De vez en cuando surge una señal de alarma que apunta a una realidad tan incómoda como innegable: uno está perdiendo comba. Por ejemplo: si hace cosa de dos semanas me hubiesen preguntado por Abercrombie & Fitch, habría respondido en base a los rasgos que caracterizaban a esta marca de ropa hace cosa de una década. Mi error hubiera sido mayúsculo.
Menos mal que tenemos a Netflix para levantar acta de qué es de recibo y qué no en los tiempos actuales. Las noticias en torno al lanzamiento del documental En el blanco: ascenso y caída de Abercrombie & Fitch empiezan a despertarme del letargo obsolescente, un mundo en el que mi papel se parece cada vez más al de la madre de Goodbye, Lenin!
Pero ¿cómo? ¿Que Abercrombie ya no arrasa entre los jovencitos marquistas del Occidente industrializado? ¿Que sus modelos y vendedores no parecen sacados de una teleserie adolescente estadounidense de las de antes? ¿Que ya no tiene operativa la macrotienda en plena plaza del marqués de Salamanca de Madrid abierta en 2011 en medio de una expectación sin par? La respuesta a todos estos interrogantes es un no rotundo y un certificado del grado de desconexión de este firmante respecto al mundo que le rodea.
De modo que nos sentamos ante el documental. Lo que la pantalla empieza a mostrar nos sume en un estado de estupefacción que no desaparecerá durante la hora y media siguiente. La puesta en escena, el lenguaje audiovisual, remite casi a las producciones sobre el Holocausto. Las personas que aportan su testimonio lo hacen con la pose y el tono de las víctimas.
Víctimas, ¿de qué? Se supone que de un modelo excluyente, de una cadena de ropa opresora que imponía un canon que condenaba al que no lo cumplía. Algunos de los exmodelos que comparecen resultan indistinguibles de los juguetes rotos a los que otro tipo de industrias nos tienen más acostumbrados.
Se empieza subrayando la palabra "aspiracional". Es un punto de partida interesante. (Aquí viene el momento en que busco la palabra en el Diccionario de la lengua española para aportar su definición y me encuentro con que no existe). Cielos. Cambridge viene a decir que aspirational equivale a mostrar deseo de tener más dinero y/o posición social de los que realmente se disfruta en ese momento. (La Fundeu me tranquiza: es un término "bien formado y válido"). Nos quedamos con esa copla.
Esta necesidad de aclarar el concepto de "aspiracional" entronca con una idea que empieza a resultar preocupante: la incapacidad creciente para separar publicidad de realidad. Es curioso cómo nuestros padres y abuelos tenían menos problemas para convivir con el mundo artificial que le enseñaban las marcas para intentar venderles sus bienes y servicios.
Se notaba hasta en el lenguaje cotidiano. "Es de anuncio", se decía, sin especiales subrayados, cuando se estaba ante una persona o cosa que parecía perfecta. Ahora se exige que no muestren un ideal, sino la realidad. ¿Pero quién narices quiere comprar realidad? Pues el consumidor actual, a tenor de lo que la propia Abercrombie, ahora con otro equipo directivo distinto al que aparece ampliamente denostado en el documental, se afana por exhibir en sus perfiles de las redes sociales.
"Esto es Abercrombie hoy", nos dice su foto de portada de Twitter. En ella, vemos a siete individuos. Cuatro chicas y tres chicos. Representan a la diversidad de razas y pesos. La imagen está muy lejos de resultar chocante o siquiera novedosa: es la que Benetton nos lleva ofreciendo desde hace más de tres décadas.
Hay un momento dado en que se recupera un sketch de Mad TV sobre la cadena. Es brillante. Buscándolo en YouTube topo con otros de nivel parecido. Tiene el tono exacto del que el documental adolece. Una parodia divertida y descarnada sobre las tiendas Abercrombie en la que no se queda sin apuntar ninguno de sus defectos. Algunos abiertamente risibles hasta para los que más dinero se han dejado en sus cajas durante estos años atrás.
Este material es muy revelador. Apunta a que hace quince años la sociedad no tragaba como borrega con ese modelo, como se pretende hacer creer. Simplemente se lo tomaba como desenfadado objeto de chanza. Eran otros tiempos.
Como si fuera una metáfora del debate público, En el blanco mete en la misma olla lo intrascendente y lo relevante. Se recrea en el aspaviento ofendidito más banal al tiempo que documenta distintas prácticas aberrantes en el seno de la marca. Nada que no fuera fácil imaginar cuando su ropa estaba en auge. Solidaridad con todos los empleados discriminados por su raza y los efebos objeto del abuso lascivo de los gerifaltes empresariales y artísticos de la compañía.
Pero mientras Occidente se enfrenta a retos de envergadura inédita para buena parte de los que ahora lo moramos, provoca algo de pudor semejante énfasis en lo que no es más que ropa. Aunque resulte indispensable para rasgarse las vestiduras.