terapéutico. Pascual Vives no lo dice así, pero comparte la opinión. “Se han dado un tiempo”, comenta el que fuera abogado de Urdanga.
Habrá que permanecer atentos a la pantalla.